¡Pídeme y te daré!

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Jeremías 33:1-3 (NTV)

“Mientras Jeremías aún estaba detenido en el patio de la guardia, el SEÑOR le dio un segundo mensaje: «Esto dice el SEÑOR, el SEÑOR que hizo la tierra, que la formó y la estableció, cuyo nombre es el SEÑOR: pídeme y te daré a conocer secretos sorprendentes que no conoces acerca de lo que está por venir.”

En numerosas ocasiones hemos hablado acerca de la importancia de la oración. Como todos sabemos la oración es el único medio que tiene todo creyente para comunicarnos con Dios nuestro Señor, ya que cuando oramos no estamos dependiendo de nuestra propia fuerza para producir una victoria, sino que estamos dependiendo del Todopoderoso para que sea ÉL quien logre dicha victoria.

Como seguidores de Cristo debemos reconocer dos cosas importantes:

– reconocer que siempre existirán cosas o sucederán eventos a nuestro alrededor que están completamente fuera de nuestro control.

– que, sin la ayuda de Dios, nunca podremos superar esos eventos que buscan desviarnos de la voluntad de Dios.

Ante tales premisas, entonces ¿Cómo podemos hacer nuestras oraciones más eficaces?

Lo primero que debemos saber es que el libro de Jeremías no fue escrito cronológicamente, así que organizar todo lo encontrado en él en contenido histórico preciso, es algo problemático. Segundo, debemos también saber que durante la vida del profeta el pueblo de Dios estaba dividido en dos reinos: Israel era el reino del norte y Judá el reino del sur.

Durante éste momento de la vida del profeta, el reino del norte había sido destruido y llevado cautivo por Asiria. Así que a él le toco vivir momentos verdaderamente difíciles; a él no solamente le tocó ver la destrucción de Israel, a él también le tocó ver como el remanente del pueblo de Dios le daba la espalda a Dios.

Eran esos tiempos cuando la apostasía, la idolatría y los rituales paganos florecían. La maldad había tomado raíz y el pueblo de Dios cada día que pasaba se alejaba más de ÉL. Esto es algo que queda muy bien reflejado en la exhortación de Dios a Israel y Judá, como encontramos en:

“Sólo reconoce tu culpa; admite que te has rebelado contra el SEÑOR tu Dios y que cometiste adulterio contra él al rendir culto a ídolos debajo de todo árbol frondoso. Confiesa que rehusaste oír mi voz. ¡Yo, el SEÑOR, he hablado!” (Jeremías 3:13 NTV)

Jeremías ministró a éste pueblo por más de cuarenta años y le tocó vivir durante lo que serían los últimos días del reino de Judá. En éste punto de la historia, Jerusalén (la capital del reino del sur), tenía un bloqueo militar a su alrededor; tenían al ejercito de Babilonia a las puertas. Este ejército había bloqueado la ciudad con su poder militar, y este bloqueo había durado por un período aproximado dos años. Pero ¿Por qué es necesario saber estos detalles?

Es necesario conocer estos detalles porque ellos nos revelan que aunque haya pasado mucho tiempo, el mundo se encuentra en similares condiciones a las de ese entonces, es decir, que cada día que pasa el mundo prefiere abrazar la maldad en vez de aceptar la verdad de Jesucristo. Así que ya en este contexto de la historia, nos será más fácil entender la Palabra de hoy.

Lo primero que debemos notar aquí es que esta bella promesa de Dios le fue dada al profeta durante uno de los momentos más difíciles en su vida, cuando estaba preso en la cárcel. Pero ¿Por qué estaba el profeta encarcelado?

Jeremías se encontraba encarcelado debido a que él les había traído un mensaje de Dios que el rey no quería escuchar o aceptar:

“Todo el que permanezca en Jerusalén morirá por guerra, enfermedad o hambre, pero aquellos que salgan y se entreguen a los babilonios vivirán. ¡Su recompensa será la vida! Pues he decidido traer desastre y no el bien a esta ciudad —dice el SEÑOR—. Será entregada al rey de Babilonia, quien la reducirá a cenizas.” (Jeremías 21:9-10 NTV)

Como podemos leer el hombre ha tomado una actitud incorrecta acerca de Dios.

A través del tiempo el hombre le ha restado importancia a Dios y ha tenido una imagen errónea de ÉL. Dios no es un pordiosero suplicando a los hombres se arrepientan de sus pecados, claro que no. Es la misericordia de Dios la que muchas veces impide que ÉL se muestre como un Dios de justicia. Pero todo tiene un límite, y es cuando entonces Su ira se enciende sobre aquellos que escogen servir el mal.

Es verdad que nosotros servimos a un Dios misericordioso y ÉL no desea que nadie se pierda; como reza en Mateo 18:14 (RV60):

“…Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños…”

Sion embargo, nunca debemos olvidar que ir en contra de la voluntad de Dios voluntaria y deliberadamente producirá consecuencias extremadamente negativas en nuestra vida.

Este fue el caso con el pueblo de Israel en ese entonces. Ellos lo perdieron todo, y somos muchos los que perdemos las bendiciones de Dios, debido a que no estamos dispuestos a cambiar, lo que nos lleva a caer reiteradamente en la prisión del pecado.

De ahí, que la única manera que podemos prevenir que esto nos suceda es permitiendo que el Espíritu Santo obre en nosotros, cambiándonos por completo:

“Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud.” (Gálatas 5:1 RV60)

La esclavitud a las cosas del mundo nos causa sufrimiento; la esclavitud a las cosas del mundo nos causa dolor; la esclavitud a las cosas del mundo nos roban la paz. En ocasiones caemos prisioneros del maligno inconscientemente, pero aun en esa prisión Dios nos habla y nos provee de esperanza y fortaleza.

Cuando nos presentamos ante Dios en oración, debemos hacerlo con la actitud correcta, esto es con un corazón humilde.
En la versión RV60 la Palabra del Señor nos dice:

“Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces”

Cuando clamamos a Dios admitimos que sin Dios nada podemos hacer. Cuando clamamos a Dios admitimos que existen cosas en éste mundo que están completamente fuera de nuestro control y que solo Dios puede solucionar o resolver.

Dios les bendiga grandemente.

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