“Ese mismo día salió Jesús de la casa y se sentó a la orilla del mar. Y se congregaron junto a Él grandes multitudes, por lo que subió a una barca y se sentó; y toda la multitud estaba de pie en la playa. Y les habló muchas cosas en parábolas, diciendo: He aquí, el sembrador salió a sembrar; y al sembrar, parte de la semilla cayó junto al camino, y vinieron las aves y se la comieron. Otra parte cayó en pedregales donde no tenía mucha tierra; y enseguida brotó porque no tenía profundidad de tierra; pero cuando salió el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Otra parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron y la ahogaron. Y otra parte cayó en tierra buena y dio fruto, algunas semillas a ciento por uno, otras a sesenta y otras a treinta. El que tiene oídos, que oiga.”
Una de las parábolas que Jesucristo expuso fue precisamente la del sembrador y la semilla. Las parábolas de Cristo están tomadas de las cosas comunes y ordinarias, de las más obvias, que pueden observarse en la vida diaria y están al alcance de las capacidades de todos nosotros. Cristo escogió este método para que las cosas espirituales pudiesen entrar con más facilidad en nuestro entendimiento y, al mismo tiempo, para enseñarnos a meditar con gusto en las cosas de Dios mediante la contemplación de las cosas que con tanta frecuencia caen bajo nuestra observación y, de este modo, nuestro corazón pueda guardar solamente las cosas de Dios.
La parábola del sembrador es suficientemente clara y sencilla, pero Cristo mismo se encargó de explicarla, ya que era ÉL quien mejor conocía su significado. Sólo cuando oímos correctamente la Palabra de Dios y con buena intención, entendemos realmente lo que estamos escuchando. De nada sirve el oír todos los días la Palabra si al final del camino no la entendemos.
Es cierto que la gracia de Dios nos da el entender, pero nuestro deber es tener la mente en actitud receptiva.
La SEMILLA sembrada es la Palabra de Dios, que aquí se llama el mensaje del reino; es decir, del reino de los cielos. Esta semilla de la Palabra de Dios se parece al grano de trigo, una semilla seca y muerta, pero todo lo que viene una vez que empieza a germinar la hace una semilla incorruptible.
El SEMBRADOR es todo el que predica la Palabra de Dios; de una manera especial, y en aquellas circunstancias, Jesús mismo. Cuando se predica a una multitud, se está sembrando la Palabra; no sabemos dónde cae el grano, es decir, cómo es recibido, pero nuestro deber es sembrar buena semilla, sana, limpia y abundante.
El motivo principal de que sean pocas las personas que acepten a Jesucristo como su Señor y Salvador (el Evangelio) y, en consecuencia, crezcan poco los creyentes de las congregaciones, obedece a la falta de semilla buena, sana y abundante.
El TERRENO donde cae la semilla es el corazón de los que escuchamos la Palabra, los cuales estamos dispuestos de muy diversa manera. El corazón humano es como un terreno capaz de mejorar para llevar buen fruto; es una pena que esté descuidado y árido. Pero como pasa con el terreno natural, hay algunas clases de ese terreno espiritual que, a pesar del trabajo que se toma el agricultor en trabajarlo y sembrar en él buena semilla, no da el fruto deseado o lo da poco y malo, mientras que el suelo bueno devuelve con creces el fruto de lo que se ha sembrado.
Las diferentes clases de caracteres humanos, relacionados con la disposición del corazón, están aquí representadas en cuatro clases de terreno, de los cuales, tres son malos y uno bueno. Si los que oyeron en vano la Palabra de labios de Cristo mismo fue un gran número, imaginemos hoy en día cuántos oyen sin provecho la Palabra de Dios.
El terreno junto al camino. Había senderos por entre los campos, y la semilla que caía allí no penetraba en la tierra y, por consiguiente, venían los pájaros y se la llevaban. ¿Qué clase de oyentes son comparados al terreno junto al camino? Los que oyen el mensaje del reino, y no lo entienden. No le prestan atención y no lo reciben, sino que la semilla resbala sobre la mente de ellos, como dice el refrán “por un oído les entra y les sale por el otro”; han venido por curiosidad, por rutina o por acompañar a otros, no con el propósito de sacar provecho; así que, al no atender, no les hace ninguna impresión la Palabra sembrada.
Otra parte cayó en terreno pedregoso. Aquí están representados los oyentes que reciben buenas impresiones de la Palabra, pero estas impresiones son de corta duración, la recibieron al momento, la semilla brotó pronto; surgió a la superficie antes que la que fue sembrada en buen terreno. Aquí encuadran los hipócritas, los propensos a las emociones súbitas, los que con mucha frecuencia exageran su cristianismo y sus demostraciones de profesión cristiana, y parecen tan fervorosos que cuesta trabajo contenerlos. Han recibido la semilla pronto, pero sin profundizar en su significado para una vida cristiana consecuente.
Ahora toca al terreno espinoso. Este terreno aventajó al primero, pues recibió la semilla; también aventajó al segundo, puesto que echó raíces hondas; pero, a fin de cuentas, tampoco dio fruto, debido a los estorbos que encontró en su crecimiento; las piedras no dejaron que la raíz prosperara; los espinos impidieron que prosperara el fruto. ¿Cuáles son estos espinos que ahogan y sofocan la Palabra? Los afanes de este siglo, es decir, las preocupaciones mundanas. Con gran propiedad comparó el Señor los afanes de este mundo con los espinos, puesto que punzan, arañan y lastiman con sus puntiagudos desengaños. Estos espinos ahogan la Palabra de Dios, pues las preocupaciones mundanas son un gran estorbo para el aprovechamiento de la Palabra de Dios y el consiguiente crecimiento espiritual.
La buena tierra. Una parte cayó en tierra buena y dio fruto. No es mera coincidencia, sino lógico resultado y de gran consolación, que la buena semilla dé fruto cuando se encuentra con buen terreno, y no se pierda nada. Este es el que oye y entiende la Palabra, y da fruto. ¡Lástima que esta sea una cuarta clase de terreno, pero no una cuarta parte de los que oyen el mensaje de salvación!
Ahora bien, lo que distingue a este último de los tres anteriores es en una sola palabra: “fruto”. No dice el Señor que este terreno no tuviera piedras o espinos, sino que no había nada que fuese un estorbo para impedir el crecimiento o el fruto. El cristiano espiritual no es el que está perfectamente libre de los obstáculos y tentaciones que el mundo presenta, sino el que, al asirse fuertemente de la gracia de Dios y del poder del Espíritu Santo, prevalece contra todo, haciéndose fuerte en medio de la natural debilidad.
Seamos oyentes atentos para entender la Palabra; no sólo entendamos el sentido del mensaje, sino que también debemos interesarnos en él.
Seamos oyentes fructíferos, demos fruto, lo cual es una evidencia de nuestro buen entendimiento y de nuestras firmes convicciones. Nosotros damos fruto cuando ponemos en práctica la Palabra y obramos conforme a lo que se nos ha enseñado.
Dios les bendiga grandemente.
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