“Por la ternura y la bondad de Cristo, yo, Pablo, apelo a ustedes personalmente; yo mismo que, según dicen, soy tímido cuando me encuentro cara a cara con ustedes pero atrevido cuando estoy lejos. Les ruego que cuando vaya no tenga que ser tan atrevido como me he propuesto ser con algunos que opinan que vivimos según criterios meramente humanos, pues aunque vivimos en el mundo, no libramos batallas como lo hace el mundo. Las armas con que luchamos no son del mundo, sino que tienen el poder divino para derribar fortalezas. Destruimos argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevamos cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo.”
Si leemos completo este capítulo 10 del Libro 2 de Corintios, podremos darnos cuenta de lo explícito que fue en su reprensión el Apóstol Pablo a los cristianos de la iglesia de Corintio. Vaya que sí. Fue una iglesia que se ensoberbeció tanto de su “cristiandad” que la llevó a la altivez y desobediencia. Fue una iglesia que empezó a hacer lo malo, fue una iglesia que empezó a gloriarse a si misma y no en el Señor nuestro Dios.
Es triste darnos cuenta de que día con día hay muchas personas que se van apartando de Dios, o de personas que tienen que arrancar de cero por haber sucumbido al pecado, haberse arrepentido y haber iniciado un proceso de restauración en su vida.
No es la voluntad de Dios que alguien se aparte de ÉL, de ninguna manera. David logró restaurarse, pero le costó muchísimo. No tenemos porque pasar por experiencias dolorosas e innecesarias para poder volver a valorar la presencia de Dios.
La iglesia verdadera de Cristo no nace en el corazón de un hombre. No. La iglesia verdadera de Cristo nace en el corazón de Dios. Debemos tener cuidado con lo que usamos al enfrentarnos a la vida, porque quienes sufren las consecuencias siempre somos nosotros mismos.
No podemos avanzar en nuestra vida haciendo lo malo, ya que el Espíritu Santo se entristece cuando lo hacemos. No podemos edificar nuestra vida haciendo lo malo: negocios ilícitos, murmuraciones, agresividad, infidelidades, mintiendo, etc. Vivir sin la presencia de Dios es vivir sin límites, vivir sin la presencia de Dios es vivir desenfrenadamente; las cosas de Dios son para respetarlas y darles su justo valor.
Dios respalda todo lo bueno y todo lo que nace de manera correcta de nuestro corazón. Dios respalda la oración porque es la manera de comunicarnos con ÉL, es la única manera de estar en comunión con ÉL.
Donde hay respeto, integridad, honestidad, disciplina, ahí está la presencia de Dios. Donde hay libertad de pecado, ahí está Dios. Dios quiere una iglesia así.
Hacer lo malo significa vivir en la carne, hacer lo malo significa volver a las violentas corrientes del río de la vida de desenfreno, hacer lo malo significa alejarnos de Dios para quedar vulnerables al acecho del enemigo, y no solo de nosotros sino de nuestra familia también.
Debemos tener cuidado con las fortalezas del enemigo. Debemos ser libres de toda justificación para hacer lo malo y entonces hacer lo que nos fortalece, lo que nos edifica, lo que nos acerca a la presencia de Dios. Nada justifica que dejemos de congregarnos en nuestras iglesias de preferencia, nada justifica que dejemos de orar, pues debemos hacerlo a pesar de que no lo sintamos, porque es un deber, porque la Palabra de Dios lo pide.
No aceptemos argumentos del enemigo justificándonos para hacer lo malo diciéndonos: “Dios me entiende” o “Dios sabe que lo hago por necesidad”, etc. Dios jamás va a entender ni aceptar que andemos en pecado para avanzar en nuestra vida, porque entonces nos estaremos alejando de ÉL; por el contrario, Dios siempre va a respaldar la prudencia, la integridad, la honestidad, la santidad, en fin, todo aquello que nos acerque más y más a ÉL.
Debemos derribar todo argumento y toda altivez en contra del conocimiento de Cristo. La causa por la que caemos o nos apartamos de Dios, es porque empezamos a aceptar argumentos opuestos a las bondades y fortalezas en gloria que trae el conocimiento de Cristo a nuestras vidas.
Existen personas que nos argumentan la inexistencia de Dios o critican nuestra fe o nos descalifican como creyentes, en lugar de utilizar argumentos válidos que convenzan y muestren los beneficios que trae consigo vivir sin creer en Dios o convenzan y muestren los beneficios que han llegado a su vida al vivir separados de Dios. Realmente me gustaría escucharlos.
Ninguna vida es vida separada de la presencia de Dios; no importan los argumentos de los demás en contra de nuestras particulares creencias; no debemos dejarnos sembrar argumentos pero tampoco debemos sembrar argumentos en otras personas; no aceptemos el orgullo, ni la altivez ni la soberbia espiritual en nosotros. No demos por sentado que Dios está de acuerdo con esa actitud en nosotros. No.
Tenemos que guardar nuestro lugar, tenemos que saber ser prudentes y sabios porque Dios detesta la arrogancia espiritual. Seamos mansos y humildes de corazón, como Jesucristo, nuestro amado Rey.
Dios les bendiga grandemente.
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