“El SEÑOR estaba con Samuel mientras crecía, y todo lo que Samuel decía se cumplía. Entonces todo Israel, desde Dan en el norte hasta Beerseba en el sur, supo que Samuel había sido confirmado como profeta del SEÑOR. El SEÑOR siguió apareciéndose en Silo y le daba mensajes a Samuel allí en el tabernáculo.”
Estoy seguro que todos alguna vez en nuestra vida hemos visto o utilizado una lámpara. La lámpara es un utensilio que nos ayuda a iluminar el lugar donde estamos, es un utensilio que nos evita tropezar con objetos en medio de la obscuridad. Es por ello que resulta indispensable que la lámpara deba estar encendida para guiarnos, para alumbrarnos.
Una lámpara ayuda a orientar a las personas, y aplicando esto como una analogía, podríamos afirmar que una lámpara es como una persona con autoridad, ya sea nuestro papá, nuestro jefe, el dueño o gerente de una empresa, un líder, un ministro de Dios, etc. Pero todos estos hombres revestidos de autoridad únicamente podrán hacer bien su trabajo si, al igual que una lámpara encendida, pueden ser esa guía idónea para sus colaboradores o seguidores.
Si leemos el capítulo 3 del Libro 1 de Samuel, para efectos de nuestra explicación podríamos decir que la lámpara era Elí, el Sacerdote, a quien para su mala fortuna Dios ya no lo usaba como profeta; en nuestra analogía, Elí empezaba a apagarse como esa lámpara profética de Dios.
“Mientras tanto, el niño Samuel servía al SEÑOR ayudando a Elí. Ahora bien, en esos días los mensajes del SEÑOR eran muy escasos y las visiones eran poco comunes.” (1 Samuel 3:1 NVI)
Sin embargo, antes de apagarse totalmente, Dios eligió una nueva lámpara: a Samuel. Así es, Dios eligió a Samuel, pero lo importante en este pasaje es que Samuel ya no predicaba palabras de Dios por causa de que Elí se estaba apagando. Samuel empezó a ministrar sin conocimiento o sin la presencia de Dios, porque la lámpara (Elí) se estaba apagando.
Hoy en día es muy común ver a muchos hijos (e hijas) que andan por el mundo sin el conocimiento de Dios porque nosotros como padres (Papá y Mamá) nos estamos apagando, o lo que es peor, porque como padres nunca logramos ser esas lámparas que iluminaran o guiaran el camino de nuestros hijos.
La violenta e insegura situación de nuestro país, de nuestra ciudad, de nuestra colonia, se debe a que los hijos de Dios estamos apagados. En la terrible oscuridad de la ausencia de Dios existen secuestros, drogas, robos, daños, destrozos, porque como padres permitimos que la lámpara de la comunión con Dios se apague. La consecuencia de dejar apagar nuestra relación con Dios, es que la presencia de Dios se va de nuestra vida y corremos el grave peligro de que nuestros hijos caigan en pecado.
Cuando como hijos de Dios no cuidamos la presencia de Dios en nuestra vida, es peor que perder nuestra vida entera, es igual a perderlo todo. Dios quiere que comprendamos que somos sus lámparas y que nuestra responsabilidad es estar siempre encendidas.
“Ustedes son la luz del mundo, como una ciudad en lo alto de una colina que no puede esconderse.” (Mateo 5:14)
Nuestra responsabilidad es ser un poderoso estorbo al pecado de nuestros hijos y de toda persona que Dios ha puesto a nuestro cuidado.
La Palabra de Dios nos lleva a vivir en la libertad divina y no en la esclavitud del mundo. Es impresionante ver como el profeta Samuel recibió y guardó la presencia de Dios por medio de la Palabra, mientras que Elí se dedicó a vivir guardando por encima de todo las tradiciones de su vida sacerdotal, en lugar de buscar y guardar la presencia de Dios. La religiosidad de Eli lo llevó a descuidar la disciplina de sus hijos.
Hoy también eso nos pasa a muchos de nosotros en la actualidad: caemos en una religiosidad, caemos en un tradicionalismo, caemos en un legalísmo, que hacen que nuestra relación con Dios no sea sincera, que nuestra relación con Dios se apague y, en consecuencia, no seamos esa autoridad frente a nuestros hijos, frente a nuestros colaboradores, frente a nuestra iglesia.
Es importante tener presente que si no estorbamos el pecado, nuestra lámpara empezará a apagarse y Dios no estará agradado con nosotros. Es importante tener presente que debemos cuidar la presencia de Dios. ¿Pero cómo hacemos esto?
Diciéndole a Dios: “Habla que tu siervo escucha” (1Samuel 3:10 NTV).
Así es, debemos estar atentos a la voz de Dios y la única manera de hacerlo es estar en su presencia constantemente. Es importante tener presente en qué lugar Dios nos puso como padres y estar allí cuando debamos ser estorbo del pecado de nuestros hijos. Es importante tener presente en qué lugar Dios nos puso como líderes y estar allí cuando debamos ser esa guía que oriente a nuestros colaboradores. Es importante tener presente en qué lugar Dios nos puso como siervos de ÉL y estar allí cuando debamos ser esa lámpara que guíe a la iglesia. Es importante tener presente que cuando conocemos la presencia de Dios, es decir, cuando estamos atentos para escucharlo y obedecerlo, nunca caeremos en religiosidades, tradicionalismos o legalímos.
Debemos recordar siempre lo que dijo el Apóstol Pablo: “muero todos los días.”
Morir a nuestra carne y a nuestros pecados, es la mejor manera de agradar a Dios. Busquemos ser como Samuel, quien cuando empezó ministrar delante de la presencia de Dios, entonces Dios lo hizo un tremendo profeta; quien cuando empezó a estar delante de la presencia de Dios, entonces Dios lo hizo un verdadero instrumento del Espíritu Santo; quien cuando empezó a escuchar la voz de Dios, entonces Dios lo hizo una resplandeciente lámpara para Su pueblo escogido.
Dios les bendiga grandemente.
Recibe gratis en tu e-mail las reflexiones de El Principio.