Salmos 99:1-9 (NVI)
“El Señor es rey: que tiemblen las naciones. Él tiene su trono entre querubines: que se estremezca la tierra. Grande es el Señor en Sión, ¡excelso sobre todos los pueblos! Sea alabado su nombre grandioso e imponente: ¡él es santo! Rey poderoso, que amas la justicia: tú has establecido la equidad y has actuado en Jacob con justicia y rectitud. Exalten al Señor nuestro Dios; adórenlo ante el estrado de sus pies: ¡él es santo! Moisés y Aarón se contaban entre sus sacerdotes, y Samuel, entre los que invocaron su nombre. Invocaron al Señor, y él les respondió; les habló desde la columna de nube. Cumplieron con sus estatutos, con los decretos que él les entregó. Señor y Dios nuestro, tú les respondiste; fuiste para ellos un Dios perdonador, aun cuando castigaste sus rebeliones. Exalten al Señor nuestro Dios; adórenlo en su santo monte: ¡Santo es el Señor nuestro Dios!»
Sin duda alguna ni temor a equivocarme todos sabemos que tenemos un Dios que responde a nuestros clamores.
En cualquier tiempo y bajo cualquier circunstancia Dios siempre está puesto para responder a nuestro grito de ayuda, a nuestro clamor de ayuda.
Para Dios no importa la dimensión o naturaleza del problema, no. Todos los problemas y tribulaciones son pequeños, o mejor dicho, son nada delante de ÉL.
A pesar de nuestra equivocaciones y transgresiones, a pesar de que somos seres imperfectos, e inclusive, aún cuando lo ignoremos, Dios es el único que puede ver el arrepentimiento genuino en nuestros corazones y perdonarnos. La razón, que nos ama como a la niña de Sus ojos.
Para todos nosotros resulta difícil de asimilar la injusticia que impera en el mundo hoy en día. Todos los días vemos actos de violencia y actos criminales que regularmente nunca son castigados. Existe un alto grado de impunidad en nuestro sociedad y autoridades hoy en día. Nuestro sistema de justicia está en crisis y ello, repito, a muchos nos cuesta mucho asimilarlo.
Pero afortunadamente la justicia de Dios opera diferente en Su reino, e inclusive, porque no decirlo, también en la tierra. Ya hemos oído hablar o alguna vez hemos dicho “justicia divina”.
En el Salmo que nos ocupa hoy podemos aprender de la santidad de Dios manifestada en su reino justo de Israel. Todos sabemos que el poder corrompe, pero en el reino de Dios el poder y la justicia van unidos.
Las leyes e instrucciones que Dios entregó a Moisés tenían el propósito de hacer una sociedad justa. A través de la Palabra de Dios vemos un fuerte énfasis sobre la ley y la justicia en la sociedad.
El énfasis que hace este Salmo en la santidad conlleva una relación directa con la justicia. De acuerdo con la Palabra, no podemos hablar de una vida santa si descuidamos la justicia. No podemos imaginar una vida piadosa (santa) que no venga revestida de la justicia de Dios.
Dios nos ha revelado su justicia y su santidad por medio de los hombres. Tan solo en este Salmo nos menciona a Moisés, Aarón y Samuel. Dios llamó y usó a líderes especiales en esta revelación, y no dudo que hoy también Dios llame y use a los hombres para hacer conocer su revelación y para mediar la justicia de Dios en la tierra.
Es por ello que no debemos aplicar la justicia del mundo cuando realmente no esté en nosotros la responsabilidad de hacerlo. Siempre habrá alguien llamado a aplicar la justicia, porque no se vale hacernos justicia por nuestra propia mano. Todo ello, en tratándose de nuestro entorno, de nuestra sociedad.
Pero lo mismo debe suceder en nuestra persona, en nuestras luchas de todos los días. El pretender responder o actuar en contra de quienes nos ofenden y agreden, sin duda es un acto que conlleva querer hacer justicia por cuenta propia y ello no está bien.
Dios es un Dios de justicia, pero mayormente es un Dios de amor y perdón.
Es difícil lo se, pero no imposible, el permitir que la justicia de Dios recaiga en quienes nos persiguen y difaman.
“Sólo el de manos limpias y corazón puro, el que no adora ídolos vanos ni jura por dioses falsos. Quien es así recibe bendiciones del SEÑOR; Dios su Salvador le hará justicia.” (Salmos 24.4–5).
Por ello debemos orar a Dios para que sea precisamente ÉL nuestra justicia, debemos orar a Dios para que nos permita vivir de manera íntegra delante de sus ojos, debemos humillar nuestro corazón delante de Dios cada que le busquemos, porque un corazón contrito y humillado ÉL no lo rechaza.
Dios les bendiga grandemente.
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