Hebreos 12:5-6 (NTV)
“¿Acaso olvidaron las palabras de aliento con que Dios les habló a ustedes como a hijos? Él dijo: «Hijo mío, no tomes a la ligera la disciplina del Señor y no te des por vencido cuando te corrija. Pues el Señor disciplina a los que ama
y castiga a todo el que recibe como hijo».”
Si hay algo que me ha llamado la atención en esto de “las cosas de Dios”, es la confusión tan grande que hay para poder entender la diferencia entre la disciplina de Dios y la religiosidad, para lo cual es importante entender conceptos como la sinceridad, lealtad y obediencia, así como sus opuestos: hipocresía, deslealtad y rebeldía.
El ser emocionales, hipócritas o rebeldes hace que nuestra vida sea frágil, hace que vivamos una falsa fe y que seamos vulnerables a los ataques del enemigo. Pero cuando somos sinceros, leales, obedientes, podremos enfrentar cualquier desafío y siempre salir victoriosos, iremos de poder en poder.
Una persona puede afirmar que es discípulo de Jesucristo únicamente cuando se sujeta a la disciplina de ÉL; toda persona que quiera aprender y crecer en sabiduría necesariamente debe ser disciplinada.
Jesús, a través de los evangelios, habla y da testimonio sobre cómo vivir en el orden de Dios en todos los aspectos de nuestra vida: familia, trabajo, ministerio, etc. Es impresionante como la Palabra nos enseña el cómo Jesús buscaba la presencia de Dios Padre desde la madrugaba y hasta altas horas de la noche, y ello no le gustó a muchos judíos, porque esa comunión con el Padre confrontó y puso en evidencia la religiosidad de muchos de ellos.
«Muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó, salió de la casa y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar.» (Marcos 1:35 NVI).
Debemos de tener en cuenta que ser un verdadero discípulo de Jesucristo significa despojarse de lo que somos para seguirle a ÉL. Jesús no cambia su opinión a pesar de los tiempos. Jesús nunca nos dirá “amado hijo” si estamos equivocados, de ninguna manera; por el contrario, si somos religiosos nos llamará hipócritas.
Habemos gente que nos jactamos de decir que tenemos intimidad con Dios, pero es falso; habemos gente que decimos amar a Dios por sobre todas las cosas y no es así, porque el amor no son palabras sino obras. Recordemos que únicamente nos consideraremos seguidores de Cristo cuando actuemos como ÉL, cuando hagamos genuinamente lo que Él nos manda y no hipócritamente. Recordemos que a Dios no le podemos engañar.
La disciplina de Dios conlleva el sujetarnos a una vida de obediencia a ÉL. En esto de la disciplina de Dios el éxito no es que seamos inteligentes, sino que seamos obedientes. La inteligencia humana no remplaza el poder de la obediencia a Dios.
La religiosidad es una vida de apariencia, de hipocresía, una vida donde hay solamente palabras que suenan bonito pero obras totalmente alejadas de Dios. La persona religiosa siempre aparenta lo que no es, depende de lo que los demás le digan o piensen de él. Siempre trata de agradar a los demás o de ganarse la aprobación de los demás. La persona religiosa busca servirse de los demás en lugar de servir a los demás.
Quienes nos decimos ser hijos de Dios tenemos el gran compromiso de permitir que ÉL obre en nosotros, con el objeto de que dicha obra trascienda a nuestra familia, a nuestra empresa y trabajo.
¿Con qué propósito debemos testificar que Cristo es quien gobierna nuestra vida y que somos Sus discípulos?
Con el propósito de que aquellos que no conocen a Dios, lo conozcan, y si ya le conocen, entonces fortalezcan su fe.
Quitemos toda religiosidad de nuestra vida, alejémonos toda persona religiosa porque seremos contaminados. En lugar de ello, seamos fieles imitadores de Jesucristo, para que algún día podamos llegar a ser esa clase de discípulos que ÉL está buscando.
Dios les bendiga abundantemente.
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