Como Pablo ¡pocos!

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Filipenses 3:6-10 (NTV)

“Era tan fanático que perseguía con crueldad a la iglesia, y en cuanto a la justicia, obedecía la ley al pie de la letra. Antes creía que esas cosas eran valiosas, pero ahora considero que no tienen ningún valor debido a lo que Cristo ha hecho. Así es, todo lo demás no vale nada cuando se le compara con el infinito valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por amor a él, he desechado todo lo demás y lo considero basura a fin de ganar a Cristo y llegar a ser uno con él. Ya no me apoyo en mi propia justicia, por medio de obedecer la ley; más bien, llego a ser justo por medio de la fe en Cristo. Pues la forma en que Dios nos hace justos delante de él se basa en la fe.”

La semana pasada hablábamos sobre los verdaderos hombres que se necesitan para seguir cabal y fielmente a Jesucristo.  Hablábamos del concepto de hombre que en el mundo prevalece y que, para efectos de mi explicación, valdría la pena recordar el concepto de hombría a que me refería: tener o andar con muchas mujeres, y si hay hijos con más de una, mucho mejor; tomar en cantidades industriales y aguantar mucho frente a los cuates; no echarse para atrás ante cualquier provocación y responder como “hombrecito”, sobre todo cuando me respaldan mis cuates; andar armado y actuar prepotentemente frente a cualquier incauto que nos pase por enfrente; ser ferviente y valiente seguidor de algún equipo en particular, ustedes pónganle la disciplina y uniforme que quieran, y morir y dar la vida por tan preciado grupo de ídolos; relegar a la esposa o mujer la responsabilidad de cuidar a los hijos y ver por la casa, en lo que el hombre trabaja o está con los amigos, etc., etc. Si recuerdan tales ejemplos?

Ese tipo de hombres a que nos referimos con anterioridad somos fácilmente identificables, así es. Las esposas, hijos, familiares, empleados, colaboradores, etc., pueden identificarnos con plena facilidad.

La delicado del caso y otra gran verdad es que hay muchos otros hombres “muy hombres” que no son tan evidentes como los mencionados arriba, que son de una clase de hombres también muy “hombres” que pasan desapercibidos para todos. Casi invisibles para los demás.

Se trata de aquellos hombres de familia de una sola mujer (esposa); de aquellos hombres que son amorosos y responsables con sus hijos; que son trabajadores; no dados al vicio, eso sí, conviven sanamente un rato los jueves con los amigos; que tratan por todos los medios de no decir malas palabras delante de la gente; no tiran basura a la calle andando en el auto, respetan las señales de tránsito, etc. ¿Conocen algunos?

Son el tipo de hombres que se les hace pequeña la boca para exclamar “yo estoy bien con Dios porque no le hago mal a nadie”.

De hecho, hay un personaje en la Biblia que ustedes conocen muy bien y que era parecido a este concepto de hombres “muy hombres”:

Se llamó  Saulo. Había nacido en Tarso, ciudad de Cilicia y había heredado de su padre la tan estimada ciudadanía romana. Él se llamó a sí mismo hebreo de hebreos, de la tribu de Benjamín. Se dice que Saulo era un hombre de una gran educación rabínica. Era persona de amplia cultura, tanto hebrea como griega, y había aprendido también el oficio de fabricar lonas para tiendas de campaña, cosa frecuente entre judíos letrados.  Sin duda, ante la demás gente un hombre intachable. Pero lo más sobresaliente de Saulo es que era por excelencia un implacable perseguidor de los cristianos de esa época. ¿Ya lo ubicaron?

A mi me encanta hablar y escribir de este hombre. Hoy en día, como Saulo, habemos un sin numero de hombres intachables como los descritos arriba, donde nuestra capacidad mental y autosuficiencia nos hacen únicos, nos hacen poderosos, nos hacen no necesitar de los demás, nos hacen ganarnos el respeto y admiración de los demás, y lo peor: nos hacen no necesitar conocer de Dios, porque al final, somos hombres que reconocemos a un Dios que existe y que se nos ha inculcado desde pequeños, pero que no le conocemos; a Quien solemos visitar cada domingo en Su casa. Es triste, pero así es.

Yo era así, muchos de ustedes lo saben.  Hay grandes hombres de empresa y profesionistas, hay grandes hombres que quizás no tuvieron los grandes estudios pero hoy su situación es afortunada y gozan de hermosas familias y grandes satisfacciones.  Sin embargo, hay algo en ellos que posiblemente no sepan identificar ni sepan de que se trata, pero están ciertos que es algo que ni el dinero, ni la familia, ni el poder pueden llenar.  Así es. Les falta algo.  Y me atrevo a decir, sin temor a equivocarme, que ese “algo” solamente Dios lo puede llenar, solo ÉL.

Saben que hay un Dios pero no creen necesitarlo, porque dentro de todo ellos mantienen el control de todo lo que les rodea, porque “nunca” hubo necesidad de llamarle, porque “nunca” hubo necesidad de pedirle ayuda.

“Mientras iba de viaje, llegando cerca de Damasco, aconteció de repente que le rodeó un resplandor de luz desde el cielo. El cayó en tierra y oyó una voz que le decía:
—Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
Y él dijo:
—¿Quién eres, Señor?
Y él respondió:
—Yo soy Jesús, a quien tú persigues.  Pero levántate, entra en la ciudad, y se te dirá lo que te es preciso hacer.” (Hechos 9:3-6)

Regularmente este tipo de hombres se acercan a Dios cuando les viene una desgracia, pero no quisiera referirme a ellos hoy.  Quisiera referirme precisamente a aquellos que, como a Saulo, no les faltaba ni les dolía nada.

La vida de Saulo es para mi impactante y un claro ejemplo de que todos, sin excepción, tarde que temprano, dejaremos caer nuestras rodillas sobre la tierra, y lo grandioso y que deseo con todo mi corazón es que no sea a causa de una calamidad.  Por el contrario, que como le sucedió a Saulo de Tarso, seamos impactados tremendamente por el Señor Jesucristo y reconozcamos que todo lo que somos, lo que es nuestra familia y la gente que amamos en nuestra vida, se debe a una sola razón: la MISERICORDIA DE DIOS; y que nuestra capacidad y autosuficiencia que nos permitieron tener todo lo que tenemos, viene de una sola fuente: la GRACIA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.  Entonces, solo entonces, dejaremos de ser como  Saulo, para convertirnos en esos Pablo’s radicales y determinados a seguir a Cristo, como reza la Palabra del día de hoy.

Reconocer lo anterior no es fácil y posiblemente suene romántico de mi parte, porque resetear o borrar todas nuestras enseñanzas y experiencias vividas a lo largo de nuestra vida es muy difícil, pero tampoco es imposible.

Debemos tener el valor y disponernos a tener ese encuentro con Jesucristo.  Debemos tener el valor y disponernos a ser deslumbrados por su hermosura y poderosa investidura para poder aprender a depender de ÉL.  No cuestionemos, no.  No dudemos, no. Solo creamos y obedezcamos a Su llamado.

Invito a esos verdaderos hombres que están leyendo estas líneas, a que “confesemos en fe con nuestra boca que Jesús es el Señor y creamos con nuestro corazón que Dios le levantó de entre los muertos”, y haremos útil y agradable a Dios el sacrificio de Su Hijo en la cruz para el perdón de nuestros pecados.

Dios les bendiga abundantemente.

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