Mateo 16:13-16 (RVA)
“Cuando llegó Jesús a las regiones de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos diciendo:
—¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?
Ellos dijeron:
—Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o uno de los profetas.
Les dijo:
—Pero vosotros, ¿quién decís que soy yo?
16 Respondió Simón Pedro y dijo:
—¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!“
Si hubo un dialogo importante entre Jesús y sus discípulos, fue precisamente esta conversación privada que ÉL mantuvo con ellos acerca de Sí mismo. Esto sucedió en la región de Cesarea de Filipo, pues en aquel rincón apartado, según los estudiosos de la Palabra, era menos probable de que acudiesen a Jesús tantas gentes como en otros lugares, y esto le dio la oportunidad de tener con sus discípulos tal conversación.
Jesús comienza preguntándoles qué pensaba la gente acerca de ÉL, y es cuando Jesús se llama a Sí mismo el Hijo del Hombre, es decir, el Mesías prometido.
Otro aspecto importante en tal cuestionamiento de Jesús es saber cuáles son los sentimientos del pueblo acerca de ÉL: ¿Quién dicen los hombres …? No pregunta: ¿Quién dicen los escribas y fariseos?, sino los hombres en general, la gente del pueblo a la cual los fariseos despreciaban.
Recordemos que el pueblo conversaba con los discípulos con mayor familiaridad que con el Maestro y por eso, a través de ellos podía Jesús investigar mejor qué era lo que la gente decía de ÉL.
A tal pregunta, los discípulos responden: “Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o uno de los profetas.” Aquí podemos leer que había diferentes opiniones acerca de Jesús, pues tal como sucede ahora, la gente tiende a ver una misma cosa con “el color del cristal con que se mira”.
Al ser Jesús una persona que no podía pasar desapercibida, cada uno estaría dispuesto a expresar su opinión acerca de ÉL. Hay opiniones muy “honorables” que pueden estar lejos de la verdad. Cada día vemos que son muchos los millones de hombres que tienen a Jesucristo en alta estima, pero no le conocen según lo que la Palabra de Dios nos dice de ÉL. Toda esa gente pensaba que Jesús era uno de los profetas antiguos, resucitado, no reencarnado.
Después de oír a los discípulos lo que la gente pensaba de ÉL, Jesús se dirige ahora directamente a ellos y les dice: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Es indudable que ellos tenían mayor conocimiento e información de Jesús que la gente del pueblo, por su continua convivencia con ÉL. Análogamente hoy en día sucede lo mismo, quienes saben y conocen más de Cristo, deberían ser firmes con ese conocimiento, y estar más dispuestos a dar de Jesús un testimonio más convincente.
Los discípulos estaban estudiando con el Maestro a fin de ser aptos para instruir después a otros, y por ello era necesario que ellos mismos tuviesen un conocimiento correcto de la verdad fundamental que es Jesús. Por eso es conveniente que cada uno de nosotros se haga a sí mismo y con frecuencia la misma pregunta: ¿Quién digo yo que es Jesús, y cómo lo confirmo con mi conducta? El estado espiritual de una persona depende de sus convicciones acerca de la persona y de la obra de nuestro Señor Jesucristo, nunca olvidemos eso.
Es importante resaltar que cuando Jesús preguntó qué opinaba la gente, contestaron los discípulos en general; pero cuando les pregunta a ellos directamente, es Pedro el que toma la palabra, por su temperamento impulsivo, que le llevaba a expresar prontamente lo que pensaba ante las grandes preguntas, aunque no siempre respondiese correctamente. Igual sucede hoy en día, cuantos de nosotros solemos destacar por nuestro fervor y nuestra osadía y nos adelantamos a hablar antes que los demás. Así era, nada más y nada menos, que Pedro.
La respuesta de Pedro es completa, verdadera y oportuna: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente“. Esta es la correcta conclusión a la que las palabras y las obras de Cristo conducían. La gente le llamaba profeta, pero sus discípulos le reconocían como el Cristo, el Mesías, el Ungido de Dios.
Realmente y en mi humilde opinión, no existe en el Nuevo Testamento otra respuesta tan más contundente respecto de lo que es Jesús, tanto en aquellos días como dos mil años después. Sin duda alguna Jesús se sintió satisfecho con la respuesta de Pedro, tan clara y explícita, pero más que nada porque propiamente no había venido de Pedro tal respuesta, si no de un alto y divino conocimiento.
Era, sin duda, la primera vez que una confesión semejante venía del Espíritu de Dios a través de un hombre.
Dios les bendiga abundantemente.
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