1 Corintios 1:27-28 RV60
“sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es,”
El Señor se goza cuando ve vidas transformadas al someterse al poder del Espíritu Santo; se goza al ver como esas vidas que se han abierto para ÉL ingresan arrollando todo lo carnal, todo lo mundano; se goza al ver cómo se van limpiando del pecado que hay dentro de ellos, para ir transformándose en vasos de honra para nuestro Dios.
Solo un verdadero cristiano sabe lo que se siente al haber disfrutado del poder transformador de Jesús, pudiendo comprender que bajo el poder de Dios, lo desechado por el mundo es transformado por el Señor en herramientas dignas para su servicio.
El mundo cree en el nacimiento de Jesús como un buen momento comercial y consumista, pero no cree en el poder transformador de Jesús, y es lógico pues muchos, inclusive dentro de las congregaciones, tampoco creen que Jesús vino a transformarles pues no consideran la posibilidad de que sean ellos mismos quienes le impiden actuar a ese poder.
“Al tercer día se hicieron unas bodas en Caná de Galilea; y estaba allí la madre de Jesús. Y fueron también invitados a las bodas Jesús y sus discípulos. Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le dijo: ¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora. Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que os dijere. Y estaban allí seis tinajas de piedra para agua, conforme al rito de la purificación de los judíos, en cada una de las cuales cabían dos o tres cántaros. Jesús les dijo: Llenad estas tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: Sacad ahora, y llevadlo al maestresala. Y se lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua hecha vino, sin saber él de dónde era, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo, y le dijo: Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; más tú has reservado el buen vino hasta ahora. Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él”. (Juan 2:1-11 RV60)
Este es el momento donde comienza el ministerio terrenal del Señor, y es manifestando el poder de lo sobrenatural frente a la realidad material; Jesús presentaba en esta transformación la simbología de la tarea que llevaría a cabo en el mundo, que estando preso de la incredulidad pudiéramos ser salvos y no nos pase como al pueblo que Dios rescató de Egipto para llevarles a la tierra prometida, y que no pudieron entrar a causa de incredulidad.
La transformación es la base sobre la cual opera el poder de Dios para llevar adelante los milagros que hicieron que el mundo creyera, e incluso sus propios discípulos; fue necesaria la transformación del agua en vino, como fue necesaria la transformación del cuerpo del Señor antes de ser glorificado para que esos mismos discípulos creyeran en lo que estaban viendo cuando:
“finalmente se apareció a los once mismos, estando ellos sentados a la mesa, y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado.” (Marcos 16:14 RV60)
El Señor viene a transformar nuestras vidas, y es lo que debería suceder cuando llegamos a su camino ya que allí se cumple la promesa:
“Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres, y vosotros me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios. Y os guardaré de todas vuestras inmundicias; y llamaré al trigo, y lo multiplicaré, y no os daré hambre. Multiplicaré asimismo el fruto de los árboles, y el fruto de los campos, para que nunca más recibáis oprobio de hambre entre las naciones,” (Ezequiel 36:25-30 RV60)
Sin embargo, en nosotros está la libertad de permitir que esa transformación se lleve a cabo en plenitud, de manera que podamos primeramente alcanzar la salvación, pero también una vida próspera y sin necesidades donde se marque la presencia del Señor.
Cuantos hay en el mundo, y en las congregaciones, que no hemos permitido que el poder de Dios actúe sobre nosotros, que seguimos prisioneros de los vicios y que seguimos en una situación de escasez económica. Es ahí cuando deberíamos pensar en someternos al poder transformador de Jesús, ese poder que así como transformó el agua en vino puede transformar todos los vicios o adicciones en pan y en el dinero que nos falta para llevar adelante el bienestar de nuestra familia.
Así como transformó el agua en vino, también puede transformar las discusiones y peleas que son fruto de las borracheras, en provechosas conversaciones o estudios de la Palabra que dé como fruto un crecimiento del amor matrimonial y madurez espiritual; el Señor puede mostrar su gloria transformando las adicciones en experiencias a transmitir para que otros no caigan en esas mismas redes que el enemigo presenta como muy agradables o como la única salida de los problemas.
El Señor nos habla en su Palabra a fin de marcar su voluntad para cada uno de nosotros, diciéndonos:
“Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma, pues mucho me regocijé cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu verdad, de cómo andas en la verdad. No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad ” (3 Juan 1:2-4 RV60)
La prosperidad de nuestra alma la obtendremos sometiéndonos al poder y soberanía de Dios para que nuestra vida sea transformada totalmente conforme a su voluntad.
El Señor nace en nuestra vida para transformarnos y para eso es necesario que la Palabra ocupe todos los rincones de nuestro ser; muchos hemos permitido que el poder transformador de Jesús obre en nuestro interior y nos convierta verdaderamente en nuevas criaturas, pues:
“si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17 RV60)
Y otros siguen sufriendo en sus propias prisiones, a pesar de que les ha llegado la Palabra y la enseñanza:
“no oyeron ni inclinaron su oído para convertirse de su maldad, para dejar de ofrecer incienso a dioses ajenos” (Jeremías 44:5 RV60)
Recordemos siempre que Jesús está ahora con nosotros, que Jesús está esperando que le presentemos nuestros vicios, nuestras adicciones, nuestras enfermedades, nuestros problemas; que Jesús ahora quiere ingresar a nuestra vida para transformarla.
Permitámosle actuar, hagamos todo lo que nos diga; obedezcamos su voz y su Palabra y veremos cómo nuestra vida llena de problemas se transforma en una vida de felicidad junto a nuestra familia, pudiendo decir como el salmista:
“Has cambiado mi lamento en baile; Desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría. Por tanto, a ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado. Jehová Dios mío, te alabaré para siempre” (Salmo 30:11-12 RV60)
Dios les bendiga grandemente.
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