Deuteronomio 34:1–9 (NTV)
“Entonces Moisés se dirigió al monte Nebo desde las llanuras de Moab, y subió a la cumbre del monte Pisga, que está frente a Jericó. Y el SEÑOR le mostró todo el territorio: desde Galaad hasta tan lejos como Dan, toda la tierra de Neftalí, la tierra de Efraín y de Manasés, toda la tierra de Judá —que se extiende hasta el mar Mediterráneo—, el Neguev, y el valle del Jordán junto con Jericó —la ciudad de las palmeras— hasta Zoar. Entonces el SEÑOR le dijo a Moisés: «Esta es la tierra que le prometí bajo juramento a Abraham, a Isaac y a Jacob cuando dije: “La daré a tus descendientes”. Ahora te he permitido verla con tus propios ojos, pero no entrarás en ella». Así que Moisés, siervo del SEÑOR, murió allí, en la tierra de Moab, tal como el SEÑOR había dicho. El SEÑOR lo enterró en un valle cercano a Bet-peor, en Moab, pero nadie conoce el lugar exacto hasta el día de hoy. Moisés tenía ciento veinte años cuando murió, pero hasta entonces conservó una buena vista y mantuvo todo su vigor. El pueblo de Israel hizo duelo por Moisés en las llanuras de Moab durante treinta días, hasta que se cumplió el tiempo acostumbrado para el duelo. Ahora, Josué, hijo de Nun, estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés había puesto sus manos sobre él. Así que el pueblo de Israel lo obedeció haciendo todo lo que el SEÑOR le había ordenado a Moisés. Nunca más hubo en Israel otro profeta como Moisés, a quien el SEÑOR conocía cara a cara. El SEÑOR lo envió a la tierra de Egipto para realizar todas las señales milagrosas y las maravillas contra el faraón, contra toda su tierra y contra todos sus sirvientes. Moisés realizó con gran poder hechos aterradores a la vista de todo Israel.”
Si algún hombre ha sido elegido por Dios para una grande obra es ciertamente Moisés. Podernos ver la providencia de Dios obrando en toda su vida, desde que sus padres tuvieron que abandonarlo en el río Nilo y lo encontró la hija de Faraón quien lo adoptó, educándole con toda la sabiduría de los egipcios, hasta el término de su vida en el monte Nebo, cuando Dios le mostró desde la cumbre Pisga toda la tierra de Canaán.
Pero escogido no significa perfecto. De él puede decirse lo que escribía Santiago acerca de Elías: “Era hombre sujeto a las mismas pasiones y tentaciones que nosotros”; pero sus virtudes y defectos debemos tomarlas como enseñanzas, ya que en cada caso trajeron algún resultado, bueno o malo, procedente de Dios.
Una gran virtud de Moisés era su abnegada decisión, como cuando ya siendo adulto rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado. Su decisión fue absoluta y ejercida de un modo que pareció equivocada, porque no tenía opción a retroceder, pues se hizo enemigo de Faraón y de sus leyes injustas.
Otra virtud de Moisés fue su sentido de justicia, primero, al defender al judío apaleado. La misma actitud se muestra en la defensa de las hijas de Jetro en el pozo de Madián. Él tenía que defender al desvalido, fuera como fuera, por más que esto pudiera perjudicarle.
Otra gran virtud de Moisés fue su humildad, la cual ejerce en dos momentos cruciales de su vida, primero cuando de conforma a ser pastor de ovejas teniendo en su mente toda la sabiduría aprendida en las altas escuelas de Egipto. Es bastante difícil para el hombre culto tomar un trabajo como el de pastorear ovejas; no dijo: “Yo soy ingeniero diplomado en la Escuela de Menfis”, sino que aceptó la humillación que Dios puso en el camino de su vida por su providencia. ¿Estaríamos dispuestos nosotros a aceptar tal humillación?
Y el segundo momento de humildad fue cuando, ante el llamamiento de Dios en la zarza ardiente, se consideró inepto e impotente, no obstante su posición y experiencias pasadas viviendo con el Faraón.
Una virtud más fue su mansedumbre, ejercida sin duda alguna ante la experiencia de ser criticado por las personas desagradecidas y malhumoradas del pueblo, incluso por miembros de su propia familia (Números 12:1).
Su generosidad fue otra de sus grandes virtudes (Éxodo 32:32), pues siempre mostró un amor por el pueblo semejante a la del apóstol Pablo en Romanos 9:3; a pesar de que Moisés no tenía tanta luz y experiencia espiritual como Pablo, pues vivía en la edad de la Ley, no de la gracia.
Sin duda otra virtud de Moisés fue su sumisión a Dios, de tal modo que cuando el Señor le negó entrar en la tierra de Canaán por un simple acto de impaciencia, nunva dijo: “Señor, ¿tan sólo por esto me castigas?; después de haber hecho tanto por Ti, conduciendo este pueblo ingrato por el desierto durante 40 años, y ahora que es el momento de disfrutar de aquello que Tú prometiste y nos hiciste esperar tanto, ¿me lo niegas?” Nunca se rebeló, sino que aceptó la decisión de Dios, considerándolo justo por venir de quien venía.
Pero sin duda su mayor virtud fue su fe inquebrantable. Su fe fue sin duda la base de todas sus virtudes; creía que Dios no podía equivocarse, aunque a veces fueran inexplicables sus caminos. ¿Tenemos nosotros esa clase de fe hoy en día?
Como hombre Moisés también fue objeto de defectos, claro que si. Era un hombre impetuoso y se dejaba arrebatar por la ira. Ello lo orilló a matar al egipcio, a romper las tablas de la Ley que Dios había escrito, a golpear la roca de Horeb, en lugar de hablar a la roca ordenándole en nombre de Dios que manara agua.
Otros defecto de Moisés es que fue sumamente impaciente, pues hacía las cosas al tiempo que él quería, sin esperar el tiempo de Dios. Esto es lo que demostró en su visita a sus hermanos israelitas afligidos. ¿No nos ocurre también muchas veces a nosotros cuando oramos esperando que Dios obre en algo que nos interesa?
¿Quién no tiene estos mismos defectos? ¿No los tenemos nosotros, todos los que andamos por fe y no por vista?
Todas las cualidades que hemos referido de Moisés, una vez desarrolladas por las pruebas de su vida, sin duda llegaron a cubrir totalmente los defectos de este gran hombre de Dios, y que, como pudimos aprender, no necesariamente le ayudaron a obtener todo lo que esperaba por parte de Dios, tan es así, que nunca llego a la tierra de Canaán. Sin embargo, al igual que Moisés, Dios nos da estas alentadoras Palabras que nos revelan un secreto del Cielo:
“Este mundo no era digno de ellos. Vagaron por desiertos y montañas, se escondieron en cuevas y hoyos de la tierra. Debido a su fe, todas esas personas gozaron de una buena reputación, aunque ninguno recibió todo lo que Dios le había prometido. Pues Dios tenía preparado algo mejor para nosotros, de modo que ellos no llegaran a la perfección sin nosotros.” (Hebreos 11:38-40).
Aprendamos de los grandes siervos de Dios mencionados en la Biblia, de sus errores, de sus virtudes, pues al igual que ellos Dios nos llama a buscarle a ÉL perfeccionando aquello en nosotros que no hemos podido aprender en nuestras vidas.
Por último, no nos toca más que hacer nuestras las palabras que el Apóstol Pablo exhortaba a su discípulo Timoteo:
“Esfuérzate para poder presentarte delante de Dios y recibir su aprobación. Sé un buen obrero, alguien que no tiene de qué avergonzarse y que explica correctamente la palabra de verdad.” (2 Timoteo 2:15)
Dios les bendiga grandemente.
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