“Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo, diciendo: De cierto te bendeciré con abundancia y te multiplicaré grandemente.”
Si leemos el Libro de Éxodo, podremos aprender que el pueblo de Egipto prosperó siempre por los hijos de Dios. Así es. Prosperó por el yugo que mantenía sobre el pueblo de Israel.
Dios le hizo a Abraham un doble juramento de acuerdo con la Palabra que nos trata el día de hoy. El primer juramento es “bendición abundante” y el segundo juramento es “multiplicación”.
Si leemos el Libro de Éxodo confirmaremos cómo la promesa de la multiplicación que Dios hizo a Abraham se estaba cumpliendo cabalmente, porque mientras los egipcios oprimían más y más a los judíos, éstos más y más se multiplicaban. Sin duda, Dios estaba cumpliendo a Abraham lo que le había prometido. Y ustedes se preguntarán ¿Y la bendición abundante?
Permítanme explicarles dos pequeños detalles en esta historia. Uno de ellos es que, en el tema de la multiplicación, el pueblo judío se estaba multiplicando pero como esclavo, si, como esclavo, y en el tema de la bendición abundante no era precisamente el pueblo de Israel quien la estaba recibiendo, sino el pueblo de Egipto. Dios, al final, para mal del pueblo de Israel y para bien del pueblo de Egipto, cumplía Su doble juramento.
No obstante que el pueblo de Israel era grande, no obstante que eran muchos (pues se estaba multiplicando), los Egipcios lograron poner al pueblo de Dios de rodillas a través de su Faraón, quien logró quebrantarles la mente y el espíritu. El pueblo de Egipto prosperó siempre al amparo del pueblo de Israel, no obstante que ÉL les había dado el poder para hacer las riquezas.
Hoy en día la historia del pueblo Judío es otra. Hoy en día todos conocemos el testimonio de grande prosperidad que identifica a nivel mundial al pueblo de Israel, al pueblo escogido de Dios. El poder económico que tienen simple y sencillamente es innegable.
Es por ello que hoy no quisiera referirme al pueblo judío, sino a nosotros los gentiles, a quienes mediante la aceptación de nuestro Señor Jesucristo fuimos adoptados como hijos de Dios; a quienes hicimos de Jesucristo nuestro Señor y Salvador, haciéndonos entonces adeptos con el Padre; a quienes se refería precisamente el Apóstol Pablo en su carta a los Romanos 3:29: “¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles.”
En la actualidad nuestra situación no es muy diferente a la historia del pueblo judío de aquellos tiempos, cuando vivía sometido al pueblo de Egipto, cuando vivía sometido a Faraón.
Hoy en día el enemigo a quebrantado la mente y el espíritu de muchos de nosotros en el tema de la prosperidad. Hoy en día nosotros batallamos mucho en nuestra economía, porque el enemigo se ha encargado de engañar a los hijos de Dios alejándonos de ÉL, sembrando pereza, apatía, egoísmo, orgullo, autosuficiencia, deshonestidad e incredulidad.
Realmente lo que el enemigo quiere es que el sistema del mundo impere en nuestra vida y no el de Dios; el enemigo quiere que el sistema del mundo nos oprima a tal grado que nos afecte físicamente porque el sistema del mundo necesita de nuestras fuerzas para prosperar, por ello quiere quebrantar nuestra mente y nuestro espíritu para hacer que doblemos nuestras rodillas delante de Faraón.
Hace unos días alguien cuestionó en una de nuestras publicaciones que si nosotros éramos los hijos del dueño de todo, entonces por qué estábamos tan “amolados” económicamente. ¡Ups!
Pero también alguien atinada y sabiamente contestó: ¡Por desobedientes! Y con justa y mucha razón.
No debemos de olvidar que nosotros, a través de Dios, somos quienes tenemos el poder para hacer las riquezas.
No podemos dar lugar al enemigo y creer todo lo que ven o escuchan nuestros ojos y oídos naturales, respectivamente, y sobre todo pensar que viene del enemigo. No.
Debemos tener presente siempre la Palabra de Dios y sobre todo creerla, hacerla carne en nosotros. Recordemos que la obediencia trae bendición a nuestra vida.
Busquemos que Dios nos llene de su gracia y nos multiplique en nuestros colaboradores o empleados por ser testimonio de integridad, diligencia y excelencia en nuestro trabajo; pero también seamos libres de la esclavitud del enemigo que trae la desobediencia a Dios nuestro Señor, para que la bendición sea para nosotros y no para Faraón.
Dios les prospere todos los días de su vida.
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