Mateo 16:24-28 (RV60)
“Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras. De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino.”
Es impresionante como en el mundo, y no solo en la idiosincrasia mexicana, la frase “Solo para hombres” conlleva un grado de exclusividad y supremacía con respecto a todos aquellos que no lo son o aparentan serlo. Inclusive, aún siéndolo por condición de género, tal frase conlleva a considerar solo a aquellos que “sean muy pero muy hombres”.
Es amplio el alcance y significado de tan connotada frase. Algunos ejemplos comunes de tal acepción podría ser: tener o andar con muchas mujeres, y si hay hijos con más de una, mucho mejor; tomar en cantidades industriales y aguantar mucho frente a los cuates; no echarse para atrás ante cualquier provocación y responder como “hombrecito”, sobre todo cuando me respaldan mis cuates; andar armado y actuar prepotentemente frente a cualquier incauto que nos pase por enfrente; ser ferviente y valiente seguidor de algún equipo en particular, ustedes pónganle la disciplina y uniforme que quieran, y morir y dar la vida por tan preciado grupo de ídolos; relegar a la esposa o mujer la responsabilidad de cuidar a los hijos y ver por la casa, en lo que el hombre trabaja o está con los amigos, etc., etc.
En fin, pudiera pasarme escribiendo muchos ejemplos reales de lo que significa “ser muy hombre”. Pero dejémoslo ahí.
Sin duda alguna el tema de la fe, no la religión, es un tema delicado y arriesgado, porque partimos de algo que no se ve, de algo que nace de las miles y miles de palabras y promesas escritas en un compendio de libros denominado Biblia. Simple y sencillamente partes de cero, de la nada. Es como aventarte de un avión en pleno vuelo sin paracaídas.
Lo repito y lo reitero una y otra vez, la vida de fe es el acto más arriesgado que puede existir sobre la faz de la tierra. ¿Por qué?
Porque por fe no vemos con nuestros ojos sino con nuestro corazón;
Porque por fe caminamos y no por vista;
Porque por fe tenemos que ver las cosas que no son como si fueran;
Porque por fe debemos tener la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve;
Porque por fe debemos creer con el corazón para justicia y confesar con nuestra boca para salvación;
Porque definitivamente por fe debemos confesar con nuestra boca que Jesús es el Señor y creer en nuestro corazón que Dios le levantó de entre los muertos, para ser salvos.
Sin perjuicio del llamado que nos hace la Palabra de hoy para tener el honor y beneficio de ser discípulo de Cristo, realmente lo que nos hace es un verdadero llamado de hombría a todos aquellos que, por fe, estamos convencidos de la Verdad de cada uno de los fundamentos de fe expresados líneas arriba.
En esta porción de la Escritura tenemos que ir en pos de Jesús no es fácil. Ir en pos de Jesús requiere un verdadero valor para seguirle en el honor, honra y valor que ÉL mismo mostró al cargar con nuestros pecados en la cruz del calvario.
El verdadero hombre de fe y seguidor de Cristo, no antepone pretexto alguno ni esconde su fe delante de la gente, sino que valerosamente lleva su Evangelio por dondequiera que va.
Para ser un buen discípulo de Cristo se necesita ser un verdadero hombre, un hombre con la firme y deliberada resolución de seguir al Maestro, porque Cristo no quiere hombres forzados, sino voluntarios que decididamente le quieran conocer (Juan 7:17); verdaderos hombres que quieran tomar del agua de la vida gratuitamente (Apocalipsis 22:17b).
Para ser un buen discípulo de Cristo se necesita ser un verdadero hombre que se niegue a sí mismo, un verdadero hombre que le diga que no a ese “Yo” que hay dentro de nosotros (y que nos lleva a ser egocéntricos, autónomos y autosuficientes); un verdadero hombre que le diga a ese “Yo” que hay dentro de nosotros, que no queremos seguir nuestros propios planes ni servir a nuestros propios intereses, sino depender en todo de Dios y hacer y sufrir todo cuanto ÉL tenga programado para nosotros.
Todo ello, mis estimados hermanos, es el verdadero acto de hombría más grande que hay sobre la tierra, eso es ser un verdadero hombre en toda la extensión de la palabra, porque no se trata de una decisión momentánea, sino de una tarea constante, porque ese “Yo” es capaz de revivir y levantar la cabeza aun detrás de las más santas intenciones. Eso, la verdad, si es “solo para hombres”. ¿Lo eres?
Dios les bendiga abundantemente.
Recibe gratis en tu e-mail las reflexiones de El Principio.