¿Cómo vemos nuestros problemas?

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Números 13:30-31 (NTV)
“Pero Caleb trató de calmar al pueblo que se encontraba ante Moisés.
—¡Vamos enseguida a tomar la tierra! —dijo—. ¡De seguro podemos conquistarla!
Pero los demás hombres que exploraron la tierra con él, no estuvieron de acuerdo:
—¡No podemos ir contra ellos! ¡Son más fuertes que nosotros!”

Es un hecho irrefutable que a lo largo de nuestra vida habrá problemas, por lo que resulta de gran importancia identificar cuáles son los verdaderos problemas y cuáles no lo son. Algo que podemos hacer al respecto es identificar lo que está dentro de nuestro control y lo que no, a fin de ocuparnos de lo gerenciable y no desgastarnos en aquellas cosas o situaciones que no están en nuestro control.

Además de saber identificar nuestros problemas, es indispensable aprender a lidiar con las preocupaciones. Hay quienes se preocupan en el trabajo para poder ganar dinero y pagar su hipoteca (¿problema?), pero también hay quienes se preocupan porque su vecino se compró un coche nuevo y él no puede hacer lo mismo (¿problema?). Indudablemente hay de preocupaciones a preocupaciones y eso, invariablemente, nos llevará a tener otro problema.

Por ello hagámonos esta pregunta: ¿Realmente tenemos un problema o nuestra forma de pensar o de ver las cosas son las que están generando un problema?

Dios me ha enseñado que en esta vida todo tiene solución, y muchos dirán “menos la muerte”; pues no, permítame decirles que hasta eso tiene solución, porque con Cristo aseguramos la vida eterna, porque con Cristo morir es ganancia.

“Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia.” (Filipenses 1:21)

El gran tema es que debemos pedir sabiduría y paz de Dios para poder discernir y entender cuál es la verdadera magnitud de la situación que tenemos en frente. El tamaño del problema lo determinamos nosotros: o decidimos actuar para ponerlo en las manos de Dios o de plano lo hacemos más grande de lo que realmente es y nos agobiamos y preocupamos.

Yo los invito a que identifiquemos el origen del problema o problemas que tengamos enfrente de nosotros, empezando por examinarnos a nosotros mismos. Nadie en este mundo, salvo Dios nuestro Señor, nos conoce tan bien como nosotros mismos. No podemos engañarnos. Pidamos a Dios escudriñe nuestro corazón para que nos permita ver cuál es el problema o nos permita saber cuál es el verdadero origen del problema.

Muchas veces culpamos al enemigo de nuestros problemas, cuando realmente nosotros somos la causa de los mismos. Recuerdo una persona que llegó a pedirme un consejo porque su negocio no iba bien, a pesar de que diezmaba y ofrendaba fielmente en su iglesia, a pesar de que se esforzaba por ser un buen padre y un buen esposo. Cuando le pedí me explicara la forma en que llevaba su negocio, inmediatamente ambos llegamos a la conclusión de que la honestidad y excelencia por parte de él no eran cualidades que aplicara en su trabajo. Fue fácil identificar el problema. En el caso particular, como le expliqué a esta persona, Dios no le iba a prosperar enviándole clientes para que los timara de esa manera; así de simple.

La Palabra de Dios es un poderoso manual que si seguimos fielmente nos llevará a un destino seguro, un manual que si seguimos al pie de la letra nos llevará a vivir confiadamente en el Señor nuestro Dios. Esa sabiduría que nos proporciona la Palabra de Dios debemos de aplicarla en la práctica en nuestra vida y en lo que hacemos todos los días, a fin de poder identificar el origen de los problemas y su solución, porque es Palabra viva y eterna, porque es Palabra que no tiene fecha de caducidad, porque es Palabra de Dios.

Dios les bendiga abundantemente.

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