¡Acuérdate de mi Señor!

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Salmo 106:4-5 (NTV)

“Acuérdate de mí, SEÑOR, cuando le muestres favor a tu pueblo; acércate y rescátame. Déjame tener parte en la prosperidad de tus elegidos. Permite que me alegre por el gozo de tu pueblo; concédeme alabarte con los que son tu herencia.»

Dios nos ha dado la vida para disfrutarla, ese es su anhelo.  Entonces ¿Por qué en ocasiones no la disfrutamos?

Considero que la mayoría de las veces no la disfrutamos porque le damos un valor que no se merecen a todas nuestras aflicciones y problemas.  Es decir, no sabemos afrontar nuestros problemas porque no acudimos con la persona correcta:  Jesucristo.

Cuando Cristo no es quien nos acompaña en nuestras aflicciones, entonces permitimos que entre en nuestra vida la desesperación, la tristeza, etc. ¿A caso hemos permitido todo ello en nuestra vida?

Si hemos permitido algo de esto en nuestra vida, considero que es el tiempo de tomar la decisión de sacarlos.  Una persona con depresión no disfruta la vida, no disfruta a su familia, no disfruta su trabajo; es por ello necesario la asistencia del médico de médicos: Jesús.

La tristeza y desesperación no pueden estar por encima de nuestro Dios; sin embargo, sucede aun cuando nuestra prioridad o preeminencia sea el Señor, sucede aun cuando nuestra fe sea lo único que nos mantiene de pie, ya sea por nuestra esposa, ya sea por nuestros hijos.  Tenemos que darle la oportunidad a Jesús de que con su amor nos sane de ello.  No hay otra manera.

“El hombre que está en honra y no entiende, Semejante es a las bestias que perecen.» (Salmos 49:20 RVR)

Pensemos por un momento ¿Cuántas bendiciones nos ha dado Dios? Bastantes!!!

No veamos solo las deudas y problemas.  Es cierto que cuando una persona pasa por pruebas y dificultades suele ver solo los problemas y olvidar los privilegios, pero para eso estamos nosotros que le vamos a ayudar a recordar algunos privilegios: Dios nos dio el privilegio de vivir, de tener una familia, de ser padre, de ser hijo, el privilegio de la salvación, el privilegio de servir en la obra de Dios, la salud, el trabajo, nuestra empresa, de tener un lugar donde dormir, de tener algo que comer, de ver la luz del día cada mañana, de poder escuchar las cosas maravillosas de la creación, de poder oler el desayuno de la mañana o las flores del campo, de correr, el privilegio de pensar, de estudiar.   Tal vez no tengamos coche, ni casa propia, pero es un hecho que existen muchísimas más bendiciones que carencias.

¿Cómo no amar a Dios si nos ha dado tantas cosas, especialmente la salvación a través de la crucifixión de su Precioso Hijo Jesús? Nuestro deber no es pagarle a Jesús por lo que hizo por nosotros, pues nunca podríamos, sino que nuestro deber es valorar estos privilegios y bendiciones.

Cuando un papá le regala un juguete a su hijo, no está esperando que su hijo se lo pague, pero si está esperando que su hijo disfrute ese juguete, que lo cuide y lo aproveche al máximo.  Exactamente así sucede con Dios.

“Porque Dios es nuestro Dios eternamente y para siempre; por siempre  nos guiará.” (Salmos 48:14)

Nosotros tenemos un Dios demasiadamente grande, tan grande que puede guiarnos aún más allá de la misma muerte. Pero ese Dios grande que tenemos también nos va a pasar por el fuego para ser corregidos: y así como el oro se vuelve más puro y mejor cuando es pasado por el fuego, así también después de haber sido pasados por el fuego seremos mejores.

Todos necesitamos ser corregidos permanentemente para ser mejores, de hecho a veces Dios nos corrige usando gente que ni siquiera va a la Iglesia, gente que ni siquiera conoce de Cristo; y cuando valoramos la corrección, da como resultado fruto apacible de justicia en nosotros. Pero cuando no valoramos la corrección, el orgullo y la soberbia se van a enseñorear de nosotros.

Apartemos un tiempo en las mañanas con el Espíritu Santo para que tengamos un dialogo sincero con ÉL y  descubriremos cosas asombrosas. Seamos humildes de corazón, aprendamos a hacer el bien y Dios nos cuidará para siempre.

Dios les bendiga abundantemente.

 

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