Mateo 26:36-39 (RVR)
“Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a los discípulos:
—Sentaos aquí, hasta que yo vaya allá y ore.
Tomó consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, y comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo:
—Mi alma está muy triste, hasta la muerte. Quedaos aquí y velad conmigo.
Pasando un poco más adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo:
—Padre mío, de ser posible, pase de mí esta copa. Pero, no sea como yo quiero, sino como tú.”
En estos versículos podemos entender el relato de la agonía de Jesús en el huerto. El lugar donde padeció esta tremenda agonía fue un lugar que se llama Getsemaní. El nombre significa “prensa de olivas”. Allí comenzó el Señor su Pasión.
La compañía que tuvo consigo cuando estaba en la agonía, fueron sus apóstoles, excepto Judas, que para entonces ya tramaba su traición. De ellos, tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan, para ir con éstos al rincón del huerto donde iba a sufrir la agonía. Dejó a los demás a cierta distancia, diciéndoles: “Sentaos aquí, mientras voy a orar allá.”
Cristo se fue a orar solo, aunque acababa de orar en compañía de sus discípulos. Tomó consigo a los mismos tres que habían sido testigos de la gloria de Su Transfiguración, para prepararlos así para ser testigos de Su agonía. Los mejor preparados para sufrir con Cristo son los que, por fe, han contemplado Su gloria. Si esperamos reinar con ÉL, ¿Por qué no habremos de sufrir con ÉL?
Es impresionante como comenzó a entristecerse y a sentir gran angustia. No se trataba de ningún dolor corporal o tormento del exterior, sino que era un tormento interior. Las palabras usadas aquí son muy explicitas: comenzó a estar sumamente triste y en gran consternación. Sentía sobre Sí una gran carga que le abrumaba.
¿Y cuál era la causa de ello? ¿Qué le pudo poner en tal agonía? Es un hecho que no era por desesperación ni por desconfianza en Su Padre, mucho menos, por estar en conflicto con ÉL. Así como el Padre le amaba porque ponía Su vida por Sus ovejas, así también ÉL estaba enteramente sumiso a la voluntad del Padre en todo ello.
Cristo estaba empeñado en un conflicto con los poderes de las tinieblas. Los sufrimientos que iba a padecer eran por nuestros pecados, tenían que caer todos sobre Jesús, y ÉL lo sabía. Así como nosotros deberíamos estar consternados por nuestros propios pecados, así lo estuvo ÉL por los pecados de todos nosotros.
Cristo tenía una visión clara y plena de todos los sufrimientos que le aguardaban. Conoció de antemano la traición de Judas, la negación de Pedro, la maldad e ingratitud de los judíos. La muerte en su aspecto más aterrador, la muerte escoltada por todos sus terrores, le daba bien en el rostro; y esto le ponía triste sobremanera, especialmente porque la muerte es la paga del pecado, en expiación del cual se había ofrecido.
Cristo fue a sus discípulos y les dijo mi alma está abrumada de una tristeza mortal. Así les expuso el estado de su ánimo.
Cristo nos dice aquí dónde estaba asentada su angustia; era Su alma la que estaba ahora en agonía. Cristo sufrió en Su alma así como en Su cuerpo; Cuál era el grado de Su angustia: Estaba abrumado de tristeza. Era una tristeza llevada al extremo, hasta la muerte; era una tristeza mortal, es decir, tal que ningún ser humano podría soportar sin morir.
¿Cuánto iba a durar esa angustia? Hasta la muerte. Comenzó a entristecerse, y no cesó hasta que llegó a decir: Consumado es. Estaba profetizado de Cristo que había de ser varón de dolores.
Les encarga que le acompañem: quedaos aquí y velad conmigo. Verdaderamente debía de estar totalmente destituido de apoyo, para rogar que le apoyasen quienes ÉL sabía que eran muy pobres consoladores.
Esto es parte de lo que vivió en sus ultimas horas nuestro Señor Jesús, antes de Glorificarse sobre todos los cielos al vencer la muerte con su resurrección.
Ahora nos toca preguntarnos: ¿Realmente vivimos honrando tal acto de amor con nuestra obediencia, o bien lo hacemos inútil con nuestra indiferencia y separación de Dios?
Dios les bendiga grandemente.
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