Marcos 4:1
(RV60)
“Otra vez comenzó Jesús a enseñar junto al mar, y se reunió alrededor de él mucha gente, tanto que entrando en una barca, se sentó en ella en el mar; y toda la gente estaba en tierra junto al mar.”
Hace tiempo estuve leyendo acerca del desafío que representa la enseñanza. Habla de que los antiguos hebreos tenían una palabra para definir enseñanza y esa palabra en nuestro idioma se traduce como “despertar», esto es, para los hebreos no solo era importante la enseñanza en sí, sino también “despertar” el apetito por aprender en los niños.
Es interesante cómo los hebreos tenían el desafío de enseñar a los pequeños de tal forma que estimulaban el apetito de ellos para adquirir más y más conocimiento.
Todos sabemos que los niños son curiosos por naturaleza; quieren saber todo y preguntan por todo. En realidad todos nacemos con un deseo insaciable por aprender, además de siempre estar preguntando “¿Por qué?” y “¿Para qué?”.
Muchos padres estimulan a sus hijos poniéndoles atención y dando respuestas a todas las preguntas, lo cual hace que el niño mantenga su deseo de seguir aprendiendo. Desgraciadamente hay padres que contestan a sus hijos con un “ahora no” o “porque yo lo digo”. Este tipo de respuestas matan en el niño el deseo de seguir preguntando y aprendiendo.
Algunos maestros de escuela mencionan que muchos niños en edad escolar no hacen preguntas y se muestran satisfechos con no saber, debido a la formación que reciben en su hogar. Cuidado Papás, cuidado Mamás!!!
Leyendo sobre este tema me puse a reflexionar sobre una de las principales tareas de Jesús durante su ministerio. ÉL como maestro supremo, enseñaba la Palabra de Dios y el mensaje de salvación para todos. Jesús hablaba y enseñaba de tal manera que despertaba en la gente ese apetito por saber más, por conocer más de ÉL y de su palabra. El versículo citado arriba nos muestra como grandes multitudes le seguían para aprender de sus enseñanzas.
Jesús es nuestro mejor modelo de enseñanza. Jesús enseñaba con palabras claras, con respuestas sencillas, con la convicción de hablar la verdad; de hecho, ÉL es la VERDAD.
Si bien la enseñanza de Jesús despertaba el apetito por saber más, también ofrecía el alimento espiritual para quitar el hambre, por eso Jesús mismo decía: » Yo soy el pan de la vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed.» (Juan 6:3)
Continuando con esta reflexión, es importante que como padres reconozcamos y aceptemos que siempre habrá cerca de nosotros alguien más pequeño con deseos de aprender, haciéndonos preguntas. Ya sean pequeños de edad o pequeños en la madurez espiritual, y la tarea de enseñar, lo mucho o poco que sepamos, seguramente nos va a llevar una buena parte de nuestra vida, por eso es importante considerar esta tarea como un desafío que debemos tomar. Considero que es un desafío porque nuestras respuestas deben despertar en otros el apetito por seguir aprendiendo, pero sobre todo porque lo que les enseñamos es congruente con nuestras obras.
El libro que mencioné al principio continuaba diciendo que sólo se cuentan con unos dieciocho años para dar a los niños las habilidades para el aprendizaje que creemos les servirá para toda la vida, así como para compartirles nuestros valores y nuestros conocimientos. Es por ello, creo yo, que debemos dedicar el tiempo necesario para enseñar a nuestros hijos la Palabra de Dios e impartirla de tal manera y con la intención de despertar en ellos el deseo de seguir aprendiendo a lo largo de su vida y de seguir caminando en el camino del Señor.
¿Qué debo hacer con la educación espiritual de mis hijos? Dios siempre tiene la respuesta:
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y diligentemente las enseñarás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes.” (Deuteronomio 6:5-7)
A nosotros como adultos nos toca además asumir el desafío de recuperar ese deseo que traíamos cuando éramos niños: el de aprender más y más. Nunca lo perdamos!!!
No olvidemos que nuestro Padre celestial es un Papá que nos ama incondicionalmente y nos responde con precisión, sin rodeos y sin complicaciones, todas y cada una de las preguntas que le hagamos. En Su Palabra, están todas las respuestas.
No dudemos en enseñar a nuestros hijos la palabra de Dios, pero sobre todo, que la congruencia con nuestros actos sea el aderezo de tan deseable y divino alimento.
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