Hebreos 12:1-4
“Por lo tanto, ya que estamos rodeados por una enorme multitud de testigos de la vida de fe, quitémonos todo peso que nos impida correr, especialmente el pecado que tan fácilmente nos hace tropezar. Y corramos con perseverancia la carrera que Dios nos ha puesto por delante. Esto lo hacemos al fijar la mirada en Jesús, el campeón que inicia y perfecciona nuestra fe. Debido al gozo que le esperaba, Jesús soportó la cruz, sin importarle la vergüenza que ésta representaba. Ahora está sentado en el lugar de honor, junto al trono de Dios. Piensen en toda la hostilidad que soportó por parte de pecadores, así no se cansarán ni se darán por vencidos. Después de todo, ustedes aún no han dado su vida en la lucha contra el pecado.”
El camino de un creyente o la vida de fe de ninguna manera resulta sencilla. Para quienes no creen en un Dios altísimo les es muy fácil descargar sus frustraciones, cargas y amarguras por su falta de fortuna en la vida, en las demás personas o en la suerte, o lo que resulta paradójico, lo descargan en Dios. Si, como lo leen. No creen en ÉL, pero si le adjudican a Dios lo malo que a ellos les sucede o lo malo que acontece en el mundo. Es tan fácil culpar a otros de nuestros errores o malas decisiones.
Pero para quienes creemos en Dios, en nuestro omnipotente y maravilloso Dios, no es tan sencillo, porque cualquier síntoma de desesperación, ansiedad, frustración o debilidad, sin duda se refleja como una falta de fe, se refleja como una laguna espiritual en la cual, aunque sea momentánea o temporal, vemos más grande el problema que la poderosa solución que nos rodea: nuestro gran Dios.
Recuerdo un pasaje en la Palabra, específicamente en Job 4:1-7, en donde Elifaz (amigo de Job) le reprochaba a Job la debilidad de este último ante los desventurados acontecimientos en su vida, no obstante que Job había sido ejemplo de fortaleza para mucha gente y que su conducta había sido intachable hasta antes de ese momento.
Permítanme decirles que desafortunadamente nosotros no somos muy diferente a Job. No.
Estamos tan acostumbrados a nuestra zona de confort, ya sea por «ser» lo que somos, ya sea por «estar» en donde estamos, ya sea por lo que “tenemos”, o que se yo, que cuando nuestra situación se ve alterada o nuestras circunstancias comienzan a ponerse adversas o se nos empieza a nublar el horizonte, entonces flaqueamos, entonces dudamos, entonces nos debilitamos.
Como ya lo hemos aprendido en anteriores publicaciones, el camino de la fe no es sencillo. El mismísimo Señor Jesucristo dijo que no era fácil.
No podemos dejarnos guiar por lo que ven nuestros ojos naturales, no podemos dejarnos guiar por lo que escuchen nuestros oídos en lo natural, no podemos tomar decisiones por lo que digan los demás, no podemos tomar decisiones basados en nuestras emociones, no podemos actuar abruptamente por muy grandes que resulten los gigantes filisteos que tengamos enfrente. ¡No!
No podemos permitirnos dejar de voltear hacia Dios nuestro Señor, no podemos!!! Ojo, esto no tiene nada que ver con la diligencia y responsabilidad que nos debe de ocupar en el cumplimiento de nuestras diarias obligaciones como proveedores de nuestra familia, como empleados en nuestro trabajo o como propietarios de nuestros negocios, o que escondamos la cabeza como los avestruces. ¡No!
Ustedes no me dejarán mentir que hay días en donde te levantas con mil cosas en la cabeza, con mil preocupaciones, con mil presiones, con mil compromisos, con mil problemas encima cuya solución esta muy distante de encontrarse. Cierto o no?
Pero también no me dejarán mentir que después de venir a la fuente de la vida, a la fuente de la gracia, ante nuestro señor Jesucristo en oración, todo aquello que pesa sobre nuestra espalda, todo aquello que pesa sobre nuestro pensamiento, todo aquello que nos desgarra el alma, inmediatamente deja de ser y pierde sentido, porque el fuego de Dios consume toda impureza que nos contamina, porque el fuego de Dios consume toda carga que nos cansa, porque el fuego de Dios cauteriza y sana cualquier herida en nuestra alma.
Tenemos que mantener nuestra mirada en el Señor Jesucristo. Así como Pedro mantuvo su mirada en ÉL y pudo salir de la barca y caminar inicialmente sobre las aguas, así tenemos que hacerlo.
Nunca desviemos nuestra mirada de Jesús, nunca, porque nos empezaremos a hundir en las aguas agitadas.
Nunca desviemos nuestra mirada de Jesús, porque nos empezaremos a cansar o fatigar en nuestro carrera de la vida.
Nunca desviemos nuestra mirada de Jesús, porque nos empezaremos a enfermar de odio, amargura y soledad.
Nunca desviemos nuestra mirada de Jesús, porque empezaremos a tomar decisiones equivocadas.
Solo nos basta nuestra fe para poder lograr fijar nuestra mirada en Jesús, solo nuestra FE. Bendita palabra, ello es lo único que nos sostiene hoy y será lo único que nos sostendrá el día de mañana. Puestas nuestras miradas en Jesús, dice la Palabra, a fin de poder recibir el galardón de vida eterna.
Que Dios nos perdone por olvidarnos, aunque sea por segundos, de Sus generosas bendiciones: nuestra esposa e hijos, nuestra salud, un techo, una cama, alimento en la mesa, pero sobre todo ÉL en medio de todos nosotros.
Busquemos diariamente de la gracia inmerecida de Jesús, para ser inocentes delante de ÉL y ser íntegros delante del Padre de todos nosotros.
Busquemos día y noche, a toda hora, al único y poderoso perfeccionador de nuestra fe: Jesucristo nuestro Señor.
Dios les bendiga grandemente.
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