Marcos 4:30-32 (RVA)
“También decía: «¿A qué haremos semejante el reino de Dios? ¿Con qué parábola lo compararemos? Es como un grano de mostaza que, cuando es sembrado en la tierra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra. Pero una vez sembrado, crece y se convierte en la más grande de todas las hortalizas, y echa ramas muy grandes, de modo que las aves del cielo pueden anidar bajo su sombra.»
Dios no llama a los más inteligentes, ya lo hemos platicado.No necesitamos ser tan inteligentes, pero la clave en la vida cristiana es que la verdadera victoria, paz y alegría viene como consecuencia de la obediencia incondicional al Señor, y no por tener muchas habilidades o una inteligencia impresionante.
Muchos piensan que en el liderazgo cristiano necesitamos tener una potente voz, una especial capacidad, unos dones espirituales increíbles, o quizás, como desgraciadamente sucede, necesitamos relacionar
Para desarrollar algo que valga la pena para Dios, es necesaria una condicionante indispensable: obedecer a Dios.Así es, simplemente se trata de obedecerlo.
Si leemos las escrituras el Señor Jesús nunca dijo: fíjense en la capacidad o talentos de la gente, miren que tengan tal o cual virtud para poder multiplicar mi ministerio. Para nada. Por el contrario, el Señor Jesús siempre se enfocó en hacerle entender a sus discípulos, que lo que realmente deberían buscar era que sus nombres estuvieran escritos en el libro de la vida.
Luego entonces, es ahí donde tenemos que entender que estamos en este mundo, pero que no somos de este mundo, porque nuestra obediencia a Dios hace posible que logremos superar toda tentación, pecado, enfermedad, tristeza, angustia o la aflicción que sea.
En esta Palabra de hoy Jesús hace la comparación del reino de los cielos con una semilla de mostaza (la más pequeñita de todas las semillas de cualquier tipo), la cual, después de sembrarse, llega a ser la más grande de las hortalizas, a tal grado que los pájaros hacen de este grande y frondoso árbol su lugar para vivir y alimentarse de él.
¿Pero cómo aplica esta parábola en nuestras vidas?
Cuando recibimos a Jesús como nuestro señor y Salvador, el reino de los cielos se establece en nuestra vida, es por ello que no tenemos que esperar a morir para gozar de él. En otras palabras, para que ese reino de los cielos se desarrolle en nosotros, es necesario poner nuestra mirada y todo nuestro enfoque en el Señor Jesucristo, en nadie más.
Debemos decidir con todas nuestras fuerzas que nos alimentaremos solamente de la Palabra del Señor Jesús, y de esta forma, aquello que tenemos de Dios en nosotros, por pequeñísimo que sea, vendrá a ser inmensamente grande, y vendrán multitudes de personas a alimentarse y a tomar de aquello que hay de Dios en nosotros.
De ahí la importancia de hacer un acto de conciencia y analizar ¿Cuánto de Dios hay en nosotros?
No importa el ministro, no importan los líderes, no importa la iglesia, no importa nada de eso, lo único que importa es saber cuánto hay de Dios en nosotros. No se trata del tamaño de la iglesia; no se trata si la iglesia esta muy lejos para la gente; no se trata si no me he aprendido la visión de la iglesia; no se trata si predicamos bien o no; no se trata de si mi casa es demasiado humilde o no tiene bonitos muebles. No.
De lo que se trata es qué tan presente y vivo está Dios en nuestra vida, porque ello se nota, ello no se puede ocultar, porque lo primero que Dios hace en uno es llenarnos de Su misericordia, de Su amor, que es justamente lo que mucha gente necesita hoy en día.
Necesitamos tener a Dios en nosotros para que la gente a nuestro alrededor perciba Su gracia divina, Su misericordia, Su amor, Su ternura. Necesita ser evidente en nosotros la presencia de Dios, porque si queremos extender Su reino, necesitamos esa presencia de Dios en nosotros, y ello solo se consigue a través de una inmensa y determinada pasión por obedecer y amar a Dios, con todas nuestras fuerzas. Debemos ser conscientes que habrá oposición y lucha, claro que la habrá, pero si Dios con nosotros, quién contra nosotros.
Es por ello que debemos aprender a ser humildes y reconocer que no es por nuestras fuerzas ni por nuestras obras, sino por la bendita y poderosa gracia de nuestro Señor Jesucristo.
Dios les bendiga grandemente.
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