El poder de Cristo

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2 Corintios 12:9-10 (RV60)
“…y me ha dicho: «Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en tu debilidad.» Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que habite en mí el poder de Cristo. Por eso me complazco en las debilidades, afrentas, necesidades, persecuciones y angustias por la causa de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.”

Desde pequeños nos enseñan que el éxito que tengas en tu vida está directamente relacionado con el esfuerzo personal, que te debes de esforzar, que debes de estudiar por sobre todos, que debes de trabajar por sobre todos, que tú eres el único que puede determinar tu éxito o fracaso en la vida.

Se nos enseña que nuestro grado de éxito o de proyección dentro del mundo está en función de nuestro esfuerzo personal, nos enseñan a crear una seguridad sobre nosotros mismos, a satisfacer nuestras necesidades con el resultado de nuestro esfuerzo, nos enseñan a ser autosuficientes.

Nos “dicen” que debemos creer en Dios, un Dios de cada domingo, un Dios que lo vemos como eso: un Dios, lejano, invisible, incorpóreo, al fin y al cabo, un Dios como aquellos que leíamos en la historia griega.

El hacernos creer que nosotros somos los únicos autores de nuestra propia vida, de nuestro propio destino, de nuestro éxito, créanme, por experiencia propia, es el error más grande del mundo, pues he comprobado que todas esas enseñanzas lo que hacen es alejarnos de Dios.

Jamás nos enseñaron que el creador y consumador de todas las cosas es ese Dios lejano, ese Dios semanal que conocíamos o creíamos conocer. Jamás nos enseñaron que Jesucristo es el principio y el fin de todas las cosas. Jamás nos enseñaron que Jesucristo es el alfa y el omega, y que la única manera de llegar a Dios es a través de ÉL. Jamás nos enseñaron que a Dios nuestro Señor le podemos oler y le podemos sentir. Jamás nos enseñaron que Jesús está vivo y que si creemos en el ÉL, que si ponemos nuestra fe en ÉL, ÉL puede sanar enfermos, ÉL puede crear donde no hay, ÉL puede hacer que las cosas sucedan. Jamás nos enseñaron que Dios nos amó tanto y nos ama tanto y nos seguirá amando tanto, que entregó a su Hijo para que nosotros pidiéramos tener un último recurso para llegar a ÉL, reconciliarnos con ÉL.

Yo no digo que esforzarse y buscar una seguridad económica sea malo, que esforzarse y buscar una excelencia en lo que hacemos sea malo; sin embargo, lo que es un error es hacerlo en función de nosotros y para nosotros. Dios no dice que el dinero sea malo, pero si nos dice que el amor al dinero es lo que nos pierde y lo que nos aleja de ÉL. Dios no quiere que seamos mediocres, pero si quiere que la perfección y excelencia en nosotros sea la de ÉL. Dios quiere que basemos nuestra seguridad en Él, no en nuestra propia prudencia.

Dios quiere que vivamos en prosperidad absoluta, Dios quiere que vivamos bendecidos, pero también quiere que nuestra relación con ÉL sea lo más estrecha posible, que aprendamos a depender de ÉL, que aprendamos que no podemos salir de nuestra casa sin antes darle gracias a Dios por la vida de nuestra familia, que aprendamos que no podemos salir de nuestra casa sin antes entregarle y ofrecerle a ÉL nuestro trabajo y el producto de nuestro trabajo, que aprendamos que no podemos salir de nuestra casa sin antes realmente darle a ÉL toda la Gloria y todo el honor de todo lo que nos rodea y todo lo bueno y malo que nos pasa.

Es tiempo de que volvamos a Dios, es tiempo de que el Pastor tome el control de sus ovejas, es tiempo de que con humildad reconozcamos que sin Cristo nada podemos hacer. Lo único que podemos hacer es abrir la puerta e invitarle a pasar.

Oremos a Dios por Su protección, oremos a Dios por Su amparo, oremos a Dios por Su Fortaleza, oremos a Dios por su pronto auxilio, oremos a Dios para que nuestra confianza, nuestra capacidad y nuestra excelencia sea en Jesucristo, Su precioso y maravilloso Hijo.

Dios los bendiga abundantemente.

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