1 Corintios 9:24
“¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis.”
Para ganar en una competencia tenemos que prepararnos profundamente, además de abstenernos de cualquier cosa que afecte nuestras condiciones físicas y mentales y que nos impida obtener el soñado premio.
Un atleta se esfuerza por ganar un premio que lamentablemente quedará en el olvido y se deteriorará, mientras que nosotros como hijos de Dios debemos esforzamos por obtener un premio que jamás se desvanecerá.
El Señor siempre ha querido que sus hijos seamos vencedores; sin embargo, las disciplinas en las que hemos sobresalido no son del todo alentadoras: violencia, corrupción, infidelidad, envidia, codicia, etc.
Estamos acostumbrados a experimentar la derrota, por lo tanto, nos cuesta mucho comprender que el deseo de Dios es que seamos vencedores, y para ello basta leer Su Palabra. Así es, en toda la Escritura la voluntad de Dios es que vayamos de victoria en victoria:
“Te pondré por cabeza y no por cola…” (Deuteronomio 28:13);
“…te bendeciré en abundancia y te multiplicaré en gran manera…” (Hebreos 6:14);
“…todo lugar que pise la planta de tus pies será tuyo…” (Deuteronomio 28:35)
“…nadie podrá hacer frente todos los días de tu vida…” (Josué 1:5)
“…somos más que vencedores por medio de aquél que nos amó.” (Romanos 8:37)
La Palabra de Dios siempre tiende a la victoria. Jesús en la cruz venció completamente al diablo; Jesús dijo que vamos a tener tal victoria sobre el diablo que pondremos nuestros pies sobre su cabeza.
Dios habla de una victoria aplastante, pero nuestra falta de fe nos ha llevado a pensar lo contrario, ya que nos ha llevado a pensar que la derrota es algo natural en el ser humano y no es así.
Seguramente habemos personas que hemos pasado por momentos de derrota, ya sea derrotas en nuestra familia, derrotas en nuestros estudios, derrotas derivadas de un divorcio, derrotas por la pérdida de un ser querido, derrotas por un negocio mal llevado, derrotas por el despido de un trabajo, derrotas por problemas de salud, etc. Sin embargo, hoy quiero decirles que, a pesar de tales derrotas, tenemos un Dios de segundas oportunidades y esa segunda oportunidad es que Dios es fiel para restaurar cualquier derrota.
Dejemos la vergüenza y la frustración a un lado, ya que esos sentimientos nos van a impedir llegar a donde Dios nos quiere llevar. Seguramente Dios entiende lo que sentimos cada vez que sufrimos una derrota, pero lo que yo estoy seguro que Dios nunca va a entender es que no volvamos a levantarnos para seguir y seguir luchando hasta obtener la victoria, simple y sencillamente porque Dios está con nosotros, y pensar o hacer lo contrario sería una falta de fe, sería no creer en ÉL.
Dios usa nuestras adversidades y nuestras derrotas para formar en nosotros el carácter de Cristo. Alguna vez nos hemos preguntado por qué Dios no quita de una buena vez al Diablo de en medio de todo el mundo para que deje de hacer maldad.
No nos rindamos, levantémonos, empecemos a bendecir y dar gracias a Dios por nuestras vidas y las circunstancias que nos rodean, buenas o malas. El mundo trae aflicciones, si, pero Cristo venció al mundo. ¿Entonces?
Cuando seamos grandemente prosperados no olvidemos que fue Dios quien nos dio el poder para hacer las riquezas, y cuando estemos en medio de una derrota no olvidemos que es Dios quien nos puede sacar de allí.
No dejemos que la frustración se apodere de nosotros, no olvidemos de quién somos hijos, no olvidemos quién es el más grande vencedor: Jesucristo, pero lo más importante, no olvidemos que ÉL está con nosotros.
Dios les bendiga grandemente.
Recibe gratis en tu e-mail las reflexiones de El Principio.