¿Quién me tocó?

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Marcos 5:30-34 (RVR)
“—¿Quién me ha tocado el manto? Sus discípulos le dijeron: —Ves la multitud que te apretuja, y preguntas: «¿Quién me tocó?»
El miraba alrededor para ver a la que había hecho esto. Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, fue y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad. El le dijo: —Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda sanada de tu azote.”

En la Palabra podremos comprobar no una, sino infinidad de sucesos en los que Dios promete bendecir y prosperar a Sus hijos, pero nosotros tenemos que hacer lo propio y eso solo lo logramos haciendo lo que nos ocupa, moviéndonos y viviendo en fe.

En el pasaje que nos ocupa el día de hoy, la mujer que sufría de flujo de sangre no esperó que el Señor fuera a sanarla, sino que fue ella la que generó el milagro, principalmente por su fe, pero también porque se movió y fue hacia Jesús.

La bendición o prosperidad no solo es material, la prosperidad no es pecado, por el contrario, la prosperidad es una bendición y una responsabilidad. No tengamos prejuicios frente al dinero, porque lo malo no es el dinero sino el amor al dinero. Sin lugar a dudas el dinero es necesario en nuestra tarea de procurar por nuestra familia y por aquellas personas que están a nuestro cuidado.

La prosperidad es un milagro de Dios, pero también un proceso, ya que demanda paciencia, entrenamiento y cuidado. Necesitamos entrenarnos y educarnos para poder prosperar en Dios; necesitamos saber hasta cuándo debemos ser empleados, necesitamos saber cuándo empezar a ser empresarios y para ello debemos entrenar nuestra mente en fe, y cómo es esto, en lugar de pensar o razonar, actuar, pero sobre todo creer que Dios hará, aunque las circunstancias digan lo contrario.

La prosperidad tiene sentido cuando la compartimos; si buscamos prosperidad solo para beneficios propios, ya no es prosperidad sino avaricia.

Debemos tener cuidado de hablar, actuar y decidir a la manera de Dios. La principal raíz de amargura en el hombre es un vivir lejano de la voluntad de Dios; necesitamos hacer un alto y analizar nuestra forma de vivir. Nuestra vida es lo más importante que tenemos y debemos cuidarla y saberla usar.

Necesitamos empezar a vivir clara y transparentemente. Cuando nos demos cuenta de que estamos haciendo algo incorrecto, saquémoslo inmediatamente porque eso nos impedirá disfrutar de la prosperidad que Dios tiene para nosotros. Cuando nos aferramos a lo incorrecto, llevaremos una vida vacía, por mucha riqueza que haya en nosotros.

No podemos complicarnos la vida por nada recordando todo lo malo que nos sucedió desde niños. Vivir en el Señor nos hace vivir llenos del amor del Padre. No estemos recordando lo negativo de la gente o de nosotros mismos; no permitamos que nuestro pasado marque nuestra vida, Dios es quien marca el destino de nuestra vida, no el mundo ni el pasado.

“Pero después me acuerdo de todo lo que has hecho, oh SEÑOR; recuerdo tus obras maravillosas de tiempos pasados. Siempre están en mis pensamientos; no puedo dejar de pensar en tus obras poderosas.” Salmos 77:11 (NTV)

Pudimos haber cometido pecados pero con Cristo somos nuevas criaturas, ahora somos hijos de Dios. No recordemos a la gente por lo malo que nos ha hecho, recordemos la gente por todo lo bueno que hemos vivido juntos, perdonemos todo lo malo, asumamos que nunca jamás sucedió lo malo, determinemos recordar a la gente por lo bueno que vivimos y así tendremos un gozo y una fuerza imparable. Lo que nos marca es la bendición del Señor Jesucristo, no las palabras que nos ha dicho la gente, aunque sea nuestra propia familia.

“El alma del perezoso desea y nada alcanza, pero el alma de los diligentes será prosperada.” (Proverbios 13:4 RVR)

Es importante predicar con el ejemplo, hablar con nuestros hechos y no con palabras: rompamos la pereza y el desánimo, no aceptemos la idea en nuestra mente de que no podemos hacer tal o cual cosa, ya sea en el trabajo, escuela, ministerio; recordemos que con Cristo todo lo podemos hacer; nunca es tarde para estudiar, nunca es tarde para mejorar nuestra vida; es el tiempo que Dios tiene para nosotros, seamos diligentes para preparar la tierra, que Dios mandará la lluvia.

Dios es un Dios de orden y es por ello que en todas las áreas de la vida debemos luchar por ese orden. Dios se mueve en medio de la gente que trabaja en orden; planifiquemos, midamos, evaluemos y, si es necesario, corrijamos el camino.

Dios les bendiga abundantemente.

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