Jonás 1:1-7 (NTV)
El SEÑOR le dio el siguiente mensaje a Jonás, hijo de Amitai: «Levántate y ve a la gran ciudad de Nínive. Pronuncia mi juicio contra ella, porque he visto qué perversa es su gente». Entonces Jonás se levantó y se fue en dirección contraria para huir del SEÑOR. Descendió al puerto de Jope donde encontró un barco que partía para Tarsis. Compró un boleto, subió a bordo y se embarcó rumbo a Tarsis con la esperanza de escapar del SEÑOR. Ahora bien, el SEÑOR mandó un poderoso viento sobre el mar el cual desató una violenta tempestad que amenazaba con despedazar el barco. Temiendo por sus vidas, los desesperados marineros pedían ayuda a sus dioses y lanzaban la carga por la borda para aligerar el barco. Todo esto sucedía mientras Jonás dormía profundamente en la bodega del barco, así que el capitán bajó a buscarlo. «¿Cómo puedes dormir en medio de esta situación? —le gritó—. ¡Levántate y ora a tu dios! Quizá nos preste atención y nos perdone la vida».”
Muchas personas encuentran la historia de Jonás difícil de creer, pero nosotros sabemos que no hay nada que sea imposible para nuestro Dios.
Si analizamos detenidamente este pasaje de la Biblia respecto de lo que le sucedió a Jonás, nos daremos cuenta que no es muy diferente a lo que nos pasa a nosotros hoy en día.
Como podemos leer, Dios llamó a Jonás para que fuera a la ciudad llamada Nínive y les llevara Su Palabra. Cuando leemos esto lo único que vemos es que Dios lo llamó a predicar en una ciudad grande, pero cuando lo examinamos más a detalle vemos que fue algo mucho más de esto.
La ciudad Nínive era la capital del imperio Asirio, el cual era muy poderoso pero también muy pervertido. Era el más temido por el pueblo Judío por las atrocidades que había cometido. Entonces, desde su niñez, Jonás había sido enseñado a odiar a los Asirios y su autoridad. Jonás les odiaba de tal manera que él no quería que recibieran la gracia de Dios. Ya en este contexto, continuemos para ver cómo eso aplica a nuestras vidas hoy en día.
Después de recibir el llamado de Dios, Jonás hizo algo que muchos de nosotros casi siempre hacemos al recibir un llamado, él corrió.
No solo corrió, sino que corrió en dirección opuesta a donde Dios le había llamado. Jonás corrió porque él no podía perdonar en su corazón a estas personas por lo que habían hecho en el pasado. Cuando examinamos esto detenidamente, nos daremos cuenta que no es muy diferente a lo que nos pasa a muchos hoy en día.
Recordemos que todos fuimos llamados a llevar el evangelio, pero muchas veces, nuestro propio temor, prejuicios y odio, nos impiden hacer la voluntad de Dios. Todos fuimos llamados a dejar nuestras ciudades y a entrar en Nínive; fuimos llamados a predicar la Palabra de Dios.
“Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” (Mateo 28:18-20 RV60)
Sin embargo, lo que sucede muy a menudo es que nosotros ignoramos lo que Dios nos manda. Así como Jonás, tratamos de huir y escaparnos; no hacemos Su voluntad. Lo más irónico del caso es que siempre pensamos que tenemos una gran excusa para no hacerlo.
Pero la verdad de todo es que no tenemos ninguna excusa, simplemente nosotros ponemos a Dios en el último lugar en nuestras vidas. Muchas veces es por causa de nuestro temor o terquedad, y simplemente decimos que Dios demanda mucho de nosotros o que Dios quiere mucho de nosotros. Pero preguntémonos el día de hoy:
¿Cuánto no ha hecho Dios por nosotros?
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” Juan 3:16 (RV60)
¿Hay alguien hoy en día dispuesto a entregar a su hijo, para que sea azotado, torturado y crucificado, a fin de salvar la vida a otra persona? No lo creo. Pero Dios no titubeo, Dios entregó a su hijo unigénito para que muriese por nuestras faltas. El sacrificio perfecto para que podamos tener redención y salvación. ¿Es entonces demasiado lo que nos pide Dios?
Como podemos ver aquí, Jonás empezó a correr de donde Dios le había llamado, el se fue en dirección oeste y Dios le había mandado al este. Pero no importa que distancia él podía alcanzar, Jonás no podía esconderse de Dios. Me imagino que el pensó que Dios era el Dios de Israel solamente, que ÉL no podría encontrarle al irse lejos, pero estaba muy equivocado.
Entonces, llegó a Jope y procedió a comprarse un pasaje en el primer barco que estuviera por zarpar. Una ves en el barco, pues procedió a ponerse cómodo y como podemos leer, se quedó dormido.
¿Les esta empezando a sonar conocido esto? Tal como Jonás, el pueblo de Dios está constantemente huyendo de lo que ÉL nos ha mandado hacer.
Estamos cómodos en el saber que somos salvos, estamos cómodos en ir a la iglesia una ves por semana, nos relajamos y reclinamos tanto y de tal manera que nos quedamos dormidos cuando llega el momento de hacer lo que Dios nos ha mandado.
Entonces, tal como en el caso de Jonás, las tormentas empiezan sacudir nuestra zona de confort. Empezamos a tener dificultades y problemas, hasta que estas calamidades terminan afectando a quienes nos rodean.
Es entonces que, al igual que los marineros de este pasaje, todos empezamos ha hacernos esta pregunta: “¿Por qué?”
O lo que es peor, nos atrevemos a manifestar lo siguiente: “Si Dios tanto nos ama, entonces ¿Por qué deja ÉL que nos sucedan esta cosas?
Esto mismo es lo que le estaba pasando a Jonás, todos le estaban preguntando ¿Por qué? En muchas ocasiones a nosotros se nos hace esta pregunta y aunque sabemos la respuesta, podemos decir al menos una docena de excusas para justificar nuestras acciones.
Todos sabemos a lo que fuimos llamados, todos sabemos que servimos a un Dios justo, un Dios todopoderoso, pero no obstante ello le ignoramos. Pero la historia de hoy –si continuamos leyendo este capítulo de la Biblia– tuvo otro traspié por parte de Jonás.
“El SEÑOR habló por segunda vez a Jonás: «Levántate y ve a la gran ciudad de Nínive y entrega el mensaje que te he dado». Esta vez Jonás obedeció el mandato del SEÑOR y fue a Nínive, una ciudad tan grande que tomaba tres días recorrerla toda. El día que Jonás entró en la ciudad, proclamó a la multitud: «Dentro de cuarenta días Nínive será destruida». Entonces la gente de Nínive creyó el mensaje de Dios y desde el más importante hasta el menos importante declararon ayuno y se vistieron de tela áspera en señal de remordimiento. Cuando el rey de Nínive oyó lo que Jonás decía, bajó de su trono y se quitó sus vestiduras reales. Se vistió de tela áspera y se sentó sobre un montón de cenizas. Entonces el rey y sus nobles enviaron el siguiente decreto por toda la ciudad: «Nadie puede comer ni beber nada, ni siquiera los animales de las manadas o de los rebaños. Tanto el pueblo como los animales tienen que vestirse de luto y toda persona debe orar intensamente a Dios, apartarse de sus malos caminos y abandonar toda su violencia. ¡Quién sabe!, puede ser que todavía Dios cambie de parecer, contenga su ira feroz y no nos destruya». Cuando Dios vio lo que habían hecho y cómo habían abandonado sus malos caminos, cambió de parecer y no llevó a cabo la destrucción que les había amenazado.
Este cambio de planes molestó mucho a Jonás y se enfureció.” (Jonás 3:1-10 – 4:1)
No obstante que Jonás reconoció que él era el responsable de lo que estaba sucediendo a su alrededor y de que, una vez que el pez lo escupió en la playa, regreso a cumplir con lo que Dios le había encomendado, la soberbia y desconsideración de Jonás lo llevaron a cometer otro acto de ofensa contra Dios nuestro Señor, al ver que, una vez que Nínive se arrepintió de sus pecados, Dios los había perdonado.
Así sucede hoy en día con nosotros, todavía que andamos en desobediencia con Dios, que nos asfixian las terribles consecuencias que nos rodean derivadas por lo mismo y de que no somos autoridad para juzgar a nadie, resulta que nos indignamos o molestamos porque no nos gusta la reacción de Dios frente a aquellos con quienes ÉL muestra su misericordia y perdón. Solo eso nos faltaba, creernos más santos que Dios.
Tenemos que aprender que todos estamos llevados a cumplir el propósito de Dios nuestro Señor de llevar Su Palabra a quienes no la conocen. Es imposible no atender este llamado. Recordemos que no es necesario estar detrás de un púlpito para predicar la Palabra, claro que no.
Pero no solo basta cumplir dicho propósito de Dios, no, además tenemos que aprender que Dios es el Único que hace que sucedan las cosas, que Dios es el autor de los acontecimientos sobrenaturales que llevan a las personas primeramente a creer y después a arrepentirse de sus malos caminos y que, tal milagro, es para la gloria y honra de nuestro Dios poderoso y eterno, nos guste o no nos guste.
Dios les bendiga grandemente.
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