“Cierto día Jesús le dijo a sus discípulos: «Crucemos al otro lado del lago». Así que subieron a una barca y salieron. Mientras navegaban, Jesús se recostó para dormir una siesta. Pronto se desató una tormenta feroz sobre el lago. La barca se llenaba de agua y estaban realmente en peligro. Los discípulos fueron a despertarlo: «¡Maestro! ¡Maestro! ¡Nos vamos a ahogar!», gritaron. Cuando Jesús se despertó, reprendió al viento y a las tempestuosas olas. De repente la tormenta se detuvo, y todo quedó en calma. Entonces les preguntó: «¿Dónde está su fe?». Los discípulos quedaron aterrados y asombrados. «¿Quién es este hombre? —se preguntaban unos a otros—. Cuando da una orden, ¡hasta el viento y las olas lo obedecen!».”
Ya hemos aprendido que pasamos nuestra vida tomando decisiones. Cada decisión que tomamos es un nuevo camino por andar, y cuando nos disponemos a dar ese primer paso seguramente nos encontraremos con situaciones difíciles, con situaciones adversas.
El pasaje nos narra que mientras navegaban los discípulos con Jesús les vino una impetuosa tormenta que hacia que la barca se llenara de agua y los pusiera en peligro, a tal grado que temerosos ellos fueron a despertar al Señor Jesús. Es trascendental no perder de vista que Jesús estaba con ellos en la barca.
Hoy en día nosotros pasamos por las tormentas de la vida. Así es, tormentas de enfermedad, tormentas de deudas, tormentas de falta de trabajo, tormentas de vicios, tormentas de envidias, tormentas de difamación, en fin, póngale ustedes el nombre a su tormenta, y empezamos a ver tan grande el movimiento de nuestra barca por lo impetuoso de las olas de los problemas, que se nos olvida que Jesús está con nosotros.
Jesús reprendió al viento y al mar y todo aquello quedo en calma. ¡Wow! Se imaginan ese momento tan glorioso. Pero no solo el mar y el viento callaron, también sus discípulos. Aquellos hombres que habían andado con ÉL, aquellos hombres que le habían visto hacer milagros, ahora eran ellos quienes callaban, ahora eran ellos quienes estaban vulnerables.
Cuántos de nosotros nos hemos sentido vulnerables en medio de la tormenta, cuántos de nosotros hemos sentido que nos ahogamos, y cuántas veces hemos despertado el Señor nuestro Dios para que nos ayude; cuántas veces hemos despertado el Señor nuestro Dios para que nos sane; cuántas veces hemos despertado el Señor nuestro Dios para que nos ayude porque estamos desesperados, porque el agua nos está llegando hasta el cuello. ¿Cuántas veces?
El Señor dice calla y enmudece, pero no solo se lo dice al fuerte viento y al tempestuoso mar, no, eso también nos lo dice a nosotros. El Señor nos está diciendo calla; el Señor nos está diciendo calma; porque lo primero que ÉL quiere es que quitemos nuestra mirada y nuestros oídos de la tormenta, que quitemos nuestra mirada y nuestros oídos de la dificultad, porque de lo contrario difícilmente podremos percatarnos que Jesucristo esta con nosotros en la barca.
Pero en estos versículos de hoy existe otra gran enseñanza que debemos aprender hoy, ya que no basta con callar y calmarnos para darnos cuenta que Jesús está con nosotros en la barca. No.
Pongamos atención. Ya aprendimos que en nuestra vida hay problemas, ya aprendimos que esos problemas nos hacen olvidar que Jesús está con nosotros, ya aprendimos que Jesús nos hace callar para que nos demos cuenta que ÉL está con nosotros en medio de la tormenta, pero ello no es suficiente. No.
Jesús estaba con ellos, si, pero no había fe en ellos. ¿Si queda claro?
Nosotros podemos tener a Jesús a nuestro lado, nosotros podemos tener a Jesús en nuestra barca, nosotros podemos tener a Jesús en nuestra casa, nosotros podemos tener a Jesús en nuestro trabajo, pero si no hay fe en nosotros, si Jesús no ve la fe en nosotros, de nada sirve.
Nuestra naturaleza nos hace vivir en la zozobra, porque nos apoyamos en nuestra propia prudencia, cuando de antemano tenemos el remedio para vivir en poder y en victoria todos los días, porque Jesucristo el hijo de Dios está con nosotros, pero para que ÉL accione se necesita fe. Pequeño detalle.
Para que Jesús le diga a la tormenta y al mar que se calmen, para que Jesús le diga a la enfermedad que se vaya, para que Jesús traiga restauración a nuestro matrimonio, para que Jesús nos de la solución a nuestros problemas, no basta con tenerlo a nuestro lado, no, se necesita fe en nosotros para que ÉL actúe, para que ÉL de la orden de callar!!!
No podemos estar a expensas de la misericordia de Dios, porque fue eso precisamente lo que hizo que Jesús diera la orden y viniera la calma. Fue su inmensa misericordia al ver angustiados a sus discípulos con miedo a morir ahogados, lo que hizo que Jesucristo interviniera. Nada más. El miedo a morir fue lo que hizo que sus discípulos llamaran a Jesús, porque si hubiera habido fe en ellos, ni lo hubieran molestado.
Así como a sus discípulos, el Señor nos pregunta hoy: ¿Dónde esta nuestra fe? La Palabra nos dice que nada, nada es imposible para Dios. Pidamos al Señor esa medida de fe que necesitamos tener, para que cada área de nuestra vida, esté en victoria.
Tengamos fe en nuestro Señor Jesús. No nos conformemos con creer en ÉL, no, decidamos conocerle, porque nadie puede amar lo que no conoce.
No vivamos de su misericordia, no, vivamos de nuestra fe. No lo busquemos por miedo a morir ahogados, no. Mejor oremos a ÉL en medio de la tormenta siempre confiados, oremos a ÉL en medio de la tormenta con esa paz que sobre pasa todo entendimiento; entonces, Jesús dará la orden y todo estará en calma.
Dios les bendiga grandemente.
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