Misericordia y no sacrificio

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Mateo 12:1-7
«En aquel tiempo iba Jesús por los sembrados en un día de reposo; y sus discípulos tuvieron hambre, y comenzaron a arrancar espigas y a comer. Viéndolo los fariseos, le dijeron: He aquí tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en el día de reposo. Pero él les dijo: ¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y los que con él estaban tuvieron hambre; cómo entró en la casa de Dios, y comió los panes de la proposición, que no les era lícito comer ni a él ni a los que con él estaban, sino solamente a los sacerdotes? ¿O no habéis leído en la ley, cómo en el día de reposo los sacerdotes en el templo profanan el día de reposo, y son sin culpa? 
Pues os digo que uno mayor que el templo está aquí. Y si supieseis qué significa: Misericordia quiero, y no sacrificio, no condenaríais a los inocentes; porque el Hijo del Hombre es Señor del día de reposo.»

El pueblo judío cayó en religiosidad y legalismo, porque hizo de los sacrificios y ofrendas una tradición y un ritual, con lo cual se perdió el verdadero propósito de los mismos: “El perdón de los pecados para la reconciliación del pueblo judío con Dios”.

Y así fue, le dieron más importancia al ritual del sacrificio y la ofrenda en si mismas, sin importarles su conducta y obediencia, que es lo que realmente importa a Dios.

Desgraciadamente lo mismo sucede con el sacrificio de Cristo nuestro Señor.

El saber que somos merecedores de la misericordia y GRACIA de Jesús, y que por sobre todas las cosas ÉL nos ama, nos hacen abusar, pecar y desobedecer constantemente, porque nos gana nuestra carne, nos ganan nuestros problemas, nos ganan nuestras enfermedades, nos ganan nuestras debilidades y deleites. Creemos que por el hecho de ir cada domingo a la iglesia o “servirle” a Dios, entonces tenemos ganada su misericordia para poder actuar a escondidas en desobediencia.

Cuando hacemos de Jesús nuestro Señor y Salvador creemos que la salvación es para siempre, pensamos que ya estamos del otro lado, pero no es así. Ser salvos a través de Jesucristo es parecido a una semilla de vida y de amor que nos hizo nuevos y aceptos delante de Dios, la cual debemos regar y alimentar todos los días con una vida piadosa y de obediencia hasta que germine y de el fruto de la eternidad en el cielo.

Entendamos que el llamado de Dios hacia nosotros es a misericordia, no a sacrificio. La persona puede hacer sacrificio tras sacrificio, entregar ofrenda tras ofrenda a través de obras falsas e hipócritas, y no agradar a Dios, porque a Dios no podemos engañarlo. Podremos engañar a nuestros hermanos en la fe pero a Dios nunca.

Dios quiere los sacrificios y las ofrendas, pero éstas no son suficientes. Dios demanda todo lo que una persona es y todo lo que tiene, no por ser un Dios egoísta, de ninguna manera, sino porque Dios es el dueño de todas las cosas. Dios quiere tener misericordia, perdonar y purificar, para hacernos aceptables para el cielo.

Jesucristo vino a nosotros, ÉL pidió sacrificarse para reconciliarnos con el Padre, él nos escogió, ÉL se sacrificó por nosotros; es por ello que no podemos hacer inútil su eterno y maravilloso sacrificio.

Recordemos y nunca olvidemos que la única razón por la cual Jesús pidió sacrificarse no es otra cosa más que su infinito e inmenso amor por todos nosotros.

Dios les bendiga abundantemente.

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