¡Somos primogénitos!

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Génesis 35:11-12

“Entonces Dios dijo: «Yo soy El-Shaddai: Dios Todopoderoso. Sé fructífero y multiplícate. Llegarás a formar una gran nación; incluso, de ti saldrán muchas naciones. ¡Habrá reyes entre tus descendientes! Y te entregaré la tierra que les di a Abraham y a Isaac. Así es, te la daré a ti y a tus descendientes».”

Cuando Dios nos da algo es para siempre, pero el punto es oír a Dios y disponer nuestra vida para ÉL, y para ello es necesario alejarnos de todo espejismo; entender que no necesitamos ser entretenidos, sino edificados en Su Palabra, porque si escuchamos su voz todos los días y obedecemos, entonces el favor de Dios estará sobre nosotros para siempre.

Tenemos el ejemplo de Jacob, él sabía la importancia de la primogenitura, que no se trataba solamente de ser el mayor en una familia, sino que la primogenitura era fluir en el favor que Dios había colocado sobre esa casa y sobre el padre al que Dios entregara esa primogenitura; al contrario de Esaú –que lo tomó tan a la ligera– que nunca quiso entender de qué se trataba ese favor que Dios había colocado sobre su padre Isaac y sobre su abuelo Abraham, al punto que negoció su primogenitura por un plato de lentejas. La bendición de la primogenitura entonces vino sobre Jacob, y eso quería decir que la bendición estaría sobre él donde quiera que fuera, si estaba en la ciudad o en el campo, que gozaría de abundancia y prosperidad.

Aunque Jacob a punta de engaño había ganado su primogenitura, él la valoró y entendió que tenía que huir de su propio hermano –Esaú-, quien seguramente lo perseguiría hasta matarlo, razón por la cual huye y se va a refugiar con el hermano de su madre –su tío Labán-, quien pronto descubre que sobre Jacob reposaba una bendición de prosperidad importante, de parte de Dios; razón por la cual procuró retenerlo por muchos años a su lado, y así como Jacob había usado el engaño, Labán –con engaños– consiguió gozar de esas bendiciones que estaban sobre él, debido a su primogenitura.

Jacob comienza a recibir el resultado de su propio engaño, porque al pedir como esposa a la hija menor de Labán, este después de exigirle para ello trabajar siete años para él, por lo cual pudo disfrutar de toda la prosperidad que Jacob desarrollaba –pues todo lo que tocaba era así mismo prosperado en gran manera–, lo engaña y en realidad le entrega la mayor. Al descubrir dicha mentira Jacob le reclama, y lo obliga a trabajar otros siete años, para por fin entregarle a su hija menor Raquel; sin embargo, era tanta la prosperidad de Jacob debido a la bendición de la primogenitura, que de todas maneras ya no podía seguir viviendo con Labán, y decide partir.

Al salir con todas sus familias y con tanta prosperidad que Dios le había entregado, llega a él la noticia de que su hermano Esaú le estaba buscando para matarlo y que iba con un gran ejército armado “hasta los dientes”, pues, a pesar de tantos años, a Esaú no se le había olvidado la deuda.

Jacob se sentía muy mal por ello y recapacitó y entendió que había un asunto pendiente por arreglar de su pasado en su vida, y que tenía que ver con su hermano Esaú y que no podía seguir escondiéndose de este por más tiempo, porque en medio de toda esa abundancia que había en su vida, ya no se podía esconder más. Jacob entendió que era necesario buscar de Dios, y envía a toda su familia, toda su servidumbre y todo su oro y riquezas adelante, y se queda a solas con el Señor, porque no podía seguir huyendo de su pasado y tenía que solucionar su vida.

La maldición del pecado de Jacob, estaba a punto de quitarle toda la bendición que había recibido de forma fraudulenta, al haber suplantado a su hermano. Igual sucede hoy en día con nosotros, porque Dios nos ha bendecido en gran manera, pero es necesario que cada uno de nosotros arregle sus situaciones personales, porque la maldición de cosas del pasado nos quieren robar la bendición que Dios ha derramado sobre nosotros.

Jacob hizo un pacto con Dios y empezó a escuchar la voz de Dios y empezó a restituir a su hermano mientras estaba de camino, y le enviaba regalos y grandes ofrendas; por eso para arreglar nuestra situación tenemos que arrepentirnos de nuestros pecados y decidir cambiar delante del Señor; pero al igual que Jacob, entendiendo que le hemos fallado a alguien, debemos restituir, debemos insistir, no creer que como le pedimos perdón una vez, ¡ya listo porque ya cumplimos!; no, no opera así.

Es necesario reconocer que si hemos ofendido a otro en varias oportunidades, igual ha de pedirse perdón y restituir de las bendiciones recibidas, porque no hay corazón que pueda resistirse ante una actitud así. Dios quiere marcar nuestra vida y nuestras próximas generaciones. Gozar del favor de Dios es gozar de lo que es Dios: ÉL es nuestro proveedor, sanador, restaurador y perdonador.

Jacob entendió esto y estuvo atento a la voz de Dios, y levantó un altar e hizo pacto de gratitud con Dios. El Señor no establece un pacto con aquel que es desagradecido y deshonra Su casa. Dios marca a la gente que honra su casa. Aquellos que sirven en la casa de Dios, sin esperar ninguna recompensa, hacen que el corazón de Dios se incline para bendecirles y abre sus tesoros para ellos.

Jacob –por instrucción de Dios–, le ordena a su gente a que saquen los dioses ajenos y que muden sus vestidos. Debemos confiar sólo en Dios, en estos tiempos se mueven tantos presagios y supersticiones, pero también debemos tener cuidado de no poner nuestra confianza en otros dioses como nuestra empresa o negocio, al grado de creer que si se acaba, entonces se nos acaba la vida, por poner un ejemplo. Es necesario soltar esos dioses y depositar toda nuestra confianza en Dios.

Dios le cambió el nombre a Jacob por Israel porque, no obstante que este hombre había cometido tantos errores, nunca se soltó de la mano de Dios. Lo engañaron, lo defraudaron, pero perseveró en Dios y nunca se soltó de la casa de Dios. Así como Jacob no se soltaba de la mano de Dios, muchos tendremos que hacer igual: “no importa el trago amargo por el cual estemos pasando, pero de la mano de Dios no nos soltaremos”.

Jacob perseveró en Dios todo el tiempo, hasta que el Señor le dijo: “ya no te llamarás Jacob –engañador, hombre de apariencia–, de ahora en adelante te llamarás Israel, príncipe conmigo”. Así le demostró que todo lo que ahora iba a obtener en su vida, no sería a través de engaños, ni de defraudar a otros, ahora sería príncipe del Rey de reyes, es decir, el heredero del Rey, y lo que iba a recibir era la herencia directa de Dios. Hoy a nosotros Dios nos esta entregando Su herencia.

No obstante, aquello era apenas el inicio y es lo que Dios le estaba diciendo a Jacob, así que, si antes había sido tan próspero a pesar de haber sido mentiroso, ya como un Príncipe de Dios, sería enormemente bendecido y engrandecido. Igual esto es para nosotros, porque si bien es cierto Dios nos ha bendecido, es necesario que reconozcamos como Jacob, que debemos arreglar nuestra vida de engaño y mentira, y apartarnos de todo ello, para poder recibir esta misma promesa que fue sobre Jacob.

Es necesario sacar todo “Jacob” de nuestra vida y ser ese “Israel” que Dios quiere que seamos, porque ÉL quiere bendecirnos grandemente, igual que a nuestras generaciones, y bendecir en gran manera todo lo que proceda de nosotros, porque vendrá con la bendición del Rey de reyes, y Señor de señores, Jesucristo, porque Dios trae herencia perpetua para sus príncipes.

Dios les bendiga abundantemente.

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