Tenemos un Dios determinante, un Dios de cosas concretas, que como Padre ha establecido en nuestras vidas varias metas por alcanzar, y cada una de ellas han sido sembradas inicialmente en nuestros corazones como sueños; sin embargo, de no trabajar concretamente en aquellas metas, no llegarán a ser más que eso: sueños.
Si leemos completo este capítulo de la Biblia, podremos conocer la historia del rey Saúl en donde se nos relata cómo fue escogido por Dios para cumplir el propósito de gobernar a Israel bajo Su dirección. En medio de su llamado, Dios le confió la misión de vencer y conquistar a los amalecitas; sin embargo, Saúl decide no hacerlo de la forma exacta como se le indicó.
Dios nos ha enviado a conquistar nuestras metas, pero nunca bajo nuestras estrategias, nunca bajo nuestra sabiduría. Es por ello que para alcanzar nuestras metas necesitamos tener en cuenta y grabado en nuestro corazón lo siguiente:
Primero, estar ciertos de nuestra responsabilidad influir en los demás, pues está en nosotros la total responsabilidad de ir en pos de la meta para la conquista. Todos hemos sido llamados por Dios a hacer discípulos, pero es importante entender la importancia que esto conlleva, asumiendo el liderazgo de influencia que se nos ha confiado.
Debemos desechar la duda y toda inseguridad, teniendo la fiel convicción de que Dios nos llamó conociendo cada una de nuestras imperfecciones y más aún, nos dio la capacidad de liderar en nuestras propias vidas a través del Poder de Su Espíritu Santo en nosotros.
Segundo, debemos estar conscientes que no somos el Llanero Solitario, pues se requiere del apoyo y respaldo de un equipo, pues las metas que Dios nos presenta son demasiado grandes como para alcanzarlas solos. En nuestro equipo, como líderes debemos estar plenamente convencidos que llegaremos a la meta, a fin de poder lograr influenciar y convencer a nuestro equipo, inspirándolos y encaminándolos firmes a alcanzarla.
La formación de un equipo requiere esfuerzo, paciencia y perseverancia, pues no todos los miembros del equipo son iguales.
Cada uno de ellos debe ser motivado e inspirado a avanzar no por la fuerza, pues el verdadero equipo refleja su crecimiento en oración y ejemplo, donde como líderes les enseñaremos a hacer las cosas y a ser determinados y honestos, corrigiéndolos en amor.
En tercer lugar, debemos estar conscientes que los planes y estrategias, es decir, el Qué, Cómo, Cuándo y Dónde, Dios nos lo proporcionará si realmente nuestro propósito o meta es un llamado de ÉL, si realmente lo que nos proponemos cumplir está dentro del orden de Dios, ya que solo así ÉL facilitará los medios para poder lograrlo, pero sobre todo, llenará de Su gracia capacitadora a cada uno de los integrantes del equipo, a fin de poder lograr lo impensable, lo imposible.
Dios les bendiga abundantemente.
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