Salmo 139: 13-16
“Porque tú formaste mis entrañas; me hiciste en el seno de mi madre. Te alabaré, porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho; maravillosas son tus obras, y mi alma lo sabe muy bien. No estaba oculto de ti mi cuerpo, cuando en secreto fui formado, y entretejido en las profundidades de la tierra. Tus ojos vieron mi embrión, y en tu libro se escribieron todos los días que me fueron dados, cuando no existía ni uno solo de ellos.”
Nuestra Iglesia es el lugar donde el Dios nuestro Señor nos capacita de manera integral para que mostremos Su grandeza y podamos aplicar cada enseñanza en nuestra vida con nuestra familia, en nuestro ministerio, en lo personal, en lo laboral, en lo académico, etc. Como servidores de Dios, fuimos formados en el pastoreo de las vidas que Dios nos confía, pero realmente estamos aprendiendo la manera correcta de relacionarnos con todas aquellas personas que nos rodean, ejerciendo así Su voluntad de que seamos luz en medio de las tinieblas. A ello se le llama restauración.
La restauración es un ejercicio netamente espiritual, ya que se trata de conducir nuevamente a una persona a la manera como Dios la ve a ella, y esto solo se obtiene a través de Su Gracia. Dios tiene una manera de ver las cosas muy diferente a la nuestra, pues mira a las personas que, en su momento ya son para nosotros casos perdidos, como una perfecta oportunidad de glorificarse e impactar las vidas que le rodean. De ahí la gran necesidad de que desarrollemos Su óptica en nuestra vida ministerial y podamos estar así plenamente preparados para cada proceso de restauración.
Los conceptos fundamentales que necesitan ser restaurados en cada uno de nosotros son:
Primeramente, el Diseño Original. Para que una persona pueda ser restaurada, necesitamos entender que es parte del plan de Dios para esta generación; necesitamos entender que ÉL invirtió tiempo especial y puso toda Su creatividad, para que cada uno de nosotros pudiera existir sin que nos faltara absolutamente nada.
Dios se regocija en cada uno de Sus hijos, en nuestros avances y en cómo los disfrutamos, bajo Su voluntad, de todo lo que ha creado para nosotros. ÉL nos ama entrañablemente, tenemos Su atención especial aún por encima de nuestras debilidades y errores. Por el contrario, lo que Dios no ama es nuestro pecado. Cuando como instrumentos en Sus manos restauramos a alguien, debemos asegurarnos de que la persona tenga absolutamente clara esta realidad en su corazón, y esto lo logramos primeramente con nuestra manifestación de amor hacia esa persona.
En segundo término, el Propósito de Dios. Éste tiene que ver con la “visión” de Dios y con la “misión” que nos ha encomendado. Nuestra visión como Sus hijos es “ser como Jesús”, y nuestra misión es “hacer lo que Jesús hizo”. El libro de Gálatas 2:20 nos enseña:
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mi; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios…”
En este versículo se refleja nuestra visión, pues ahora la gente al verme, ya no me ve a mí sino a Cristo en mis actitudes, reacciones y en cada decisión. En esta verdad debemos enfocar la restauración de las personas.
El Señor nos indica en Su Palabra (Proverbios 6:16) que es con “misericordia y verdad” con que se corrige el pecado, y “…con el temor de Dios los hombres se apartan del mal”. Como restauradores debemos tener un corazón de misericordia, un corazón que abra sus puertas para que el amor de Dios se pueda manifestar, no un corazón lleno de juicios y expectativas apresuradas que finalmente tienden a confundirnos. Es a través de la Palabra que ellos pueden decidir y afirmarse en la necesidad de un cambio en sus vidas, no por medio de nuestro parecer.
Otra de las hermosas cualidades de Dios, la cual es fundamental para un proceso de restauración, es la Gracia, pues ésta es el favor de Dios que toma el lugar por nosotros y hace que nos ame desmedidamente aún sin merecerlo; entonces, en ese poder de Su amor, ÉL nos perdona y nos limpia restaurando nuestra imagen y propósito. Todos debemos saber que Dios está listo para restaurar nuestra vida, pero somos precisamente nosotros quienes debemos acercarnos con disposición de renovar nuestra relación con ÉL.
Es una realidad que el proceso de restauración es diferente en cada persona; por ello quienes queremos servirle a Dios no debemos angustiarnos al no ver en nuestra velocidad sus cambios; Dios va a perseverar en Sus hijos a Su manera y por medio de Su Gracia; ÉL tiene el amor suficiente para aún esperar y desarrollar todas las estrategias necesarias, para que ésta se manifieste.
Debemos enfocarnos principalmente en que la persona conozca, reciba y ame a Jesús, así poco a poco irá dejando atrás toda atadura al pecado, para finalmente llegar a ÉL y someterse con amor.
Finalmente, entiendo que éstas son las tres hermosas consecuencias de aceptar y vivir en la Gracia de Dios:
Primero aprendemos a vivir como Jesús. Segundo, somos libres de la condenación y de la culpa. Tercero, nos apartamos del pecado.
La esencia de la transformación se basa en que si la persona le cree a Jesús, lo recibe; si lo recibe, lo conoce; si lo conoce se sujeta; y si se sujeta, ÉL nos transforma.
La restauración se basa en enseñar a las personas la Verdad en Cristo para que se dirijan por la senda de Su Gracia, pues cuando pecamos se pierde nuestro diseño original, distorsionando la imagen de Dios en nosotros mismos y olvidamos que somos Su sueño hecho realidad.
Aunque la persona, después de pecar sienta que muchos la señalan y le acusan de pecadora, debe afirmarse en que el sueño de Dios en ella sigue vigente. Para poder entenderla debemos tratar de asimilar su sentir, pensando en cómo nos gustaría ser tratados en su situación.
No olvidemos que la restauración no se da por nosotros, es por Quien está en nosotros; al perderlo de vista, comienza a gestarse dentro del mentor un espíritu de orgullo que va minando y destruyendo su corazón. La restauración es un milagro y nosotros; somos un valioso instrumento en las manos de Aquel que restaura.
Dios les bendiga grandemente.
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