1 Juan 2.29 (RV60)
“Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él.”
Dios nos llama a ser semejantes a ÉL, lo cual hasta cierto punto implica buscar ser justos, equitativos, santos, rectos e íntegros en toda nuestra manera de vivir, y para ello es importante vivir sustentados en Su Palabra.
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” (2 Timoteo 3.16-17 RV60)
Dios nos conoce sumamente bien y lo mostró de una manera impresionante a través del Apóstol Pablo, cuando este último se refirió a nuestra condición y naturaleza cuando vivimos separados de Dios:
“Como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, los entregó Dios a una mente reprobada, para hacer lo que no es debido. Se han llenado de toda injusticia, maldad, avaricia y perversidad. Están repletos de envidia, homicidios, contiendas, engaños, mala intención. Son contenciosos, calumniadores, aborrecedores de Dios, insolentes, soberbios, jactanciosos, inventores de males, desobedientes a sus padres, insensatos, desleales, crueles y sin misericordia. A pesar de que ellos reconocen el justo juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen en los que las practican.” (Romanos 1:28-32 RVA).
Fuerte la Palabra de Dios ¿O no? Nuestro Padre celestial es un Dios justo y, en consecuencia, ÉL se opone a toda injusticia con ira santa.
La justicia es la virtud de dar a cada uno lo que le pertenece; la justicia es el recto proceder en las relaciones de unos con otros; la justicia es una cualidad divina que Dios exige e impone a cada uno de nosotros en todos los órdenes de nuestra vida.
Por el contrario, la injusticia es no dar a cada uno lo que le corresponde según sus derechos, ya sea a Dios o a nuestros semejantes; la injusticia es lo opuesto a ese recto proceder antes mencionado.
Las raíces principales de la injusticia son la rebelión y el egoísmo que hay en nuestro corazón, lo cual se traduce en la falta de amor hacia Dios y hacia nuestro prójimo. El que ama procede con justicia.
Sin temor a equivocarme podemos afirmar que toda injusticia es pecado y todo pecado es injusticia. En el lenguaje bíblico “injusto” es sinónimo de “pecador” y “justo” sinónimo de “santo” o de “fiel”.
Antes mencionamos que injusticia es no dar a cada uno lo que le corresponde, ya sea a Dios o a nuestros semejantes.
En el caso de Dios nuestro Señor podemos afirmar que ÉL es nuestro Creador, nuestro Dueño, nuestra Autoridad Suprema, nuestro Padre y Señor. En consecuencia, a Dios le debemos honra suprema, respeto, temor reverencial, obediencia total, sumisión absoluta, gratitud, amor incondicional, alabanza, adoración y fidelidad hasta el fin de nuestros días. No darle a Dios todo ello es la mayor injusticia y el mayor pecado en el que podemos incurrir.
En el caso de nuestros semejantes podemos afirmar que cada uno de ellos fueron creados a imagen y semejanza de Dios y han recibido de ÉL atributos que todos debemos respetar, tales como derecho a la vida, dignidad, individualidad, libertad, recibir salarios justos, tener salud, formar una familia, etc. No respetar tales atributos a nuestros semejantes es precisamente actuar con injusticia, es pecar.
¿Cómo actuamos con injusticia hacia el prójimo? ¿Cómo pecamos en contra de nuestros semejantes?
A través del chisme, la calumnia, la injuria, los insultos, etc., atentamos contra la dignidad de nuestro prójimo.
A través del robo, los sueldos injustos, las estafas, los fraudes, etc., cometemos actos de injusticia muy evidentes contra los bienes de nuestro prójimo.
A través del adulterio atentamos contra la integridad, confianza y respeto hacia nuestro cónyuge, a quien hemos prometido fidelidad.
A través del crimen, los secuestros, la extorsión y la dictadura se atenta contra la libertad y la dignidad de cualquier ser humano.
A través de la mentira, la usura, la codicia, el soborno, la agresión, la fornicación, el engaño, la envidia, la altivez, el homicidio, la discriminación racial o de clases, la indiferencia hacia el necesitado, etc., cometemos terribles actos de injusticia y recordemos que toda injusticia es pecado contra Dios.
Todos nosotros, incluyendo nuestros semejantes, tenemos derecho a ser tratados con justicia, respeto, amabilidad. Tenemos derecho a ser oídos, a tener libertad de conciencia, a ser tratados como personas, como individuos.
“Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.” (Romanos 3:10-12 RV60)
Dios nos conoce y sin duda ÉL declara que “no hay justo, ni aun uno”. Todos hemos pecado y muchas veces. Hemos actuado injustamente contra Dios no amándolo y no obedeciéndolo con todo el corazón; y contra nuestro prójimo tratándolo mal, criticándolo por detrás, no cumpliendo con nuestra palabra, engañándolo, juzgándolo, robándole, no pagándole lo justo puntualmente, despreciándolo, envidiándole, calumniándole, etc.
Nuestra naturaleza es egoísta, y como tal muy propensa a cometer injusticias. Todos somos hallados faltos ante los ojos de Dios. Todos estamos “bajo pecado”. Por ello, no juzguemos, no condenemos, no señalemos, no nos separemos de la fuente inagotable de gracia que es nuestro Señor Jesucristo.
Continuará…
Dios les bendiga grandemente.
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