“Dios se apareció otra vez a Jacob después de haber regresado de Padan-aram, y le bendijo. Le dijo Dios: «Tu nombre es Jacob, pero no se llamará más tu nombre Jacob. Tu nombre será Israel.» Y llamó su nombre Israel. También le dijo Dios: «Yo soy el Dios Todopoderoso. Sé fecundo y multiplícate. De ti procederán una nación y un conjunto de naciones; reyes saldrán de tus lomos. La tierra que he dado a Abraham y a Isaac, te la daré a ti; a tus descendientes después de ti, les daré la tierra.»
Cuando Dios nos da algo es para siempre, pero el punto es oír a Dios y disponer nuestra vida para ÉL y para ello es necesario alejarnos de toda falsa ilusión. Debemos entender que no necesitamos ser entretenidos, sino edificados en Su Palabra, porque si escuchamos su voz todos los días y obedecemos, entonces el favor de Dios estará sobre nosotros para siempre.
Tenemos el ejemplo de Jacob, él sabía la importancia de la primogenitura, él sabía que no se trataba solamente de ser el mayor en una familia, sino que la primogenitura era fluir en el favor que Dios había colocado sobre esa casa y sobre el padre que entregaría esa primogenitura. Por el contrario, Esaú lo tomó tan a la ligera y nunca quiso entender de qué se trataba ese favor que Dios había colocado sobre su padre Isaac y sobre su abuelo Abraham, al punto que negoció su primogenitura por un plato de lentejas. La bendición de la primogenitura entonces vino sobre Jacob, y eso quería decir que la bendición estaría sobre él donde quiera que fuera, si estaba en la ciudad o en el campo, que gozaría de abundancia y prosperidad.
No obstante que Jacob –por engaños– había ganado su primogenitura, él la valoró y entendió que tenía que huir de su propio hermano – Esaú –, a quien se la había robado y que seguramente cuando se diera cuenta de lo que había perdido, lo perseguiría hasta matarlo, razón por la que se va a refugiar con el hermano de su madre – Labán –; quien pronto descubre que sobre Jacob reposaba una bendición de prosperidad importante de parte de Dios. Por ello Labán procuró retenerlo por muchos años a su lado, y así como Jacob había usado el engaño, Labán – con engaños – consiguió gozar de esas bendiciones que estaban sobre Jacob, debido a su primogenitura, pero no perdamos de vista que a pesar de que Labán gozaba de todo eso, él no gozaba del favor directo de Dios sobre su vida, porque él había engañado.
No perdamos de vista que la maldición del pecado de Jacob estaba a punto de quitarle toda la bendición que había recibido de forma fraudulenta, al haber suplantado a su hermano.
Hoy en día no es muy diferente a los tiempos de Jacob. Dios nos ha bendecido en gran manera como cabezas de familia, pero es necesario que arreglemos nuestras situaciones personales, porque la maldición de cosas del pasado nos querrán robar la bendición que Dios ha derramado por estar en bajo su guarda.
Jacob hizo un pacto con Dios y empezó a escuchar la voz de ÉL y empezó a restituir a su hermano, enviándole regalos y grandes ofrendas. De igual manera debemos arreglar nuestras situaciones y arrepentirnos de las cosas malas que hayamos hecho, y decidir cambiar delante del Señor; pero al igual que Jacob, debemos restituir a quien ofendimos, debemos insistir en ese arrepentimiento, ya que no basta con creer que como ya pedimos perdón una vez, ¡ya cumplimos! Para nada.
Es necesario reconocer que si hemos ofendido a otro en una o varias ocasiones, igual hemos de pedirle perdón y restituirle, porque no hay corazón que pueda resistirse ante una actitud así. Dios quiere marcar nuestra vida y nuestras próximas generaciones y ello se va a reflejar en todas las áreas de nuestra vida, porque gozar del favor de Dios es gozar de lo que es Dios en nuestra vida: Nuestro Proveedor, Nuestro Sanador, Nuestro Restaurador, Nuestro Perdonador y Nuestro Escudo.
Es necesario sacar todo “Jacob” de nuestra vida, porque de igual manera el Señor quiere bendecirnos grandemente igual que a nuestras generaciones y bendecir en gran manera todo lo que proceda de nosotros, porque vendrá con la bendición del Rey de reyes y Señor de señores, porque Dios da herencia perpetua para sus príncipes.
Dios les bendiga abundantemente.
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