Génesis 12:2-3 (LBLA)
“Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga, maldeciré. Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra.”
Como seguidores de Jesucristo tenemos que marcar la diferencia y ello significa que nuestros hogares oigan, crean y obedezcan la voz de Dios. Necesitamos vivir de forma contundente, porque Dios quiere bendecir a su pueblo abundantemente. Por ello, debemos erradicar de nuestras generaciones toda maldición.
Cuando decidimos ser distintos a todo lo que el mundo dice o pide, seguramente no le vamos a agradar a la gente y posiblemente nos van a criticar, porque no participamos de lo que el mundo ofrece.
Es de valientes perseverar y agradar a Dios al costo que sea, sin importar cuánto nos critiquen. Nosotros necesitamos ser un padre y una madre fieles a Dios y pedir sabiduría a Dios para educar a nuestros hijos. Debemos poner a nuestra familia en el orden de Dios, porque no se trata solamente de orar y asistir cada domingo a la iglesia, sino de hacer todo conforme el orden de Dios.
Si queremos marcar la diferencia debemos comenzar por nuestra familia, repito. Si lo que realmente hemos venido haciendo es perseverar en agradar a Dios, entonces estemos seguros que hemos formado unos muros de contención alrededor de nuestra familia y, en consecuencia, tendremos hijos que serán excelentes en todo lo que hagan.
La bendición se establece cuando una familia determina consagrarse para Dios, es decir, aquella familia que marca la diferencia y establece distancia de aquello que no agrada a Dios.
Cuando determinamos en nuestra vida honrar a Dios con todo el corazón y con todas nuestras fuerzas, entonces la bendición que Dios nos da va a alcanzar a toda nuestra familia, porque la promesa que Dios le dio a Abraham sigue sobre nosotros.
Cuando por encima de todo lo único que queremos es agradar a Dios, lo material y todo aquello que no nos conviene, nunca podrá manipularnos más, pues empezaremos a desarrollar un dominio propio sobre nuestras vidas, lo que no nos permitirá llevar por la corriente de este mundo (pecados, excesos, deudas, etc.,).
Cuando decidimos consagrar nuestra familia a Dios, invariablemente estaremos listos para servirle a ÉL. El servicio a Dios es un tema de perseverancia. Como familias perdemos privilegios por la falta de perseverancia. Todos hemos sido llamados por Dios para transformar nuestras vidas a través de Jesucristo Su Hijo, con el propósito de que podamos ser parte de la familia de Dios, pues ÉL no nos ha llamado a una religión, sino para que le pertenezcamos y nos encontremos con el Señor por siempre.
El verdadero corazón que dice amar a Dios se prueba en la adversidad: cuando nos calumnian, cuando son injustos con nosotros. El verdadero corazón que dice amar a Dios se prueba en medio de las deudas, de las enfermedades, de la soledad y el abandono de otros.
Los tiempos actuales no son fáciles para conservar la unión familiar, por ello debemos tomar distancia de todo aquello que desagrada a Dios.
Entreguemos a Dios nuestras familias, consagremos a Dios nuestras familias, que ÉL se encargará de cuidar de nosotros.
Dios les bendiga grandemente.
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