Tito 2:9-14 RV60
“Exhorta a los siervos a que se sujeten a sus amos, que agraden en todo, que no sean respondones; no defraudando, sino mostrándose fieles en todo, para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador. Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”.
Nadie puede vivir sin esperanza porque si la perdemos estamos muertos ¿Pero que es la esperanza, es desear que algo pase, o es la certeza de que eso que deseamos va a pasar?
Tener esperanza no es desear sino tener certeza de que eso que queremos tarde o temprano va a llegar.
Vivir sin esperanza es tener la certeza de que lo que soñamos nunca va a llegar, es estar derrotado antes de intentarlo, porque cuando llega el problema y nos golpea ¿Cómo vamos a dar pelea si no tenemos esperanza? Vivir sin esperanza es vivir rendido en una pelea que no terminó, porque cuando perdemos la esperanza perdemos el rumbo y luego perdemos todo.
Confiar, creer, soñar, eso es tener esperanza, saber que, aunque el mundo se nos venga encima y por más imposible que parezca, hay alguien que nos va a salvar; la esperanza no es un deseo, es una certeza de que después de todas las tormentas sale el sol, de que aún en la peor crisis, no hay crisis que no sea vencida.
La esperanza es el motor de la gente feliz porque no es soñar lo posible, sino soñar lo imposible, es ver un brote de plantas crecer en el desierto, porque la esperanza es lo que queda cuando no queda nada ya que está hecha de futuro.
Siempre pensamos en lo que nos estamos perdiendo deseando cosas que no tenemos, y en realidad todo lo que necesitamos para ser felices está ahí, en la esperanza, creemos que la felicidad es algo difícil de alcanzar y hasta nos convencemos de que nunca vamos a ser felices.
Vivimos en un mundo incierto, porque hemos preferido tomar el rumbo de creernos autosuficientes, independientes y sin necesidad de Dios. Un mundo donde hemos preferido ser faro para sí mismos y brújula de nuestros propios pasos, y con esto hemos dejado de lado al Único que nos puede dar la seguridad y la certeza en nuestro caminar, que es Dios.
Y una de las lecciones que debemos aprender es que las cosas ni mejoran por sí mismas, ni empeoran por sí mismas, la vida mejora cuando reconocemos que yo no puedo ser quien debería ser hasta que sea todo lo que debería ser, y me convierta en lo que debería convertirme.
El hombre busca la felicidad sin saber dónde, los materialistas aseguran que es cuando logran obtener todo lo quieren; los emocionalistas dicen que es un estado de ánimo que no necesariamente implica alegría, y el común de la gente resume la felicidad en tres cosas: salud, dinero y amor.
Pero Jesús muestra que el concepto de felicidad para un creyente es distinto al del mundo al pensar y actuar como discípulo de Cristo, pues la fuente de nuestra alegría está en el que nos ha elegido para salvación, y la fe en Jesús nos garantiza la alegría eterna en los cielos, y es nuestra esperanza.
El hombre se ha empeñado en darle valor a las cosas que pasan brillando sin tener ningún valor, mientras que vivir con Dios es vivir anclados a seguridades eternas, es vivir con justicia y paz.
Es escoger el camino del bien; pero vivir con Dios también es vivir con los criterios sobrenaturales y apoyándonos no en seguridades humanas que son pasajeras y superficiales, sino con esperanza y la visión de la vida eterna, lo que hace que nuestro presente se convierta en algo cierto, seguro, que nos fortalece la imagen de nuestro futuro.
Vivir con Dios es creer que siempre hay una solución a los problemas y pensar que no estamos solos, pues Dios está con nosotros, nos ayudará, y nos dará fuerzas para superar cualquier dificultad o sufrimiento, por lo que el hombre de Dios permanece alegre y no enojado, ni resentido, ni desanimado, y mucho menos angustiado.
Cuando hablamos de esperanza hablamos de fortaleza, de una actitud ante la vida de la mano de Dios, de una forma de estar en el mundo no siendo del mundo, pero:
“entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo” (Juan 9:5 RV60).
El Apóstol Pablo aprendió el secreto de estar contento, y lo llama secreto porque es algo que muchas personas nunca llegan a aprender; es incluso una dificultad que tienen los no creyentes para entender lo que hace que los creyentes estén felices.
“Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Juan 12:24 RV60)
Para tener fruto hay que desvivirse primero con lo que uno está haciendo; para valorar las cosas hay que esforzarse por ellas; Cristo murió antes de resucitar, entregó por amor su vida para que nosotros la tuviésemos en plenitud.
El Hijo de Dios entendió que la vida tiene que vivirse desde la esperanza pues así daremos sentido a lo que hacemos y lucharemos por eso; cuando hay un futuro, una meta, tiene sentido todo lo que hacemos, aunque tenga que ser con esfuerzo.
Los creyentes están felices porque saben que Dios está con ellos, pero les hace infelices acordarse que son pecadores, porque el pecado es el obstáculo para disfrutar la comunión con Dios; la experiencia del amor de Dios es más importante que cualquier cosa que el mundo puede ofrecer, aún en medio de los problemas.
El no creyente piensa que entre más tenga tendrá más felicidad, pero los cristianos sabemos que eso es momentáneo, y que lo que nos hace realmente felices es cuando deseamos solamente las cosas que Dios ha escogido para nosotros; una persona que posee muchas cosas pero que desea más, siempre será miserable, mientras que aquél que posee pocas cosas pero que no desea más, siempre será feliz.
La esperanza es uno de los motores que impulsa al cristiano al futuro que espera, es lo que nos motiva y da fuerza para continuar cuando no encontramos salida, y es uno de los pilares sobre los que se sustenta el evangelio:
“Porque fuimos salvos con esperanza; pero una esperanza que se ve no es esperanza, pues ¿quién sigue esperando lo que ya ve?” (Romanos 8:24 RVA)
El presente, aunque doloroso, se puede vivir y aceptar si nos lleva hacia un futuro, y si podemos estar seguros que este futuro es tan grande que justifica el esfuerzo del camino.
El cristiano puede vivir el presente porque sabe que hay un futuro, un proyecto por el que nos esforzamos, el de la vida presente en la tierra que ha sido regalada en cada uno de nosotros, donde se nos pide que vayamos construyendo y enriqueciendo el camino a la vida eterna con Cristo; ahí está la esperanza cristiana, teniendo como modelo al Hombre perfecto que entregó Su vida por una humanidad nueva, libre de toda atadura.
Es posible vivir con esperanza porque es posible construir un mundo nuevo; es posible vivir con esperanza porque desde la libertad podemos rechazar aquello que nos esclaviza; es posible vivir con esperanza cuando intentamos mostrar el mensaje cristiano que apuesta por la vida; es posible vivir con esperanza porque así nos lo muestra Jesús que muere por cada uno de nosotros, siendo únicos e irrepetibles, creados a imagen de Dios; pero también es verdad que el camino tiene que hacerse con esfuerzo, sacrificio, pero sabiendo que al final será lo que el Señor nos ha prometido.
Los cristianos somos felices viviendo para Dios, sabiendo que la pobreza de espíritu crea esperanza, pues son:
“bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3 RV60)
Mientras que la felicidad del mundo está en la prosperidad material, y por ello no pueden entender que la pobreza es una demostración de felicidad, el evangelio no está hablando de la pobreza material, sino de pobres en espíritu:
“porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios” (1 Corintios 1:18 RV60)
Y un pobre de espíritu es verdaderamente rico y feliz, pues su riqueza la recibe cuando oye la Palabra de Dios y la cree; un creyente es feliz porque está seguro que tiene el perdón, la salvación y un lugar reservado en el cielo; es feliz porque tiene la compañía permanente de Cristo, su ayuda, la respuesta a sus oraciones, y los tesoros acumulados en el cielo que son las riquezas de gracia que el Señor le ha dado.
Como seguidores de Cristo sabemos que la máxima felicidad proviene del conocimiento de Dios, y con el paso del tiempo, descubrimos que la única fuente de felicidad verdadera es Dios, y es la esperanza que nos acompaña siempre, pues en el cielo, Dios será la única fuente de felicidad; pero aquí en la tierra podemos comenzar a disfrutar esta felicidad que se encuentra solo en Dios buscándole de todo corazón, con humildad, obediencia, y sujeción a Su Palabra.
Dios les bendiga grandemente.
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