Mateo 3:1-3 (RVA)
“En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, Enderezad sus sendas.”
Hoy en día estamos bajo una autoridad completamente nueva: la de Jesús. Así es. Por medio de Jesús hemos sido liberados del dominio del enemigo: Satanás.
A medida que comenzamos a crecer en nuestra nueva vida en Cristo, descubrimos que la única manera de disfrutar la vida en el Reino de Dios es teniendo una buen relación con Jesús. En el comienzo de nuestra nueva vida con Dios, nuestra relación con Jesús se manifiesta de dos asombrosas maneras: como Salvador y como Señor.
La primera relación que comenzamos a tener Jesús es como nuestro Salvador. No podemos conocer a Dios como Padre hasta no haber recibido a Jesús como nuestro Salvador, pues con Su muerte nos rescató del reino de Satanás.
«Aunque era Hijo de Dios, Jesús aprendió obediencia por las cosas que sufrió. De ese modo, Dios lo hizo apto para ser el Sumo Sacerdote perfecto, y Jesús llegó a ser la fuente de salvación eterna para todos los que le obedecen.” (Hebreos 5:8, 9).
Cuando conocemos a Jesús como Salvador, espiritualmente entramos en el Reino de Dios, pero con ello no terminan nuestra relación con ÉL.
Una vez dentro de Su Reino, nuestra relación genuina con Jesús comienza a tomar cambios impresionantes, ya que ahora le conocemos no sólo como nuestro como Salvador, sino también como nuestro Señor.
“Por lo tanto, de la manera que recibieron a Cristo Jesús como Señor, ahora deben seguir sus pasos.” (Colosenses 2:6 NTV).
«Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo» (1 Corintios 12:3 RV60).
Efectivamente, la relación con Jesús como nuestro Señor implica obediencia a todo lo que ÉL nos ha pedido que hagamos, a fin de entrar en el Reino de Dios y poder disfrutar del ORDEN Y LA PAZ DE DIOS en todo lo que hacemos y en todo lo que nos rodea.
Jesús, aunque era Rey en el Reino, se hizo siervo. Este es el ejemplo de lo que debe ser el verdadero ciudadano del reino de Dios.
«Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis» (Juan 13:13-15 RV60).
Como miembros del Reino de Cristo entramos en una relación con Él equivalentes a las de Maestro y siervos. Jesús vino a cumplir la voluntad de Su Padre mostrando al mundo cuál es el estilo de vida del Reino: vivir para agradar a Dios.
A muchos de seguidores de Cristo no les agrada el concepto de ser siervos, porque les hace parecer inferiores a los demás. Triste realidad, porque el estilo de vida del Reino de Dios implica tener una actitud de SUMISIÓN y OBEDIENCIA A DIOS. Esa sumisión a la voluntad de Dios, nunca debe ser con renuencia, por temor u obligación, sino más bien por amor y gratitud a ÉL por todo lo que ha hecho por nosotros.
Puesto que fuimos creados por Dios, también fuimos hechos para Su Reino y Su estilo de vida, pues el fruto del Reino es simplemente el resultado natural del milagro de nuestro nuevo nacimiento al haber recibido como nuestro Señor y Salvador a Jesucristo.
De acuerdo a la Palabra del día de hoy, nuestro Señor Jesucristo acercó a nosotros el Reino de los cielos. La pregunta es ¿Realmente somos ciudadanos del Reino?
Dios les bendiga grandemente.
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