«Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa. Así que el asalariado huye, porque es asalariado, y no le importan las ovejas.»
Escuchaba en una reunión a un alto funcionario bancario (nombrémosle José) decir: “…es mandato divino empezar este lunes, no importa que no estemos listos, sobre la marcha lo vamos componiendo o perfeccionando…” refiriéndose a un importante proyecto que de momento era imposible implementar y no obstante de haberle explicado que era preferible tomarse unos días más para estar en posibilidades de hacerlo bien. Reflexionaba en esa equivocada actitud por parte de José, ya que para él lo más importante era cumplir celosamente con una instrucción del dueño de la Institución, en lugar de ser honesto, primero con él mismo y, segundo, con el dueño, respecto que había que tomar más tiempo y recursos para implementarlo, pues de lo contrario resultaría una pérdida de dinero, tiempo y esfuerzo hacerlo de esa manera. Si José fuera el dueño del Banco, yo pensaba, seguramente no desperdiciaría recursos de esa manera y cuidaría más su patrimonio.
Es triste que como cristianos en ocasiones actuamos como José y no sepamos cuidar lo que se nos ha confiado. Nos conducimos también como asalariados y nos conformamos con ser cristianos o hermanos en Cristo de fin de semana. Nos conformamos con ser cristianos dentro de la iglesia, cuando “nos ve Dios”, pero fuera de ella no sucede nada, porque nos conformamos con nuestro salario dominical, nada más. Creemos que con ello estamos cuidando el Reino de Dios o lo que “nos corresponde” del Reino de Dios. Se nos olvida que además de nuestra persona y familia hay otras personas necesitadas del Reino, necesitadas de esperanza, necesitadas de salud, necesitadas de amor, necesitadas de Jesús.
No debemos olvidar que somos hijos y herederos del Reino de Dios y como tales debemos conducirnos, no como empleados o asalariados de Dios. Somos hijos del Dueño del oro y la plata, del que Es autor de todas las cosas, del que Es el principio y el fin, y por ello debemos vivir todo el tiempo como herederos de ello, cuidando y derramando esta riqueza y bendiciones en todos aquellos que necesitan de nuestro Padre, no precisamente de cosas materiales, sino de las grandes y valiosas cosas que Dios nos da y que no se pueden ver con los ojos naturales.
Debemos recordar que somos HIJOS, por lo que no podemos “actuar como asalariados” en nuestra vida espiritual, tenemos que arrebatar nuestro papel de ser la luz del mundo y la sal de la tierra, siendo los mejores en nuestro trabajo, siendo compasivos con los demás, siendo buenos padres, siendo buenos esposos, siendo sensibles a las necesidades de los demás, siendo testimonio de hijos y no de asalariados.
Dios les bendiga grandemente.
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