“…aun cuando he recibido de Dios revelaciones tan maravillosas. Así que, para impedir que me volviera orgulloso, se me dio una espina en mi carne, un mensajero de Satanás para atormentarme e impedir que me volviera orgulloso. En tres ocasiones distintas, le supliqué al Señor que me la quitara. Cada vez él me dijo: «Mi gracia es todo lo que necesitas; mi poder actúa mejor en la debilidad». Así que ahora me alegra jactarme de mis debilidades, para que el poder de Cristo pueda actuar a través de mí. Es por esto que me deleito en mis debilidades, y en los insultos, en privaciones, persecuciones y dificultades que sufro por Cristo. Pues, cuando soy débil, entonces soy fuerte.”
Ese “aguijón o espina en la carne” a la que el Apóstol Pablo se refiere en la Palabra que hoy nos trata, ha sido objeto de innumerables análisis e interpretaciones por parte de los estudiosos de las Escrituras, ofreciendo al respecto una diversidad de opiniones; sin embargo, la que me convence más es precisamente aquella que se apoya en las propias Escrituras (Gálatas 4:15 y 6:11) y no en meras suposiciones, donde se infiere que se trataba de una enfermedad en los ojos de Pablo, posiblemente a consecuencia del deslumbramiento sufrido en el camino de Damasco cuando Jesús se presentó delante de él, o bien, tal vez porque ya la padecía con anterioridad a tal suceso.
Pero lo importante es lo que Pablo explica respecto del significado o razón de la existencia de tal debilidad en su persona, la cual sin duda alguna vino a mantener en él ese quebrantamiento, esa vulnerabilidad y esa humildad que le llevó a ser ese poderoso instrumento de evangelización para la gloría y honra de Jesucristo.
Es por demás conocido por todos nosotros que el enemigo utiliza todas nuestras transgresiones y aflicciones para agotarnos, para cansarnos, para poder enemistarnos con Dios nuestro Señor, para alejarnos de ÉL. Pero de igual manera el enemigo utiliza el orgullo y la vanagloria para alejarnos del Dios altísimo. Como lo leen.
Por un lado nos ataca en momentos de tribulación para poder desanimarnos y renunciar a nuestra esperanza en las promesas de Dios, nos ataca para claudicar en nuestra carrera de fe y paciencia; y por el otro, nos ataca en nuestros momentos de éxito personal, profesional o ministerial, haciéndonos creer que todo se debe a nuestras “excepcionales” capacidades y cualidades, llevándonos a olvidar que todo es gracias al Creador de todas las cosas.
El poder de Dios nunca va actuar en nosotros cuando la autosuficiencia y nuestras capacidades prevalezcan en nuestra vida. No. De ahí la existencia de aguijones o espinas en nuestras vidas que nos hagan recordar que no es por nosotros, que no es por nuestras capacidades.
Cuántos de nosotros nos esforzamos todos los días para ser mejores esposos, para ser mejores papás, para ser mejores estudiantes, para ser mejores empleados, para poder hacer bien nuestro trabajo, etc., y por una u otra cosa batallamos para ello. Lo grave no es que pasa y pasa el tiempo y no vemos avanzar nuestra vida en los mencionados aspectos, no; lo grave es que no nos detenemos a reconocer que nosotros solos no podremos nunca avanzar sin la ayuda de Dios nuestro Señor.
Hasta qué momento, en humildad, reconoceremos que necesitamos de una ayuda sobrenatural, de una ayuda que ningún hombre puede proporcionarnos, hasta qué momento. ¿Cuál es nuestro límite de vulnerabilidad y humildad para buscar al que TODO lo puede, para que Cristo pueda perfeccionarse en nuestras debilidades? ¿Cuál?
Debemos aprender a reconocer que entre menos capaces nos consideremos, entre más débiles seamos, más será la manifestación del poder de Cristo en nosotros.
Debemos aprender que cuando somos débiles, pero poderosos en Cristo, nuestras oraciones y peticiones hacen que vengan a nosotros sus gloriosos e inagotables recursos, fortaleciéndonos con poder en nuestro interior por medio del Espíritu Santo.
Debemos aprender que cuando somos débiles, pero poderosos en Cristo, ÉL habitará en nuestro corazón a medida que confiemos en ÉL. Entonces echaremos raíces profundas en el amor de Dios y ello nos mantendrá fuertes.
Debemos aprender que cuando somos débiles, pero poderosos en Cristo, ÉL y Su amor nos hará sentir completos con toda la plenitud de la vida y el poder que proviene de Dios.
Debemos aprender que cuando somos débiles, pero poderosos en Cristo, entonces nos fortaleceremos con todo el glorioso poder de Dios, viniendo a nosotros la constancia y la paciencia que necesitamos para alcanzar nuestras promesas.
Nunca olvidemos que Dios es el único que puede compensar nuestras debilidades e incapacidades, trayendo salvación y protección a nuestras vidas, inclusive para llevar fe a otros:
“Con esta noticia, fortalezcan a los que tienen cansadas las manos, y animen a los que tienen débiles las rodillas. Digan a los de corazón temeroso:
«Sean fuertes y no teman, porque su Dios viene para destruir a sus enemigos; viene para salvarlos». (Isaías 35:3-4 NTV).
Nunca olvidemos que Dios es el único que puede compensar nuestras debilidades e incapacidades, trayendo poder y fortaleza a nuestras vidas:
“Él da poder a los indefensos y fortaleza a los débiles. Hasta los jóvenes se debilitan y se cansan, y los hombres jóvenes caen exhaustos. En cambio, los que confían en el SEÑOR encontrarán nuevas fuerzas; volarán alto, como con alas de águila. Correrán y no se cansarán; caminarán y no desmayarán.
(Isaías 40:29-31 NTV).
Pongamos nuestra confianza en el Señor nuestro Dios para encontrar nuevas fuerzas. Así como Pablo, alegrémonos y jactémonos en nuestras debilidades, para que el poder de Cristo pueda actuar a través de nosotros y podamos vivir en victoria.
Dios les bendiga grandemente.
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