Juan 6:1–15, 24–63 (NTV)
“Los que oyeron a Jesús usar este ejemplo no entendieron lo que quiso decir, entonces les dio la explicación: «Les digo la verdad, yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que vinieron antes que yo eran ladrones y bandidos, pero las verdaderas ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta; los que entren a través de mí serán salvos. Entrarán y saldrán libremente y encontrarán buenos pastos. El propósito del ladrón es robar y matar y destruir; mi propósito es darles una vida plena y abundante.
»Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida en sacrificio por las ovejas. El que trabaja a sueldo sale corriendo cuando ve que se acerca un lobo; abandona las ovejas, porque no son suyas y él no es su pastor. Entonces el lobo ataca el rebaño y lo dispersa. El cuidador contratado sale corriendo porque trabaja sólo por el dinero y, en realidad, no le importan las ovejas.
»Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a mí, como también mi Padre me conoce a mí, y yo conozco al Padre. Así que sacrifico mi vida por las ovejas. Además, tengo otras ovejas que no están en este redil, también las debo traer. Ellas escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño con un solo pastor.
»El Padre me ama, porque sacrifico mi vida para poder tomarla de nuevo. Nadie puede quitarme la vida sino que yo la entrego voluntariamente en sacrificio. Pues tengo la autoridad para entregarla cuando quiera y también para volver a tomarla. Esto es lo que ordenó mi Padre».”
Esta es una bella y expresiva figura de las Palabras que salieron de la boca de nuestro Señor Jesucristo que cuando los judíos la tomaron literalmente se escandalizaron diciendo:
“¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”
Jesús tuvo que aclarar el sentido de sus Palabras, al igual que en otras muchas parábolas que empleó el Salvador en sus enseñanzas, como la del grano de mostaza, el sembrador o la perla escondida, y como tal tenemos que aceptarla.
Jesús había alimentado el día anterior a cinco mil en un lugar desierto y los que participaron del milagroso festín se reunieron el día siguiente esperando que Jesús repitiera algún milagro semejante, pero Jesús les dijo: “Trabajad no por la comida que perece, sino por la que para vida eterna permanece”.
Jesús se adelanta al propósito no expresado por los judíos, expresando: Vuestro cuerpo tiene necesidad de alimento y yo os lo he provisto y mi Padre el Creador os lo provee cada año, pero pensad que tenéis un alma espiritual, eterna, inmortal que no vive de pan físico, sino de la Palabra de Dios, y Yo soy esta Palabra de Dios, el Verbo Divino hecho carne (Juan 1:9-10).
Todos sabemos que el Señor fue tentado en el desierto por Satanás y su respuesta al enemigo fue: “No con sólo pan vivirá el hombre, sino con toda palabra que ha salido de Dios”.
¿Cómo nos alimentamos de Cristo?
Recibiendo su Palabra, asimilándola, creyéndola, aceptándola. Jesucristo es la revelación del Dios invisible, del Padre Celestial. Jesús dijo: «Ésta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a Jesucristo, a quien has enviado» (Juan 17:3). ¿Puede haber un lenguaje más claro? Ésta es la vida eterna, conocer a Dios, el eterno Creador y a Jesucristo como el Salvador que Dios nos ha enviado.
Con el mismo anhelo que el hambriento se alimenta de pan, así como el cuerpo se alimenta de alimento físico, como cristianos nos alimentamos de la Palabra del Señor. Para los que creían como Pedro o Juan, la figura era clara y sobre todo lo fue después de su muerte y resurrección.
¿Lo es para nosotros? Si no es así, entonces pidamos a Dios que nos conceda el don de la fe para que podamos asimilar a Cristo en nuestro corazón. Elevemos a ÉL un suspiro diciendo: “Señor, creo en ti, eres mi todo, tu Palabra es todo para mí y yo la creo y la acepto”. Entonces estaremos espiritualmente comiendo, es decir, asimilando a Cristo y esto nos unirá a ÉL y nos dará la vida eterna.
El pan físico es suficiente para la vida del adulto, así como la leche lo es para un bebe (1 Pedro 2:2); no hay necesidad espiritual que Jesús no satisfaga cuando le hemos recibido en el corazón, paz, amor, gozo. De hecho, es lo que muchas personas marginadas por la sociedad han hallado al aceptar a Cristo.
El maná tenía todos los elementos necesarios para la vida de los peregrinos en el desierto y sus virtudes consistían en que no había salido de la tierra. Cristo vino no engendrado por voluntad humana, sino directamente del Cielo. Vino directamente de Dios y no hizo más que envolverse con el vestido de carne humana en el seno de su madre María.
Jesús fue el pan vivo que da vida por medio de su muerte. Jesús siempre llevaba en mente esta idea redentora:
“Yo soy el pan vivo que he descendido del Cielo” (Juan 6:51).
El pan simbólico que es Cristo tiene que ser asimilado. Podemos tener una montaña de panes sobre nuestra mesa, pero de nada nos aprovechará si no es asimilándolo físicamente por nuestra boca. Así es también con el pan del Cielo que es Cristo: Podemos conocer de Cristo con los ojos del intelecto o de vuestra memoria todos los hechos de su vida y sus enseñanzas, pero hasta que hagamos un acto de fe con sinceridad de nada nos servirá. Muchos tienen suficiente en contemplar el pan, asistiendo incluso cada domingo a sus congregaciones, pero de nada servirle si no reciben a Cristo en su corazón.
Jesucristo hubiese podido hacer anunciar la buena nueva por ángeles o por una voz sobrenatural que viniera del cielo, pero no lo hizo –al igual que en todos sus milagros físicos–; Sin embargo, solo un milagro es el ÚNICO que Jesús pudo realizar y nosotros no: el milagro de la gracia de dar su vida por nosotros. En otras palabras, Jesús hizo sólo la parte indispensable que nosotros no podíamos realizar, dar su vida para redención de nuestros pecados; luego entonces, nuestro deber es extender el pan de vida. Dios nos lo manda cueste lo que cueste, en testimonios, en oraciones, en ofrendas, etc.
¡Debemos estar seguros que Dios nuestro Señor tiene palabras de vida eterna para nosotros, promesas que estamos convencidos que ÉL cumplirá, y nosotros hemos conocido y creído que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente!
Dios les bendiga grandemente.
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