«En la lengua hay poder de vida y muerte; quienes la aman comerán de su fruto.»
Todo creyente que nos jactamos de seguir a Cristo hemos experimentado en alguna ocasión el daño que nuestra lengua –o la de otros– puede causar en la vida de las personas. Es impresionante como en nuestra lengua existe un poderoso instrumento, ya sea para bendecir o para maldecir. Es sorprendente el daño que hace.
Dios nos creó para alabarle y glorificarle por la eternidad. Sin embargo, el enemigo ha tomado algo que Dios nos dio para bien y la usa para destruir la obra de Dios. Sin lugar a dudas nuestra lengua es la herramienta más eficaz que el enemigo emplea en su constante trabajo de matar, robar y destruir.
Es muy común ver como utilizamos el poder destructivo de nuestra lengua cuando aumentan las presiones en nuestra vida por causa del sufrimiento, por problemas en el trabajo, por enfermedades, por falta de dinero, por infidelidades, etc.
Cuando estamos bajo presión nos sentimos perseguidos y amenazados; entones, se produce una actitud egoísta en nosotros mismos, dedicándonos a protegernos y defendernos de los demás, infundadamente, claro ésta. Entonces cuando alguien nos hace mal, automáticamente surge la tendencia natural de defendernos y atacarlos, y en este esfuerzo y acción de defensa la lengua es nuestra arma clave.
¿Es agradable nuestra conversación frente a los demás?
Al escucharnos hablar, qué pensará la gente de nosotros?
¿Nos identificarán como hijos de Dios por nuestra forma de hablar?
¿Salen bendiciones o maldiciones de nuestra boca?
No hay lugar a dudas, el uso de la lengua revela lo que hay en nuestro corazón, por lo tanto, si nuestra fe es verdadera entonces se reflejará en nuestra manera de hablar.
No es cierto lo que decimos tantas veces de “hablé sin pensar”, para nada; nuestra boca revela realmente lo que hay en nuestro corazón, nuestra lengua revela realmente lo que está escondido en nuestro corazón: Si la boca critica, es porque el corazón guarda críticas. Si la boca se queja, es porque en el corazón hay quejas. Si la boca habla con enojo, es porque en el corazón hay enojo. Si la boca manipula, es porque en nuestro corazón hay manipulación. La lengua revela lo que está en nuestro corazón.
En medio del sufrimiento, nuestra lengua sirve para quejarse y para acusar a otros. En vez de acusar y quejarnos en medio del sufrimiento, manifestemos una fe viva, una fe que nos motive a alabar a Dios y pedir Su fortaleza y paciencia para poder llevar nuestras tribulaciones con gratitud a Él y con ello lograr vencerlas.
Hagamos memoria:
¿Hay alguien a quien debamos pedir perdón por causa de nuestra lengua?
Oremos y busquemos a Dios nuestro Señor en intimidad, para que con su perdón y misericordia sane nuestro corazón, porque hasta que eso no suceda, de nuestra boca solo saldrá maldición, y no bendición; porque hasta que eso no suceda, de nuestra boca saldrá muerte, y no vida.
Dios les bendiga abundantemente.
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