Mateo 27:45-46 (NTV)
“Al mediodía, la tierra se llenó de oscuridad hasta las tres de la tarde. A eso de las tres de la tarde, Jesús clamó en voz fuerte: «Eli, Eli, ¿lama sabactani?», que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»”
Vaya que resultan impactantes estos versículos. Sin duda plasman la etapa dolorosa en la vida de Jesús, nos muestran las tres últimas horas de Jesús en la cruz y los fenómenos sobrenaturales que acompañaron Su muerte.
Jesús hizo lo que parecía imposible: se incorporó en la cruz, llenó de aire sus pulmones y gritó en voz alta: Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?
¿Por qué gritó Jesús? ¿Qué pretendía «clamando a gran voz»?
Recordemos que Jesús había sudado sangre en el huerto de los olivos, pero lo hizo en silencio. Recordemos que Jesús había soportado el castigo de la flagelación, pero en silencio. Recordemos que Jesús había sufrido al ver sus manos y sus pies traspasados, pero en silencio.
¿Por qué Jesús gritaba ahora? ¿Es que acaso no sabía que estas palabras harían que más tarde los demás pensaran mal de ÉL?
Los estudiosos de la Biblia han dado múltiples respuestas a este pasaje a lo largo de la historia. La mayoría coincide en resaltar que, en aquel momento, Cristo estaba llevando a cabo la obra de la redención, es decir, estaba asumiendo todos los pecados de la humanidad. Es lo que el Apóstol Pablo escribiría años después en su epístola a los Gálatas:
“Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)” (Gálatas. 3:13)
Y de forma aún más tajante cuando escribe a los Corintios:
“Al que no conoció pecado, por nosotros (Dios) lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.” (2 Corintios 5:21)
Las palabras de Pablo son realmente agresivas: lo hizo pecado. No está diciendo que Jesús cometió pecado, sino que lo hizo realmente suyo, es decir, hizo suyo los pecados de la humanidad. ÉL no era pecador, pero en el calvario se experimentó pecador.
Es como si sus manos bondadosas que acariciaban a los niños y los enfermos ahora hubieran acuchillado, disparado o matado. Como si su boca que enseñó la oración del Padre Nuestro, hubiera dicho todas las mentiras y blasfemias del mundo. Como si su corazón, que albergó el más grande y puro amor, se hubiera convertido en un motor generador de odios, envidias, avaricias, incredulidades y crueldad.
Pero resaltemos algo: sólo estamos diciendo «como si», porque aunque Jesús experimentó todos estos dolores, sus dolores no fueron de pecador, sino de Salvador.
Es importante que aprendamos el día de hoy que la crucifixión de Jesús es el momento en que ÉL se hizo como uno de nosotros. Aquella frontera de maldad que rodeaba a la humanidad, fue traspasada por Jesús. Dios Padre se alejó de ÉL porque la santidad de Dios no puede convivir con el pecado, y ahí es cuando ese alejamiento de Dios conlleva una soledad existencial, un desamparo total, una vulnerabilidad total.
Por eso gritó Jesús, porque la ausencia de Dios Padre en la vida de Jesús fue el dolor es más agudo que todos los que su cuerpo sufrió juntos.
Seguramente los ejemplos humanos no valen para comprender el profundo misterio que encierran estas palabras de Jesús, pero la gran enseñanza para nosotros es que Jesucristo, el Hijo de Dios, experimentó cómo es vivir sin la presencia de Dios, la angustia, la soledad, el desamparo, todo ello vivió en carne propia nuestro Señor Jesús al sentirse solo, sin Su Papá Dios. Que tremendo.
No perdamos de vista esta enseñanza del día de hoy, Jesucristo mismo, nuestro Salvador, nuestro Redentor, sintió en carne propia lo que es vivir sin la presencia de Dios, lo que es vivir fuera del amparo y protección de Dios.
Si eso experimentó Jesús, imaginemos entonces qué podemos esperar nosotros alejados de Dios!!!
Y por otra parte, ese grito de Jesús fue interpretado en son de burla por quienes le estaban escuchando. De hecho, quisieron hacer un chiste de lo que ÉL dijo, pues comentaron que estaba llamando a Elías.
Desgraciadamente hoy en día ocurre exactamente lo mismo que en aquellos días. Algunos se burlan de Jesús, o incluso hacen chistes acerca de ÉL, no aceptan su mensaje, ni lo aplican a su vida. Para ellos, como para aquellos soldados que le crucificaron, el sacrificio de Jesucristo resulta completamente estéril. Desprecian la muerte de Cristo, así como su soledad y su dolor. No lo comprenden, o no lo quieren comprender.
No hagamos estéril el sacrificio de Jesús ignorándolo, no. Recordemos todos los días de nuestra vida ese sacrificio eterno en la Cruz, el cual trajo la redención de nuestros pecados; recordemos todos los días de nuestra vida ese sacrificio eterno en la Cruz, el cual nos acercó a Papá Dios y nos hizo vivir bajo su cobertura y su protección.
Dios les guarde infinitamente.
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