¡Inútiles para toda buena obra!

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Tito 1:15-16 (LBLA)

“Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada es puro, sino que tanto su mente como su conciencia están corrompidas. Profesan conocer a Dios, pero con sus hechos lo niegan, siendo abominables y desobedientes e inútiles para cualquier obra buena.

Sin duda esta Palabras son un eco de lo que el Señor había dicho en:

“no hay nada fuera del hombre que al entrar en él pueda contaminarlo; sino que lo que sale de adentro del hombre es lo que contamina al hombre.”
(Marcos 7:15LBLA)

“Lo que entra en la boca no contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, esto contamina al hombre.” (Mateo 15:11 RVA)

Lo que viene de fuera no contamina al hombre, sino lo que sale de su corazón; para el que es limpio, todo es limpio. De hecho, el Apóstol había escrito también en Romanos 14:20b: “En realidad, todas las cosas son limpias”. Como si dijese: Las cosas, por su naturaleza, son buenas, puesto que son creación de Dios; lo que las mancha es el mal uso que el hombre hace de ellas. ¡No hay nada más cierto!

La pureza y fe van unidas, tal y como van unidas la contaminación y la incredulidad. El apóstol expone públicamente la inconsistencia de los judíos legalistas de esa época y termina su descripción diciendo: “profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y desobedientes o rebeldes, negándose a ser persuadidos, descalificados en cuanto a toda obra buena”.

Tales judíos se gloriaban en profesar su conocimiento del único Dios, a quien tenían por su Padre, pero estos judíos, como aquellos que acosaban a Jesús, con los hechos negaron lo que profesaban hipócritamente. Sus hechos pronunciaban un NO más fuerte que el SÍ que salía por sus bocas. De ahí, los tres fuertes calificativos que Pablo les aplica: abominables, por su hipocresía, con la que se vuelven repugnantes para Dios; desobedientes, porque no se dejan persuadir por su Dios, que demanda santidad interior; e inútiles como no aptos para hacer obras buenas, ya que toda obra buena, para ser realmente tal, ha de proceder de un corazón limpio, de una buena conciencia y de una fe no fingida.

Cuántos quienes nos confesamos “cristianos” (no por religión) somos como esos judíos hipócritas a los que se refería el Apóstol Pablo, porque nos las damos de santos y soberbios por el “supuesto” conocimiento de la Palabra, pero con nuestras obras y hechos mostramos todo lo contrario.

En nuestra comunidad de fe, congregación o iglesia, como le quieran llamar, aparentamos una gran fe, pero los demás días de la semana la negamos rotundamente.

Debemos hacer un examen a nuestra conciencia para poder pensar cabalmente y establecer nuestros parámetros de acción que Dios nos ha puesto desde los principios del mundo. Sin embargo, esto nunca será posible si en nuestra conciencia existe el orgullo y sarcasmo, pues aprendemos a justificar lo malo queriéndolo hacer parecer bueno, lo cual es imposible.

Si en nuestra conciencia hay presunción siempre estaremos empecinados en tener toda la razón y no escucharemos a nadie. Tenemos que aprender a ser humildes.

No basta solamente con dejar de hacer lo malo, sino también con aprender a hacer lo bueno (1 Pedro 3:8). Necesitamos que la sangre de Cristo limpie nuestra vida. Nuestro testimonio tiene que marcar la diferencia: si estamos con otros no olvidemos que somos hijos de Dios. Una buena conciencia se consigue siendo justo. No digamos mentiras, no engañemos a nadie. El ser incumplido en promesas genera conflicto, no prometamos lo que Dios no nos ha mandado prometer.

Cuidemos nuestras palabras, pues nosotros somos victimas o somos bendecidos por los dichos de nuestra boca. Lo que el diablo necesita para hacer daño, es solo una pequeña boca. Santiago 3:6 nos dice que el diablo para hacer daño usa la boca.

Busquemos relacionarnos todos los días con Dios nuestro Señor, y la única manera es buscando la revelación de Jesucristo a través Su Palabra, nada más. Solo la gracia de Jesús transforma, solo la gracia de Jesús nos hace vivir piadosamente delante de Dios. Solo la gracia de Jesús hace que nuestras obras confirmen a qué Dios pertenecemos y de qué Dios somos.

Dios les bendiga grandemente.

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