«Y el SEÑOR habló a Moisés, diciendo: Tú mismo envía hombres a fin de que reconozcan la tierra de Canaán, que voy a dar a los hijos de Israel; enviarás un hombre de cada una de las tribus de sus padres, cada uno de ellos jefe entre ellos. Entonces Moisés los envió desde el desierto de Parán, al mandato del SEÑOR; todos aquellos hombres eran jefes de los hijos de Israel.»
Es más que evidente que el propósito de Dios para el pueblo de Israel era liberarlos de su esclavitud para entregarles la tierra prometida.
A su regreso, lo que diez de los doce enviados informaron fue lo que sus ojos naturales vieron: un pueblo fuerte con hombres de gran estatura (Gigantes), ciudades grandes y fortificadas, una tierra que traga a sus moradores. Con temor concluyeron que no podrían tomar la tierra de Canaán, pues lo encontrado resultó adverso para ellos, no obstante de haber visto y confirmado las grandes bondades que también brindaba dicha tierra: leche y miel.
Es evidente que el pueblo de Israel pasó por alto un pequeño detalle, que Dios nuestro Padre es un Dios que cumple sus promesas. De hecho, ya antes Dios los había liberado y sacado de Egipto.
Caleb y Josué fueron los únicos que confiaban en la promesa de Dios y los únicos que estaban dispuestos a conquistar con sus propios varones esa tierra prometida por Dios; sin embargo, el pueblo de Israel pensó y opinó contrarió a lo que ellos creían.
Después de 40 años de intercesión y sacrificios a Dios por parte de Moisés y el pueblo de Israel, pero sobre todo de acciones y actos de obediencia por parte de este último para con Dios, el pueblo de Israel pudo entrar a la tierra prometida, tal y como lo había prometido Dios nuestro Señor, acontecimiento conocido por todos.
¿Qué tan grande son nuestros problemas? ¿Serán más grandes que nuestro Padre Celestial? ¿Qué tenemos que hacer frente a toda adversidad?
Hoy en día estamos bastante ocupados con nuestro trabajo, la escuela, los compromisos sociales, los gastos del hogar, las vacaciones, en fin, con una vorágine de actividades, compromisos y problemas que giran alrededor de nuestra vida y la de nuestra familia, los cuales supuestamente tenemos bajo control. Pero qué pasa cuando se salen del “control nuestro”: nos falta el trabajo o nos enfermamos, por mencionar dos aspectos que inciden tremendamente en nuestras vidas.
Todos nosotros indudablemente buscamos una estabilidad espiritual, física, social, profesional y económica. Pero refirámonos únicamente a la física y económica.
Todos queremos estar sanos y poder contar con una seguridad económica que nos permita vivir, ya no cómodamente, sino vivir solamente. Qué sucede si no es así? Evidentemente estamos ante un problema.
Lo que primero nos llega en forma alarmantemente a nuestra mente es lo que ven nuestros ojos y lo que escuchan nuestros oídos, es decir, empezamos a ver a esos gigantes que en su tiempo intimidaron a 10 judíos y que con sus palabras intimidaron y llenaron de miedo a todo el pueblo de Israel, pero nunca primeramente tratamos de ver y escuchar a Dios.
Antes que escuchar a hombres faltos de fe o escuchar palabras falsas de que no podremos obtener ese empleo o que no seremos sanados, o antes de ver esas ciudades grandes y fortificadas o ver esos problemas gigantes frente a nosotros, tenemos que aprender a ver y oír lo que está por encima de ello: la promesa o propósito que tiene Dios para cada uno de nosotros, ya que si no vemos eso primeramente y, en consecuencia, no le damos a Él todo el honor y la honra en su cumplimiento o solución, nunca podremos vencer esos gigantes ni conquistar esas ciudades.
Dios es un Dios omnipotente y omnisciente: ÉL va a poder con nuestras adversidades, no nosotros con nuestras fuerzas; ÉL va saber cómo resolver nuestros problemas, no nosotros y nuestras ideas o estrategias; solo necesitamos hacer lo que ÉL nos indique, ser obedientes a Su Palabra y con ello poder obtener lo que nos prometió.
Si antes de buscar empleo o iniciar un negocio o buscar una medicina para nuestra enfermedad, buscamos a Dios y su Reino y le entregamos nuestros problemas y enfermedades, Él nos permitirá llegar a la tierra prometida, pero solamente si lo hacemos conforme a Su Palabra, si lo dejamos a Él que obre en nuestras vidas, lo que traerá como consecuencia que el reino de Dios se manifieste en nuestro negocio o empleo, en nuestra salud, en nuestra casa, en nuestra vida.
No importa lo que nos digan los demás, no importa que haya varias opciones o alternativas para resolver nuestros problemas, lo que importa es poner nuestra fe en Dios nuestro Señor, ser obedientes y confiar en su promesa y en los caminos y soluciones que ponga delante de nosotros, a fin de llegar a la tierra prometida en 40 días y no en 40 años.
Dios les bendiga grandemente.
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