Apocalipsis 22:10-14 (NTV)
“Entonces me indicó: «No selles las palabras proféticas de este libro porque el tiempo está cerca. Deja que el malo siga haciendo el mal; deja que el vil siga siendo vil; deja que el justo siga llevando una vida justa; deja que el santo permanezca santo». «Miren, yo vengo pronto, y traigo la recompensa conmigo para pagarle a cada uno según lo que haya hecho. Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin». Benditos son los que lavan sus ropas. A ellos se les permitirá entrar por las puertas de la ciudad y comer del fruto del árbol de la vida.”
Sin duda son Palabras enérgicas de Jesús, cuyo amor por nosotros lo llevó a despojarse de su divinidad y ofrecer Su vida en sacrificio para reconciliarnos con Dios Padre.
Como muchos lo sabemos, existen diferentes pasajes de la Biblia, particularmente en el Antiguo Testamento, en donde se muestra el constante actuar en desobediencia por parte del pueblo judío, pero sobre todo se muestra su incesante y reiterado reclamo a Dios por los males y tribulaciones que le sobrevenían al mismo pueblo.
Desafortunadamente hoy en día sucede lo mismo que en aquellos tiempos. Vivimos en tiempos de pruebas de diferente índole, ya sea de disolución familiar, ya sea económicos, ya sea de salud, ya sea de vicios, ya sea laborales, ya sea de negocios, etc., problemas en los que hasta cierto punto nosotros hemos contribuido de una u otra manera para que lleguen a nuestra vida, debido a las malas decisiones que hemos tomado. Y no dudo, que en ocasiones hasta culpamos a Dios.
Pero también existen otro tipo de problemas de actualidad en los que invariablemente se culpa a Dios, y son los grandes temas de inseguridad y delincuencia en los que vive hoy en día nuestro país, nuestra ciudad, nuestra colonia. Es tan sencillo culpar a Dios por lo que hacen algunos.
Hay personas quienes no dudan en decir que Dios no existe porque si existiera, entonces eso no sucedería. Que no dudan en decir que Dios no puede ser un Dios de amor, un Dios bueno, pues permite que sucedan asesinatos, violaciones, robos, secuestros, etc. Es por demás evidente el gran desconocimiento o ignorancia que existe en estas personas al atreverse a hacer tan desafortunados comentarios, pero también es evidente y no hay duda alguna que Dios no necesita que lo defendamos, y hoy por supuesto no lo haremos. Nuestro tema de hoy no es ese.
No podemos perder de vista que las circunstancias en que hoy vivimos todos los mexicanos es consecuencia de muchas y equivocadas decisiones. ¿De quién o de quiénes? Tampoco nos corresponde a nosotros hoy definirlo. Ya hay protagonistas y gente responsable para ello.
Pero lo que si nos corresponde a nosotros como hijos de Dios es no perder de vista que quienes roban, matan, secuestran o destruyen, no son más que instrumentos de los que el enemigo se sirve para provocar a Su pueblo. La culpa no es de ellos, sino del que está detrás de ellos, aprovechando su total desapego a Dios.
Lo que si nos corresponde a nosotros como hijos de Dios, como seguidores de Cristo, es llevar la Palabra de Dios, la Palabra de salvación a aquellos que no la conocen o que por diversas circunstancias se han alejado de ella. Eso si es lo que nos ocupa.
Debemos llevar la Palabra de Dios tal y como el Maestro de Galilea la llevó a lo largo de Su Ministerio, llamándole a las cosas por su nombre y bendiciendo a aquellos que por fe le recibieron como su Señor y Salvador.
Debemos de llevar la Palabra para que conozcan que tenemos un Dios que nos dice que el cielo es Su trono y la tierra estrado de Sus pies (Isaías 66:1); que tenemos un Dios que vive en los cielos y reina sobre toda la tierra.
Debemos de llevar la Palabra para que conozcan que Dios reina sobre las naciones y que ÉL está sentado sobre su santo trono (Salmos 47:8).
No podemos abstraernos de la realidad en que vivimos, por supuesto que no, pero tampoco podemos preocuparnos o afanarnos por aquello que no está en nosotros solucionar.
Mejor ocupémonos orando por aquellas personas que son usadas como instrumentos del mal para que Dios tenga misericordia de ellos y lleguen al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo y le reciban como Su Señor y Salvador.
Mejor ocupémonos orando por aquellos que en lo personal o en su familia han sido victimas de la delincuencia, para que Dios les de fortaleza en esos momentos difíciles.
Nunca olvidemos esta promesa: “El Señor es mi roca, mi fortaleza y mi salvador; mi Dios es mi roca, en quien encuentro protección. Él es mi escudo, el poder que me salva y mi lugar seguro.” (Salmo 18:2)
Dios les bendiga abundantemente.
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