Números 13:1-3

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«Y el SEÑOR habló a Moisés, diciendo: Tú mismo envía hombres a fin de que reconozcan la tierra de Canaán, que voy a dar a los hijos de Israel; enviarás un hombre de cada una de las tribus de sus padres, cada uno de ellos jefe entre ellos. Entonces Moisés los envió desde el desierto de Parán, al mandato del SEÑOR; todos aquellos hombres eran jefes de los hijos de Israel.»
Números 13:1-3

¿Qué tan grande son nuestros problemas? ¿Serán más grandes que nuestro Padre Celestial? ¿Qué tenemos que hacer frente a toda adversidad?

Primeramente recordemos que Canaán era la tierra que Dios nuestro Señor prometió al pueblo de Israel a través de Moisés. También recordemos que Dios nuestro Padre usó a Moisés para liberar al pueblo de Israel de su esclavitud en Egipto.

Es más que evidente que el propósito de Dios para el pueblo de Israel era liberarlos de su esclavitud para poder entregarles la tierra prometida.

A su regreso, lo que diez de los doce enviados informaron fue lo que sus OJOS NATURALES vieron: un pueblo fuerte con hombres de gran estatura (Gigantes), ciudades grandes y fortificadas, una tierra que traga a sus moradores. Con temor concluyeron que no podrían tomar la tierra de Canaán, pues lo encontrado resultó adverso para ellos, no obstante de haber visto y confirmado las grandes bondades que también brindaba dicha tierra: leche y miel.

Es evidente que el pueblo de Israel una vez más pasó por alto un pequeño detalle, que Dios nuestro Padre es un Dios que cumple sus promesas, pues ya antes los había liberado y sacado de Egipto.

Caleb y Josué fueron los únicos que confiaban en la promesa de Dios y los únicos que estaban dispuestos a conquistar con sus propios varones esa tierra prometida por Dios; sin embargo, el pueblo de Israel jamás los escuchó y nunca estuvo de acuerdo con ellos, es decir, pensaban y opinaban contrariamente a lo que ellos creían.

Hoy en día estamos bastante ocupados con nuestro trabajo, la escuela, los compromisos sociales, los gastos del hogar, las vacaciones, en fin, con una vorágine de actividades, compromisos y problemas que giran alrededor de nuestra vida y la de nuestra familia, los cuales supuestamente tenemos bajo control. Pero qué pasa cuando se salen del “control nuestro”, qué pasa cuando nos falta el trabajo o qué pasa cuando nos enfermamos, por mencionar dos aspectos que inciden tremendamente en nuestras vidas.

Todos nosotros indudablemente buscamos una estabilidad espiritual, física, social, profesional y económica. Pero refirámonos únicamente a la física y económica.

Todos queremos estar sanos y poder contar con una seguridad económica que nos permita vivir, ya no lujosa o cómodamente, sino vivir solamente. Qué sucede si no es así? Evidentemente estamos ante un problema y nuestra paz desaparece.

Lo que primero nos llega en forma alarmantemente a nuestra mente es lo que ven nuestros ojos y lo que escuchan nuestros oídos (es decir, empezamos a ver a esos gigantes que en su tiempo intimidaron a 10 judíos y quienes con sus palabras intimidaron y llenaron de miedo a todo el pueblo de Israel), PERO NUNCA TRATAMOS PRIMERO DE VER Y ESCUCHAR A DIOS.

Antes que escuchar a esos hombres gigantes o escuchar palabras falsas de que no podremos obtener ese empleo o de que no seremos sanados, o antes de ver esas ciudades grandes y fortificadas o ver esos grandes problemas frente a nosotros, TENEMOS QUE APRENDER a ver y oír lo que está por encima de ello, es decir, APRENDER A BUSCAR Y ESCUCHAR LA VOZ DE DIOS, ya que si no buscamos eso primeramente y, en consecuencia, no le damos a Él todo el honor y la honra en su cumplimiento o solución, nunca podremos vencer esos gigantes ni conquistar esas ciudades.

Dios es un Dios omnipotente y omnisciente: Dios va a poder con nuestras adversidades, no nosotros con nuestras fuerzas; Dios va saber cómo resolver nuestros problemas, no nosotros y nuestras ideas o estrategias; solo necesitamos hacer lo que Dios nos indique, ser obedientes a Su Palabra y con ello poder obtener lo que nos prometió.

Busquemos primeramente a Dios y su Reino y entreguémosle nuestros problemas y enfermedades, y Él nos permitirá llegar a la tierra prometida, pero solamente si lo hacemos conforme a Su Palabra, si lo dejamos a Él que obre en nuestras vidas, lo que traerá como consecuencia que el reino de Dios se manifieste en nuestro negocio o empleo, en nuestra salud, en nuestra casa, en nuestra vida.

No importa lo que nos digan los demás, no importa que haya varias opciones o alternativas para resolver nuestros problemas, lo que importa es poner nuestra fe en Dios nuestro Señor, ser obedientes y confiar en su promesa y en los caminos y soluciones que ponga delante de nosotros, a fin de llegar a la tierra prometida en 40 días y no en 40 años.

Dios les bendiga grandemente

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