2 Crónicas 7:11-18 (NTV)
“Así que Salomón terminó de construir el templo del SEÑOR y también el palacio real. Llevó a cabo todo lo que había pensado hacer en la construcción del templo y del palacio. Luego una noche el SEÑOR se le apareció a Salomón y le dijo: «He oído tu oración y he elegido este templo como el lugar para que se realicen sacrificios. Puede ser que a veces yo cierre los cielos para que no llueva o mande langostas para que devoren las cosechas o envíe plagas entre ustedes; pero si mi pueblo, que lleva mi nombre, se humilla y ora, busca mi rostro y se aparta de su conducta perversa, yo oiré desde el cielo, perdonaré sus pecados y restauraré su tierra. Mis ojos estarán abiertos y mis oídos atentos a cada oración que se eleve en este lugar. Pues he elegido este templo y lo he apartado para que sea santo, un lugar donde mi nombre será honrado para siempre. Lo vigilaré sin cesar, porque es muy preciado a mi corazón. »En cuanto a ti, si me sigues fielmente como lo hizo tu padre David y obedeces todos mis mandatos, decretos y ordenanzas, entonces yo estableceré tu dinastía en el trono. Pues hice este pacto con tu padre David cuando le dije: “Uno de tus descendientes siempre gobernará a Israel”.
Nuestra vida es como un edificio que se va construyendo día con día. El camino de la vida no es fácil, cada paso que damos no es sencillo, cada paso que damos lo debemos de pensar bien. Sin construir un edificio no es fácil, construir una vida con mayor razón.
Para construir un edificio debemos consultar a la persona que lo diseñó inicialmente, porque ella es la única que sabe como hacerlo; es por ello que para construir nuestras vidas no podemos consultar un doctor o un abogado o un músico. ¿Estamos de acuerdo?
Más cuando se trata de nuestra vida ¿a quién le debemos preguntar? A nuestros padres o amigos; claro que no.
Debemos preguntarle al diseñador de todos nosotros, al que sabe cómo se creó cada parte de nuestro cuerpo, de nuestra alma, de nuestro espíritu.
Es por ello que si queremos avanzar en la vida, si queremos construir correctamente nuestra vida debemos hacer lo que Dios nos ha mandado a hacer. Tenemos que buscar el rostro de Dios nuestro Señor, y ello significa que busquemos tener el carácter de Dios. Debemos formar nuestro carácter con base al carácter de Dios.
Tenemos muchas promesas de parte de Dios, pero para hacerlas realidad debemos ser conforme al carácter de Dios, para lo cual debemos tener en cuenta ciertos aspectos relacionados con su esencia, misma esencia que se manifestó en Jesucristo Su Hijo y que puede haber en nosotros únicamente al estar ante su presencia a través de la oración.
El carácter de Jesucristo demanda HUMILDAD: por más alto que estemos, por más poderosos que seamos, por más importantes que seamos, debemos conservar siempre la humildad. No podemos creernos más que nadie, porque todo lo que tenemos nos lo ha dado Dios. Nuestras capacidades, talentos, dones no son dados por nuestro esfuerzo, sino que son dados por la misericordia de Dios. Dios resiste a los soberbios, Dios nunca se relaciona con los orgullosos; tenemos que reconocer que si nos equivocamos y por más éxito y por más vida en santidad que tengamos, somos seres imperfectos. Para caminar en la vida debemos tener sabiduría y para tener sabiduría debemos vivir en la presencia de Dios.
Cuando somos personas con autoridad, también debemos ser humildes, porque solo podremos ejercer nuestra autoridad cuando seamos ejemplo de lo que hablamos.
Jesús comienza su ministerio con un acto de humildad, sometiéndose al bautismo. Ustedes recordarán que Juan el Bautista se oponía a que Jesús se presentara ante él para recibir el bautismo diciendo:
“Yo necesito ser bautizado por ti ¿y tú vienes a mí? Pero Jesús le respondió: deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó”. (San Mateo 3:14–15 RV60).
El libro de Juan nos dice que uno de los últimos actos del ministerio terrenal de nuestro Señor Jesucristo fue lavar los pies a sus discípulos. Esta tarea estaba reservada para los esclavos, sin embargo Jesús asume el rol de siervo, para expresar una vez más su humildad.
El carácter de Jesucristo demanda MUERTE. La búsqueda de Dios nos lleva a ver su gloria, pero para poder verla debemos morir a diario. Lázaro estaba muerto y Jesús le dijo a las hermanas que si creían verían la gloria de Dios; ¡pero Lázaro estaba muerto! Tenemos que morir a nuestra carnalidad para llegar a parecernos a ÉL. Con su muerte en la cruz, Jesús le ganó a la enfermedad, a la angustia, a la pobreza, al infierno, pero lo más paradójico de todo esto es que con su muerte Jesús le ganó a la misma muerte. Como lo leen. Tenemos que morir a nuestras maneras y formas de ser, porque las maneras de los hombres muchas veces no son las maneras y formas de Dios. La relación con Dios es una relación de pacto.
“Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros. Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. (Romanos 8:9-13 RV60)
El carácter de Jesucristo demanda INMUTABILIDAD. Cuando tomamos la decisión de hacer a Cristo nuestro Señor y Salvador es porque verdaderamente nuestras convicciones han cambiado, porque si seguimos comprometidos con cosas relacionadas con el mundo, seremos personas de doble ánimo, seremos personas tibias y a los tibios Dios los vomita de su boca. No hay cabida para el doble ánimo en el carácter de Dios.
Inmutabilidad significa lo que no puede cambiar, siendo esta una cualidad única y exclusiva de Dios, es lo que lo hace inmune a los cambios. La inmutabilidad está esencialmente unida a Su bondad.
Cuando afirmamos que Dios es bueno, queremos decir que ÉL no puede ser mejor de lo que es, es decir, Dios no tiene que cambiar o variar en su esencia para ser perfecto, ÉL es la perfección por excelencia y esencia. En Dios la perfección no tiene límite.
Pero ojo, no podemos entender la inmutabilidad de Dios como estancamiento o inmovilidad. Cuando Jesús afirmó que “Mi Padre hasta ahora trabaja”, nos reveló cuan dinámica es la divinidad. No hay, pues, estancamiento ni cambio en Dios.
»Yo soy el Señor y no cambio. Por eso ustedes, descendientes de Jacob, aún no han sido destruidos. (Malaquías 3:6)
Busquemos ser humildes como nuestro Señor Jesucristo, busquemos ser esa nueva criatura al morir definitivamente a nuestra carne, busquemos ser esas personas radicales y determinadas para imitar lo bueno, busquemos la obediencia a Dios nuestro Señor.
Dios les bendiga grandemente.
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