¿Incomodidad, será?

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Mateo 20:26-28 (NVI)

Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás; así como el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos.

Durante algunos días hemos venido platicando acerca del grande llamado que tenemos para servir a Dios, no importando la iglesia o fe que profesemos. Y por ello quisiera platicarles una experiencia personal que me sucedió el día de hoy.

Les comentaba que hoy me llamó grandemente la atención un comentario que nos fue hecho antes de empezar a servir, lo cual imagino nos fue explicado –y de verdad quiero entenderlo así– a virtud de los movimientos y cambios que ha habido en la iglesia debido al crecimiento de la misma.

En resumen lo que se nos dijo fue que todo cambio genera “incomodidad” en las personas que servimos en la iglesia, pero que lo importante era no olvidar a Quién realmente servimos, esto es, a Dios nuestro Señor. Que está bien –nos decían– que sirvamos estando “incomodos” pero siempre teniendo en mente a Quien servimos, repito, a Dios nuestro Señor.

Respecto de a Quién servimos no tengo la menor duda, y ese no es el tema. Que lo quieran usar siempre como justificación para cubrir negligencias y privilegios es otra cosa.

En el diccionario de la Real Academia Española “incomodidad” significa molestia, fatiga, disgusto, enojo. Me parece desafortunado que se nos lleve a servirle a Dios estando molestos, fatigados, disgustados o enojados, cuando lo que nos debe llevar a servir a Dios es su Espíritu Santo, la hermosa gracia de Jesucristo. La Biblia lo dice, en defensa de pretender sonar religioso.

El Espíritu Santo ha sido derramado sobre los creyentes, se nos dice en Hechos 2:17 y ello constituye un ungimiento. Por eso el apóstol Juan escribe: “Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas” (1 Juan 2:20, 27).

Con estos versículos de la Palabra quiero entender, sin caer en religiosidades, repito, que quienes estamos llevados a servirle a Dios estamos obligados por sobre todas las cosas a buscar la gracia de Jesús, la unción del Espíritu Santo, porque serán el amor y gracia de Jesucristo lo que impactará el corazón de las almas necesitadas, NO nosotros. Somos seres imperfectos y carnales que nunca podremos llegar en nuestras fuerzas y capacidades a las almas que Dios nuestro Señor quiere alcanzar por medio del sacrificio redentor de Su Hijo Jesús.

Quienes realmente saben lo antes mencionado, manifiestan sensibilidad a las oportunidades que el Espíritu Santo les ofrece. Es en cosas sencillas y naturales en las que Dios nos conduce, donde Dios nos toma de la mano para ser parte de su plan y propósito de alcanzar almas.

Nadie es perfecto ni inmaculado para servirle a Dios, de lo contrario NADIE podríamos servirle. Y sin duda alguna el servir a Dios es el principal propósito que tenemos –y no necesariamente detrás de un púlpito– pero desgraciadamente no se nos explica con claridad cómo hacerlo, y esa falta de claridad hace que existamos personas sin la actitud y el corazón correcto para servir a Dios; ojo, escribí CORRECTO, no bueno ni perfecto.

Lo grave de todo esto es que la falta de conocimiento para servir a Dios nos lleva a perder bendiciones que vienen acompañando el trabajo diario bajo la unción del Espíritu Santo, porque ese ejercicio diario de la unción nos lleva a tener cada vez más el carácter de Cristo y, en consecuencia, sus añadiduras.

Los propósitos de Dios en nuestra vida comienzan siempre pequeños. Las oportunidades deben aprovecharse al máximo, ya que puede que nunca jamás se vuelven a repetir, y una grande oportunidad que Dios nos da y que sin duda puede cambiar nuestro destino y darnos un mejor futuro, es el servirle a ÉL.

“Y dijo Isaí a David su hijo: Toma ahora para tus hermanos un efa de este grano tostado, y estos diez panes, y llévalo pronto al campamento a tus hermanos” (1 Samuel 17:17).

Si alguien fue un ungido de Dios fue el rey David. Vaya que sí. Imperfecto, con errores, asesino, en fin, el prototipo de hombre. Pero al final, un ungido de Dios.

A quien busca la unción del Espíritu Santo siempre le llegará la oportunidad de servir a Dios y de servir a otros. Quien busca la unción del Espíritu Santo se caracteriza por tener un corazón para servir. Servir a otros es más importante que si nos sirven a nosotros. Como ya leímos arriba, ejemplo nos dio nuestro Señor Jesucristo:

“…como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.” (Mateo 20:28).

Es un hecho que en la tarea de servir debemos estar bajo la autoridad de los que Dios ha puesto sobre nosotros, y esa autoridad se debe alimentar cada día, sin mentiras, sin medias verdades. La autoridad es un reconocimiento hacia quien la ejerce, la autoridad fluye de abajo hacia arriba.

La autoridad de David era su padre Isaí, por lo tanto se sometió a la voluntad de él y obedeció sus palabras.

David tenía que llevar “un efa de este grano tostado” y “diez panes” a sus hermanos. No era un grano cualquiera ni diez panes cualquiera. Su disciplina estaba en obedecer al pie de la letra. Dios siempre nos prueba en cosas pequeñas antes de delegarnos las cosas mayores.

En Mateo 25:21 leemos: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”.

A todos nos llegará la oportunidad de servir a otros. Al buen samaritano de la parábola le llegó en el camino de Jerusalén a Jericó (Lucas 10:30-37). Él ayudó con los primeros auxilios a un desconocido que fue asaltado en el camino. El ”sacerdote” y el “levita” que lo pudieron ayudar, no lo hicieron. No les importó aquel prójimo para nada. ¿Nos suena actual esta historia?

A quien busca la unción del Espíritu Santo siempre se le dará la oportunidad de preocuparse por sus hermanos. El bienestar de nuestros hermanos es algo que debe incumbirnos a todos. En Génesis 4:9 leemos:

“Luego el SEÑOR le preguntó a Caín:
—¿Dónde está tu hermano? ¿Dónde está Abel?
—No lo sé —contestó Caín—. ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?

A la pregunta divina, Caín responde con un no me importa. Y en su interrogante lo que afirma es: “Yo no soy el guarda de mi hermano”. Caín no era un servidor. A él solo le interesaba él. Era el centro y la circunferencia de sus propias relaciones.

Como ya vimos, no se puede servir a Dios estando incomodos, porque si estamos sirviendo de esa manera lo estaremos haciendo en nuestras fuerzas físicas y carnales, estaremos sirviendo vacíos y así Dios nuestro Señor nunca nos usará como esas vasijas de aceite para ungir a su pueblo.

Debemos entender cuál es la verdadera esencia del servicio a Dios; no hay otra, la gracia de Jesucristo Su Hijo, el servir en el poder de Su Espíritu Santo. Si no es así, mejor no sirvamos, porque lejos de ser de bendición, seremos otra cosa.

Dios les bendiga grandemente.

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