“Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor.”
Este pasaje se ha convertido en uno de mis favoritos, en especial la parte que dice: “…recibiendo nosotros un reino inconmovible”.
Honestamente, no creo que se necesita ser teólogo para comprender el “misterio” detrás de esta última frase.
¿A qué se refiere con “recibir el reino”? Creo que hay algo hermoso y maravilloso detrás de esa frase, además del simple hecho que al recibir a Cristo en nuestro corazón somos parte de esa herencia.
Al recibir a Cristo, creer en ÉL, confesarlo y declararlo como nuestro Señor y Salvador recibimos la herencia, pero además recibimos el Reino y TODO lo que es. Dios creó el Cielo, Su reino, para que nosotros pudiéramos habitar con él. Lo hizo de una manera tan perfecta y hermosa que toda Su hermosura, belleza, toda Su sublimidad y perfección está plasmada por todo el reino. Su reino refleja su hermosura y perfección, su pureza y santidad.
Al recibir Su reino, recibimos esa hermosura, recibimos ese valor como hijos de Dios y coherederos con Cristo.
Continúa diciendo la Palabra de hoy: “…tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor.”
Lo anterior significa que debemos tener gratitud por recibir ese reino inconmovible, el cual nosotros podemos recibir gracias a Jesús y a su muerte. Sin su muerte, no habría redención de pecados; sin redención de pecados, no podríamos ser salvos; y si no somos salvos, no podríamos recibir Su reino.
Dios también creó el reino para que nosotros pudiéramos disfrutarlo. Su reino está en cada uno de nosotros, y lo podemos ver en nuestros talentos, nuestros dones, nuestra nueva forma de ser en Cristo Jesús, en el amor que debe de haber entre nosotros. Lo creó para que lo disfrutemos en el gozo que se obtiene por medio de ÉL, en esa paz que sobrepasa todo entendimiento, en ese amor que arde en nosotros. Si un hermano(a) en Cristo se siente feliz, gozoso por las bendiciones de Dios en su vida y no nos sentimos igual que él (ella); si no valoramos lo que Dios hace en nosotros y/o en otras personas; si no valoramos en Dios su perfecto y bello plan para nuestras vidas; si no tenemos ese mismo sentir de acuerdo a la Palabra; si no nos damos cuenta de lo grande y poderosa que es la herencia, la cual pasó directamente sobre la muerte junto con Jesús, entonces seguramente nos estaremos perdiendo una parte importante del reino de Dios.
Jesús murió en la cruz para así poder recibir Su herencia y pasar la eternidad con ÉL. Así es. Esa herencia que obtuvimos –y que es nuestra salvación– indudablemente es un regalo inmerecido que Dios nos dio a través de la muerte de su hijo Jesús. La salvación es el más grande regalo que podemos encontrar en Jesucristo, pero no se gana fácil.
Pero ¿Cómo que no se gana fácil si la recibimos al confesar a Cristo como nuestro Señor y Salvador?
Bueno, la recibimos por gracia, por amor, pero sobre todo por fe. La salvación es el resultado de la muestra de amor más grande en el universo, es algo que no merecemos, pero que nos es dado por amor.
Necesitamos reflejar ese mismo deseo y pasión que Cristo tiene por nosotros; necesitamos reflejar ese anhelo de obedecerlo y de honrarle, todos los días de nuestra vida.
Dios los bendiga.
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