“Pero en el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso de pie y alzó la voz diciendo:
—Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, ríos de agua viva correrán de su interior.
Esto dijo acerca del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él, pues todavía no había sido dado el Espíritu, porque Jesús aún no había sido glorificado.”
Es notable e impresionante el mensaje que Jesús pronunció en estos versículos. Dichos versículos nos muestran en una forma tan concisa lo verdaderamente sustancial de todo el Evangelio. Aquí tenemos una invitación a entregarnos a Cristo, y una consoladora promesa de la libertad que hallaremos en Él.
¿Cuándo hizo Jesús esta invitación?
Precisamente en el “último y gran día de la fiesta” de los Tabernáculos. La fiesta estaba a punto de terminar y el pueblo estaba ahora a punto de regresar a sus casas, de ahí lo importante del momento en que Jesús hizo esta invitación. Lo hizo con el ánimo de llevar a muchos a tomar tan mesiánica invitación.
¿Cómo hizo Jesús esta invitación?
“Se puso de pie y alzó la voz” Era el ardiente deseo de Jesús que todos pudieran oír sus palabras y aceptar esta invitación. ÉL quería que todos lo vieran y escucharan sus impactantes Palabras. Era tal vez, la ultima oportunidad de interactuar con el pueblo, pues ya se acercaba su hora.
¿A quiénes hizo Jesús esta invitación?
“Si alguno tiene sed, venga a mí y beba”. Jesús hace una invitación universal para todos aquellos tengan sed de verdadera y eterna libertad. En aquel tiempo como hoy en día, se escuchó el verdadero evangelio de “que vengan a Cristo y tomen del agua de la vida”.
Jesús invita a todas las personas que tienen sed, pero de necesidad, de libertad, de sanidad. A tales insatisfechos y verdaderamente necesitados, Jesús les promete satisfacción si se allegan a ÉL.
La consoladora promesa que acompaña a esta misericordiosa invitación, sin duda es contundente: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”. Este pasaje nos recuerda el diálogo de Jesús con la samaritana (Juan 4:10-14) sobre este mismo tema.
Tales versículos cierran su divino contexto al referirse al Espíritu Santo, quien al morar dentro del creyente, no sólo imparte el agua de la vida, sino que es como un manantial de agua viva, puesto que, al ser persona divina, tiene vida en sí mismo y vida eterna por esencia.
Nosotros tal vez podamos ser canales o depósitos de agua, pues dependemos en todo de la fuente que es Dios; pero el Espíritu Santo, que habita en nosotros, es el manantial interminable de agua viva. Con este manantial dentro, no tenemos excusa para no producir fruto y agradar con nuestros actos a Dios nuestro Señor.
Es importante resaltar que Juan precisa que la promesa es hecha a futuro, “pues aún no había sido dado el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado”. Jesús tenía que ascender al Cielo y ser glorificado por el Padre, para entonces poder derramar el Espíritu Santo con sus dones.
Muchos hemos escuchado sin duda este pasaje que nos muestra la Palabra de Hoy. Pero solo quienes conocemos, lo que el Espíritu de Dios puede hacer en nosotros a través de la gracia de Jesucristo, podemos darle el verdadero significado a las contundentes Palabras que pronunciaron los labios del Maestro, del Rabí de Galilea. Prácticamente les estaba mostrando quién era el verdadero Mesías a que se referían las Escrituras.
Dios les bendiga grandemente.
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