Hechos 27:20-25 y 33-36
Cuando las distintas situaciones de nuestra vida se ponen difíciles, recordemos esto: Dios jamás nos dejará en medio de nuestra tormenta, ni envuelto entre los vientos más huracanados, Dios vendrá en auxilio de nuestra vida siempre.
Todos tenemos un punto límite, que es el nivel de nuestra capacidad de aguante, un límite que marca hasta donde podemos resistir. Sin duda todos hemos pasado por alguna prueba y hemos resistido, pero hay un punto que cuando llegamos a él no podemos resistir más.
Cuando todas las cosas nos salen bien y todo nos sonríe, sentimos que somos una especie de personas invencibles, pensamos que nunca fallaremos, que tenemos el control de todo, hasta que se agrega un poco de presión a nuestra vida.
Entonces, llega la necesidad de un examen médico en donde el diagnóstico no es bueno, entonces la vida se vuelve errática, se pierde el control y terminamos en un hospital conectados a una máquina, y entonces, en medio de eso, es cuando nos damos cuenta de nuestra terrible realidad: que no somos tan fuertes como pensábamos.
Lo que hace Dios es dejar que –en la falsa creencia de nuestra realidad– lleguemos al punto máximo de nuestras fuerzas, a fin de que nos demos cuenta que tenemos un límite que no podemos superar, y es allí cuando llegamos al punto donde perdemos la confianza en nosotros mismos, nos volvemos erráticos, desconocemos el rumbo, sentimos que todo el mundo nos falló, no tenemos respuestas, buscamos estar solos, estamos decepcionados de todo, nos volvemos inseguros, en fin, se nos nubla la visión.
El Apóstol Pablo se encontraba en un punto límite, pasaron muchos días sin que aparecieran ni el sol ni las estrellas, catorce días de naufragio, no había luz y esta todo oscuro, había doscientas setenta y seis personas que decían vamos a morir.
Hay madres que hace tiempo que con sus hijos están sin el sol, hay padres que hace tiempo que no tienen estrellas, hay matrimonios que hace tiempo están en medio de la tormenta, pero aunque los cielos estén nublados por la tormenta, la Palabra de Dios nos dice: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.
Es posible que la tempestad que estamos viviendo siga arreciando, el temporal se puede levantar con toda su bravura, las tormentas pueden permanecer por semanas enteras, los conflictos y las crisis pueden arreciar en su forma más extrema, pero la presencia de Dios también se levantara y también permanecerá sobre nuestras vidas de una forma gloriosa.
Veamos una cosa, perder la esperanza es lo peor que podemos hacer o lo peor que nos podría pasar, perder la esperanza es perder todo, cuantas veces nos hemos dicho que ya llevamos mucho tiempo así y nada cambia, que estamos al final de nuestras fuerzas, y todo está igual, en la nave ya llevamos mucho tiempo sin comer.
En los naufragios de las pruebas generalmente estamos tan preocupados que no nos alimentamos, pero no del alimento físico, sino del alimento de la Palabra de Dios para poder resistir, la Palabra es alimento para nuestra alma, es nuestro sustento, es nuestra fortaleza.
Pablo se puso en medio y los exhorto a tener buen ánimo, estaban todos sin esperanza, sin ganas de vivir, sin fuerzas, desalentados, débiles y totalmente carnales. Sin embargo, comparando la vida con un viaje, cuántos de nosotros en este viaje llamado vida creímos tener todo lo que necesitábamos, tal vez nos preparamos para todo, tomamos muchos cuidados pero no nos preparamos para tener una vida sin éxito.
Logramos grandes cosas materiales pero nos sentimos hoy fracasados en la vida, tal vez es en lo matrimonial, tal vez al educar a nuestros hijos, tal vez el fracaso fue en nuestra economía, en fin.
Así estaban todos ese día en la barca, sintiendo que todo esfuerzo era inútil, experimentando el peso negativo de haber tomado decisiones equivocadas. Todos querían abandonar la nave, cada uno quería buscar la forma de salvarse, cuando todo se pone difícil, siempre viene como salida viable abandonarlo todo.
David sabía que Goliat no se iría hasta no enfrentarlo y vencerlo. De la misma forma nuestros gigantes, nuestras limitaciones y nuestros fracasos no se irán de nosotros hasta que los enfrentemos a cada uno y los exterminemos; un problema deja de ser un problema cuando terminamos con él, pero nunca olvidemos que la victoria o solución, así como con David, es el resultado de poner todo en manos de Dios nuestro Señor, porque solo ÉL podrá darnos la gracia y fortaleza para enfrentar, vencer y recuperar todo lo que es nuestro.
Todos hemos fracasado alguna vez, pero no debemos salir huyendo. Por el contrario, el fracaso nos enseña que somos limitados y falibles, y que de manera absoluta necesitamos de Dios nuestro Señor.
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