“No permitas que cedamos ante la tentación, sino rescátanos del maligno.”
La vida no es fácil eso es un hecho. Siempre habrá dificultades, pero la forma de superarlas estará en función de quién estará con nosotros para ayudarnos a enfrentarlas. Es por ello que tales situaciones difíciles no debemos nunca enfrentarlas a nuestra manera, sino a la manera de Dios.
De todas esas situaciones difíciles en la vida hay dos verdaderamente peligrosas: la tentación y la codicia.
La tentación es un estímulo o atracción para caer o hacer lo incorrecto, lo ilegítimo, lo malo; y lo lamentable es que la tentación es algo de todos los días, es algo que está siempre frente a todo hijo de Dios.
“Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.” (Mateo 5:29-30 RVR)
La razón por la que las bendiciones se pierden, es porque caemos en tentación. La tentación regularmente afecta nuestro cuerpo, nuestra salud, dadas las consecuencias que trae consigo. ¿Por qué? Porque no estuvimos lo suficientemente cimentados en la roca, porque no estuvimos lo suficientemente sumergidos en el río de agua viva, nuestro Señor Jesucristo.
Muchos nos conformamos porque no somos los únicos en caer en tal o cual tentación, a fin de buscar un descanso en nuestras conciencias. Otros empezamos a utilizar medicamentos para poder soportar los embates de nuestras dañinas tentaciones.
No es suficiente con saber que algo es malo o pecaminoso; el no caer en tentación va a implicar mucho más que inteligencia o trabajo mental, es importante ante todo reconocer cuándo se está ante una tentación y qué tan frágil podemos ser, pues otra cosa es sí ya hemos caído en ella, porque son dos cosas diferentes.
Si estamos en uno de estos supuestos es importante buscar la ayuda idónea, la ministración, la unción, el poder del Espíritu Santo. Es importante reconocer que no podemos solos ante una tentación y de esa forma es que permitimos que Dios nos pueda ayudar a través de la gracia de Su Precioso Hijo Jesús.
El enemigo no nos va a respetar porque pertenezcamos a tal o cual religión, de ninguna manera, porque la religión no defiende a nadie, lo que nos defiende en cualquier momento, es el Señor Jesucristo, ya que Él es el Único interesado en nuestra restauración, en nuestro bienestar.
“Tales son las sendas de todo el que es dado a la codicia, la cual quita la vida de sus poseedores.” (Proverbios 1:19 RV60)
Igual sucede con la codicia ¿Qué es codicia? La codicia es querer tomar algo en una forma incorrecta. Es querer obtener o lograr algo ilegítimamente. Adán y Eva no tenían por qué comer del fruto del árbol que Dios les prohibió, ya que ellos no se iban a morir de hambre, pero pudo más su codicia.
La codicia nos lleva a tomar cosas, posiblemente necesarias para nuestra vida, pero de manera anticipada, a destiempo y de una forma incorrecta, de tal manera que tales cosas las volvemos infructuosas e innecesarias para nuestra vida.
Debemos aprender a enfocarnos en lo que es legítimo, tanto en sus formas como en sus tiempos, para poder obtenerlo. Tenemos que aprender a estar contentos con lo que Dios nos ha dado. No es malo anhelar más, pero debemos permitir que Dios nos abra las puertas para esas bendiciones. Muchos caen en codicia, justamente porque creen que tienen derecho a todo, cueste lo que cueste.
¿Algo nos es ocasión de caer? Claro que si, y esto puede estar en personas, conductas y lugares. Hay personas que tienen conversaciones que nos generan tentación; hay conductas propias o de extraños que permitimos en nuestra vida y que nos generan tentación. Finalmente, hay ciertos lugares y situaciones que por no estar en lo que debemos de estar, nos son ocasión de caer.
Tenemos que cortar con todo ello, hacer uso del dominio propio con el cual Dios nos ha dotado a todos, separar todo lo incorrecto de nosotros, aunque nos duela, porque nos va a doler y mucho.
Debemos recordar que somos dueños de nuestras decisiones y, por consiguiente, dueños de sus consecuencias.
“Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.” (Tito 2:11-14)
Armémonos de valor y acudamos a la fuente inagotable de gracia que es nuestro Señor Jesucristo, porque solos no podremos contra las tentaciones y la codicia, porque sin Cristo nos cansaremos, porque sin Cristo fracasaremos.
Dios les bendiga grandemente.
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