¡Alégrate!

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Eclesiastés 11:9-10
“Alégrate, joven, en tu adolescencia, y tome placer tu corazón en los días de tu juventud; y anda en los caminos de tu corazón, y en la vista de tus ojos; mas sabe, que sobre todas estas cosas te traerá Dios a juicio. Quita, pues, de tu corazón el enojo, y aparta de tu carne el mal; porque la adolescencia y la juventud son vanidad.”

Hoy en día en hay familias en donde, independientemente de cual sea su situación, los jóvenes ocupan un lugar importante dentro de ellas, existiendo la obligación por parte de ellos de valorar a sus padres (Mamá y Papá) y demás integrantes de la misma. Desafortunadamente en la juventud hay muchas luchas de vanidad y esto hace que los jóvenes empiecen a tomar en poco a los padres.

A los jóvenes les llega un tiempo en el que creen que se las saben todas, a poco no? Sin embargo, lo que los jóvenes tienen que entender es que los padres ya pasaron por esa edad y saben de qué les están hablando. Como jóvenes tienen que aprender a valorar la familia, al punto de agradecer a Dios por el tipo de familia que tienen.

En nuestras familias hay muchas diferencias y la edad es una de ellas. Efectivamente, nuestra edad es diferentes a la de nuestros hijos, y esa diferencia de edad nos da perspectivas de vida diferentes tanto a unos como a otros. Todos los hijos demandan que nosotros como padres los entendamos, pero debemos tener en cuenta que la perspectiva de ellos en la mayoría de las veces es muy diferente a la nuestra.

Otra diferencia puede ser el sexo. Los hombres vemos la vida diferente a las mujeres y si a eso le sumamos las diferencias de edades a la que nos referíamos antes, imagínense la situación o situaciones que pueden darse dentro de una familia entre padres e hijos.

No obstante lo explicado antes, es de suma importancia considerar que el problema no son las diferencias en sí; el problema es el no aceptar que hay diferencias, o lo que es peor, desconocer que las hay. El hecho de que existan diferencias no significa que no podamos amarnos como padres e hijos, el hecho de que haya diferencias no significa que no podamos tolerarnos y procurarnos como padres e hijos.

¿Cómo vemos nosotros los adultos nuestra familia? Regularmente la vemos desde la óptica de la responsabilidad, y en el caso de los jóvenes ellos la ven desde el punto de vista de la diversión, o desde un punto de vista menos formal o estructurado que nosotros, pero el hecho de que no haya coincidencia en ambos puntos de vista ello no significa que estén mal los jóvenes y nosotros bien, o viceversa; lo importante es estar conscientes de ello y saber actuar al respecto.

Las diferencias demandan diferentes clases de necesidades y medidas para atenderlas. Por ejemplo en las edades, un niño de 5 años requiere ser llevado de la mano pero uno de 15 no, y marcar tal diferencia no significa querer más al pequeño y rechazar al adolecente. Tenemos que construir la vida de nuestras familias bajo el conocimiento de esas diferencias, a fin de poder ser sabios en nuestras decisiones, pues las quejas y falta de coincidencias jamás solucionarán nada y antes causarán división entre sus integrantes.

Debemos entender que los jóvenes cambian demasiado rápido. Cuando somos jóvenes estamos en una etapa donde el cambio no solo es físico, sino mental y emocional. Tales cambios no son sencillos para la familia, aunque sea algo normal en el desarrollo del ser humano.

La mente de los jóvenes cambia constantemente. Por ejemplo hay una edad en la que ya no les gusta compartir tanto tiempo con la familia y prefieren compartir tiempo con los amigos o quedarse viendo televisión. Otros cambios emocionales también aparecen porque surge la atracción con una persona del sexo opuesto. Sin embargo, a ti como joven, no obstante los cambios de que eres objeto, te corresponde cumplir con el mandato de Dios de honrar y obedecer a tus padres, y si ellos dicen vamos a salir, pues te toca salir con ellos y de buena manera, porque es lo que Dios quiere.

“Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres; porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien , y seas de larga vida sobre la tierra.” (Efesios 6:1-3 RV60)

Jóvenes, sean obedientes a sus padres, porque esto garantiza que tengan el suficiente amor por parte de ellos, pero sobre todo garantiza bendición sobre sus vidas, porque es promesa de Dios. Jóvenes, no pretendan llenar sus vacíos emocionales fuera de casa y con gente extraña, simplemente porque creen tener una mala relación con sus padres, pues el pretender hacer eso siempre termina convirtiéndose en un grave daño para ustedes.

Padres, seamos sabios y amemos y disciplinemos a nuestros hijos en amor, con sabiduría y justicia del cielo, pero sobre todo, corrijamos e instruyamos a nuestros hijos con el ejemplo de nuestros actos, que es lo único que convence. Como me lo comentó precisamente un joven hermano en Cristo hace un par de días, “seamos poderosos predicadores de la Palabra de Dios, y solo si es necesario, utilicemos las palabras.”

Dios les bendiga grandemente.

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