¿A quién amamos?

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1 Juan 2: 15-17 (NTV)

No amen a este mundo ni las cosas que les ofrece porque cuando aman al mundo, no tienen el amor del Padre en ustedes. Pues el mundo sólo ofrece un intenso deseo por el placer físico, un deseo insaciable por todo lo que vemos y el orgullo de nuestros logros y posesiones. Nada de eso proviene del Padre, sino que viene del mundo; y este mundo se acaba junto con todo lo que la gente tanto desea; pero el que hace lo que a Dios le agrada vivirá para siempre.”

Una persona ungida es alguien que está llena de la Presencia de Dios, su estilo de vida lo demuestra. Si hay algo que Dios ama es la sinceridad en nosoitros. Habemos quienes decimos amar a Dios, pero no creemos en lo que Dios dice; no puedo decir que amo a Dios si no creo en el matrimonio, no puedo decir que amo a Dios si vivo en la inmundicia, no puedo decir que amo a Dios si no hago negocios de manera correcta; de igual manera no puedo decir que amo a Dios si trato mal a mi esposa, no puedo decir que amo a Dios si doy mal ejemplo a mis hijos.

Nosotros solemos tener esa bipolaridad en la vida y nos vulnera frente a nuestro entorno y frente al enemigo. No puedo decir que amo a Dios y no creer en lo que es Dios o hacer lo que a Dios no le agrada; esa incoherencia nos enferma el alma y nos hace muy débiles, y cuando vienen los tropiezos, las dificultades y las adversidades, no encontramos la salida o la solución a ello.

La Palabra dice que si amamos a Dios no amemos el mundo, porque dice: “…los deseos de los ojos, los deseos de la carne, no provienen del Padre”. Nos dice que el que está perdido es porque está amando al mundo, está satisfaciendo los deseos de la carne. Todos tenemos deseos en la carne, pero el problema es amar dichos deseos. Si amamos los deseos de la carne, ésta nos va a echar a perder; los deseos de la carne nos “habla” de lo que los sentidos nos provocan y lo que dice la Palabra es que –si queremos estar ungidos y llenos de la gloria de Dios– no amemos los deseos de la carne; cuando amamos esos deseos caemos en excesos innecesarios en la vida, no hay nada más peligroso que dejarse llevar de lo que la carnalidad nos ofrece. Dios no vino por gente perfecta, pero si por gente sincera y leal (obediente), que sea capaz de decirle: “Señor yo no quiero seguir amando los deseos de la carne, sólo quiero amarte a ti y lo que tú amas mi Señor”.

Un verdadero hijo de Dios debe estar ungido, la palabra “ungido” significa frotar y para ello debe haber cercanía, es la razón por la cual no se puede decir que se está lleno de Dios estando lejos de ÉL.

La gloria de Dios persigue a la gente que ama a Dios. La Palabra dice que no amemos los deseos de la carne, ni los deseos de los ojos, de lo contrario estaremos en problemas delicados. Algunos no adulteran, pero ven pornografía. No amemos los deseos de los ojos, porque estos destruyen nuestra vida; no amemos la vanagloria de la vida, pensar que lo que uno es o lo que tiene es por uno mismo es un terrible error, porque lo que somos y lo que tenemos se lo debemos a Dios. DIOS NO QUIERE MOTIVARNOS, ÉL QUIERE TRANSFORMARNOS, y la única forma de hacerlo es confrontando nuestra vida, y la confrontación demanda total sinceridad de parte de uno.

Dios sólo puede ungir y llenar con su presencia a gente humilde, gente sencilla que sea capaz de doblar sus rodillas en las madrugadas, para ir delante de Dios y decirle que realmente solos no podemos hacer nada y que es mucho lo que le necesitamos a ÉL; es allí donde el Señor nos llena de su presencia y cambia por completo nuestra manera de hablar y de actuar.

Necesitamos entregarle cada área de nuestra vida a Dios, no podemos anhelar la gloria de Dios y a la vez la de los hombres, si queremos algo mejor tenemos que soltar la de los hombres. Hay quienes queremos que Dios nos bendiga pero a la vez queremos seguir con lo incorrecto también; muchos quieren que Dios los saque de las deudas, pero no dejan a la amante que tienen y eso es imposible, porque con Dios es todo o nada. Si Dios nos entregó todo lo mejor por nosotros, quiénes somos nosotros para no entregarle lo mejor a ÉL.

Debemos mantenernos firmes y dejar que Dios haga su obra. No debemos nunca dejar nuestro lugar, sino permanecer en el gozo del Señor porque ya no estamos en las tinieblas, ahora estamos en el reino de los cielos y debemos mantener nuestro lugar; no importa cuán injustos sean con nosotros, Dios es nuestra justicia. Hemos sido sembrados en la Iglesia del Señor para permanecer y dar mucho fruto, porque cuando uno permanece recibe la unción; Dios no va a ungir “gente emocional”, Dios unge a gente que permanece y que aunque sabe que en ocasiones la vida es difícil, reconoce que nunca puede parar de amar y servirle a Dios.

Debes tener un amor genuino por la gente que nos rodea, a pesar de todos sus defectos, comenzando por nuestra cónyuge y demás miembros de la familia; amemos nuestra ciudad y no hablemos mal de ella; renunciemos a criticar a las personas. Amémonos como Iglesia, porque ninguno es perfecto. En ocasiones parece más fácil criticar que bendecir a la gente. Decidamos amar solamente.

Decidamos a no amar más el deseo de los ojos, de la carne, a la vanagloria de la vida, renunciemos a todo ello y saquemos todo lo que no es agradable a Dios. Pongámonos en las manos de Dios porque todo lo que coloquemos en ÉL, Dios lo hará multiplicar en gran manera. Invirtamos en el reino de Dios y aprenderemos a cosechar de parte de ÉL.

Dios les bendiga abundantemente.

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