¡A los pies de Jesús!

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Lucas 7:36-39 (RVA)
“Uno de los fariseos le pidió que comiera con él; y cuando entró en la casa del fariseo, se sentó a la mesa. Y he aquí, cuando supo que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, una mujer que era pecadora en la ciudad llevó un frasco de alabastro con perfume. Y estando detrás de Jesús, a sus pies, llorando, comenzó a mojar los pies de él con sus lágrimas; y los secaba con los cabellos de su cabeza. Y le besaba los pies y los ungía con el perfume. Al ver esto el fariseo que le había invitado a comer, se dijo a sí mismo: —Si éste fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, porque es una pecadora.”

Hay bendiciones tan especiales que sólo Jesús nos las puede entregar. En la vida lo importante no es precisamente el dinero, ni estar buscando con quien casarnos, ni llevar cuarenta años en el ministerio; lo importante en la vida es buscar la preeminencia de Dios en nuestra vida y, en consecuencia, disfrutar de lo que Dios nos da y en la forma como ÉL quiere que lo disfrutemos.

Hay gente que tiene una fuente de ingreso muy buena, pero cada mañana que se levanta a trabajar se le ve angustiado, porque el único que da el don de la felicidad es el Señor Jesucristo, no son las personas, no son las cosas ni circunstancias, ni mucho menos el dinero o los muchos ingresos; es Dios quien coloca gozo y paz en nuestro corazón.

Simón, el fariseo, era un hombre importante, tenía conocimiento religioso, tenía finanzas, pero tenía un gran faltante: no tenía a Jesús en su vida. Este hombre invitó a Jesús, pero no lo honró como era la costumbre hacerlo con los visitantes –darle agua para que refrescara sus pies y lavara sus manos, por el polvo del camino—sólo quería tener lo que Jesús le podía dar, o que la gente le diera reconocimiento por tener a Jesús en su casa.

¿Cuánta gente hoy en día está invitando a Jesús pero por interés?

Si somos de los que pensamos que por ser “buena gente”, o por no consumir drogas, o tomar alcohol de vez en cuando, o porque “no le hacemos mal a nadie”, es estar bien con Dios, permítame decirle que estamos sumamente equivocados. Con todo respeto eso no es ser buen cristiano (seguidor de Cristo), eso es ser un cristiano farsante.

O qué pasa cuando como “cristianos” nos empezamos a creer perfectos; si somos sinceros y nos analizamos bien nos percataremos que tal perfección nos lleva a juzgar a los demás. No emitamos juicio hacia nadie; todos cometemos errores y no podemos juzgar porque somos igualmente imperfectos. Cuando esto sucede, viene a nuestra vida un espíritu de juicio y así no podremos disfrutar de la presencia del Señor nuestro Dios; cuando tenemos juicio hacia alguien y consideramos a los demás peores que nosotros, aunque la presencia del Señor esté ahí, cerca de nosotros, no la podremos disfrutar.

Nosotros podemos corregir nuestras equivocaciones, pero nunca debemos juzgar. El sistema del mundo nos invita a juzgar a la gente a nuestro alrededor, pero no debemos dejarnos contaminar. Una persona que todo el tiempo está criticando no disfruta su vida. Hay esposas que no se creen merecedoras de su esposo, hay padres (papá y mamá) que tienen de menos a sus hijos. Simón, por su espíritu de juicio, no pudo disfrutar la presencia de Jesús, de hecho, estaba hasta juzgando a Jesús.

Observemos ahora el otro personaje en este pasaje: la mujer pecadora. Esta mujer llegó a una casa ajena, reconocía su condición de pecado, no se igualó al mismo nivel de Jesús, sino que estaba a sus pies: ella entendió realmente ante quién se encontraba. Impresionante!!!

Qué difícil es para muchos hoy en día reconocer cuál es nuestro verdadero lugar. Tenemos que acercarnos al Señor Jesús reconociendo quién es ÉL y cuánta es nuestra necesidad de Dios. Así mismo debemos entender y nunca olvidar que la paz de nuestra alma solo nos la puede dar nuestro Señor Jesucristo, y que para ello necesitamos ser humildes de corazón.

Dios les guarde siempre.

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